Después de tiempo sin
hacerlo le dedico esta historia a Pilar, aquella niña que conocí en Silos un
lejano mes de septiembre. Espero le guste, lo mismo que a ti.
Un abrazo.
El valor de obedecer
El tiempo de la temporada
de esquí se acaba. La primavera ya anuncia su esplendor. La oscuridad del
invierno y la falta de colorido dejarán pronto paso al vigor y la efervescencia
de la nueva vida de flores y árboles.
Vanesa y Raquel, sin embargo,
no quieren que eso suceda. Quieren prolongar sus paseos en trineo por la
montaña. Es tan bonito deslizarse por la alfombra blanca de la sierra que poco
les importa el abanico de colores que traerá la nueva estación.
Vanesa y Raquel son dos
niñas, unidas por la amistad de verdad. No sólo es que jueguen juntas, es que
sueñan y ríen juntas.
Se conocieron hace un par
de años cuando Vanesa y sus papás llegaron a la urbanización para ocupar una de
las viviendas adaptadas al acceso de sillas de ruedas, con sus rampas y sus
puertas adecuadas.
Raquel la vio enseguida.
Vio cómo Vanesa empujaba su silla un poco torpe, cómo su mamá la ayudaba a
subir la entrada y cómo le enseñaba los alrededores.
Puede que a Raquel debiera
haberle importado que su nueva vecina no pudiera saltar la comba o correr en
pos de los pajarillos de rama en rama, pero el caso es que le cayó bien desde
el principio.
Así que, niñas mediante,
las respectivas familias, amén de la de vecindad, habían entablado una estrecha
relación de amistad.
Los papás de la una y de
la otra se sentían bien entre sí y eran felices al contemplar lo bueno que era
semejante amistad para las dos. Su grado de complicidad y unión había alcanzado
lo milagroso.
Lo de pasear en trineo
había resultado sensacional. Casi volaban conducidas por los perros y en
semejante vehículo Vanesa se sentía libre, al fin.
La montaña queda muy cerca
de la urbanización por lo que es fácil eso de montarse en trineo. Sólo es
cuestión de acercarse al funicular que conduce a la estación de trineos y
aguardar turno.
-Papi, ¿nos dejas que
vayamos en trineo esta tarde?
-No, Raquel. Ya apenas
queda nieve y no es seguro el hacerlo. Ya lo haréis al año que viene otra vez.
-Joooo, papi… si aún hay
nieve.
-Pero no la suficiente
para que Vanesa no corra peligro. Sabes que ella necesita unas condiciones
especiales.
-Buuuueno, papito. Iremos,
entonces, a merendar al salón de futbolines.
Así queda conforme
establecido, pero las niñas no piensan renunciar a su deseo. Piensan que no
pasará nada. Total, otros suben también.
El señor Hans, el dueño de
los trineos no está muy convencido de dejarlas subir, pero al fin cede a sus
miradas tristes. Confía en sus buenos Sultán y Dogo para que todo acabe bien.
-Como me metáis en un lío…
os acordaréis de mí.
-Que no, señor Hans.
Iremos con cuidado.
Al principio así hacen. Pero
pronto se olvidan del peligro y azuzan a los perros para que cojan velocidad.
Es tan guay sentir el aire en la cara y deslizarse por la ladera que resulta
imposible hacer caso de la prudencia.
Crrronc crash croc.
-Ooooh, Raquel, qué daño.
Me duele todo. ¿Qué haremos ahora?
Los perros se han soltado
de las bridas pero su instinto les dicta lo que han de hacer.
-¿Tienes frío? ¿Te duele
mucho? Seguro que vendrán a por nosotras. No tengas miedo.
-Tengo miedo y me duele
mucho.
Los papás de las niñas
intuyen que algo no va bien. Deciden acercarse al salón de futbolines y, como
imaginan, allí no están sus hijas.
-¡Niñas del demonio! ¿Por
qué me fiaría de ellas?
-Anda, Juan. Deja el
cabreo para luego y veamos qué ha pasado.
-Sí, Amparo. Pero es que
les voy a dar una somanta de palos. Que esto no se hace. Mira que les advertí.
¿No crees, Rafa, que esto no puede consentirse?
-Claro que no, pero ya lo
solucionaremos después. De momento veamos si fueron dónde imaginamos.
Cuando están a punto de
encaminar sus pasos hacia el puesto de trineos, el móvil de Ana suena.
-Sí, vamos enseguida. ¿Es
grave? Ya, lo entiendo.
-Vamos, cariño. ¿Qué ha
pasado?
-Vanesa se ha roto la
muñeca. Está en el hospital. Raquel tan solo tiene algunos moratones. Se ve que
el trineo tropezó con una piedra que al haber poca nieve no pudieron salvarla
los perros.
-Papiiiii… lo siento
mucho. Sé que no estuvo bien. Por mi culpa Vanesa se ha roto la muñeca. Te juro
que no volveré a desobedecerte nunca más. He aprendido la lección.
-Ay, hija. Debería darte
una somanta de palos, pero creo que lo mal que te sientes por lo que le ha
pasado a Vanesa por tu capricho, es más doloroso para ti. Anda, ven; dame un
abrazo y no lo hagas más.
Algo más de un mes
después, Vanesa puede recuperar la movilidad en su muñeca y volver a manejar su
silla de ruedas. Han aprendido una lección muy dura pero que no se les olvidará
nunca.
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