viernes, 29 de julio de 2016

La música

La núsica  Dicen que música es La cítara y el tamboril, Dicen pero no saben lo que dicen.  Juran que una balada Y una copla y una tonada, Juran pero no saben lo que juran.  Profetizan que los trinos  Y las coplas y los cantos, Profetizan pero no saben lo que profetizan.  Dicen y juran y profetizan, Pero no, no saben Como yo sí sé.  Música es tu risa Y tu caricia y tu mirada.  Música sí, yo sí sé. Es la que nace de tus manos Y tus labios y tus ojos,  ¿El instrumento? El laúd de tu cintura abrazado por el viento Y el violín de tu sentimiento.  ¿Y la partitura? Las notas de tu ternura Y el diapasón de tu dulzura.  Sí, la música eres tú, Su instrumento, tú, Su partitura, tú.



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jueves, 21 de julio de 2016

La subasta del collar

Buenas noches: Por fin, nuestro amigo Benigno Pérez y su particular confidente, regresan a mis dedos para teclear otra de sus historias. Espero te guste. Un abrazo vacacional.  La subasta del collar  -Lo más importante del plan para que nos salgamos con la nuestra es que Benigno Pérez y su gente no esté allí. Hay que evitarlo como sea. ¿Quién es el que así habla? ¿Qué crimen pretende cometer? Es evidente que la fama del bueno del detective Pérez también llega a los artistas del hampa. -Si queremos que Pérez y los suyos no nos molesten, habremos de pensar en algo gordo que les distraiga. De otro modo, no habrá forma de quitárnoslos de encima. A nadie se le podrá ocurrir que el policía más listo de Madrid no vaya a asistir a la subasta del collar. Hemos de contar con que las medidas de seguridad en la Casa Ansorena serán extremas. Hace años que no se produce un acontecimiento de semejante envergadura. Cuatro hombres se confabulan en el rincón apartado de uno de los muchos bares en torno a la Plaza de Santa Ana y del Barrio de las Letras. Un lugar bullicioso, plagado de turistas y nostálgicos de extintas tertulias conspiranoicas de pasados siglos. Nadie les presta atención. Aparentan ser otros de tantos clientes que charlan en torno a la mesa cuadrada de mármol desportillado mientras remojan el gaznate a base de rubias bien tiradas a espita de barril. -Lo mejor será que nos carguemos a alguna fulana. Eso sí, que esté buena y tenga las carnes prietas. De paso que entretenemos a ese gachó gilí, nos damos un gusto. Yo apuesto por alguna rusa de ésas que andaban hasta hace poco por Montera y que ahora se pasean por el Polígono del Gato, en Villaverde. Llevan un rato los cuatro. Los cuatro son hombres duros, semejantes a trabajadores de mediana edad, hechos a lo físico en talleres o carga y descarga de mercancías en Mercamadrid, pero es uno de ellos quien lleva la voz cantante. Le dicen Pepón o jefe. -Ni hablar de eso. Una muerta más no sería caso para Pérez. Hemos de pensar en algo más… nuevo. Menos visto.    -Pepón, ya sé lo que haremos. Montar un incendio en alguno de los museos de la capital, el de la Ciudad, ongamos por caso, daremos aviso mediante una llamada anónima o un mensaje, de que el único que podrá parar la tragedia es Pérez, yendo al lugar y, mientras, nosotros hacemos lo nuestro en la subasta.  -No me parece mala idea. Tendremos que tenerlo todo listo para la tarde del jueves, una hora antes de que la tal Cristina Mato de Ansorena, como Directora de la Galería, inagure el acontecimiento. ¿Has encargado los trajes, Pulgas? -Sí, ya los tengo conforme las tallas que me disteis. Lo mismo que la cartera de piel en que nos lo llevaremos, una vez demos el cambiazo. Y es que al jueves siguiente en que semejante reunión tiene lugar en la Cervecería Alemana se va a celebrar la subasta del collar de perlas negras que Alfonso XIII regaló a su esposa Victoria Eugenia, entre otros presentes, para que lo luciera en la fiesta de aniversario de su boda, el 31 de mayo de 1907. Con semejante fiesta y regalos quiso, el monarca, compensar la nefasta ceremonia del año anterior a cuenta del atentado que sufrieron cuando, una vez casados, se dirigían desde los Jerónimos al Palacio Real, a la altura del número 88 de la Calle Mayor. El collar constaba de 44 perlas negras de simpar rareza, engarzadas en oro blanco y con broche de aguamarinas. Un collar que, por los avatares de la Historia, fue vendido en los años del exilio y que ese día retornará, como si de un ciclo se tratara, a las manos de donde fue concebido aunque ya ni el orfebre ni el taller que lo crearon exista. -Repasemos entonces el plan: tú, Mañas, te encargas de la maniobra de distracción y todo lo que conlleve en el Museo de la Ciudad, creo que está situado en la Calle Fuencarral, habrás de contar con que los bomberos no puedan apagar fácilmente el fuego prendiéndolo con disolventes químicos; tú, Pulgas, serás quien, justo en el momento en que vayan a subastar el collar, cortes los fusibles y luces de emergencia, el tiempo justo para que a mí me dé tiempo a suplantar el collar auténtico por el falso que llevaré en el maletín, serán suficientes un par de minutos para mí, pasados los cuales volverás a dar las luces; tú, Gafitas, nos esperarás a la salida con el coche, listo para largarnos de la sala sin llamar la atención. Cuando el que haya pujado más alto por la joya proceda al proceso de identificación se darán cuenta del fraude pero nosotros ya estaremos fuera. Nos reuniremos los cuatro en la casa de Ríos Rosas para de allí, en cuanto nos deshagamos de todo lo empleado, quemándolo, coger el AVE. ¿Está todo claro? -Nítido, jefe. El ambiente en la Sala de Subastas Ansorena, sita en la Calle Alcalá 52, es el propio de las grandes ocasiones. Como es habitual el ágape, a base de finos canapés y champán francés aacompañan la bienvenida de los habituales. Las lentejuelas, los trajes cortados a medida y las sonrisas profesionales protagonizan el preludio de semejantes negocios, vestidos de eventos culturales. La anunciada subasta del collar será la última de entre los diversos objetos de orfebrería con historia que esa noche van a pasar a manos de apasionados del lujo y especuladores del Arte. Todo marchará conforme lo previsto para todos. Para la organización y para los participantes, para los ladrones y para… Tras la sorpresa producida por el momentáneo apagón el acto se reanuda sin aparente novedad. Ni Pepón ni el Pulgas ni, mucho menos, el Gafitas han reparado en una distinguida señora que no se pierde detalle de nada. Pasa por una más de las asistentes, pero no tiene el más mínimo interés en lo que esa noche se está vendiendo. Sabe muy bien cuál es su objetivo. Camino de la Calle Ríos rosas un camión de la basura impactará contra el coche que conducía un hombre al que, por sus típicos anteojos que siempre le acompañaron, le denominan Gafitas. Los tres ocupantes del vehículo, alquilado con nombre falso, por cierto, morirán en el acto. De igual forma, sucederá a aquél que ha provocado un voraz incendio, a duras penas sofocado por los bomberos y el equipo policial del detective Benigno Pérez. Nada podía hacerle suponer que una motocicleta le atropellaría cuando se disponía a coger el Metro en la estación de San Bernardo. También morirá en el acto. Y es que la anónima señora que ha controlado los movimientos de la banda del Pepón, tiene muy claro que a ella nadie la puede vencer ni ganar por la mano. Mientras, como si se tratara de gavillas de paja, recoge las negras almas de los cuatro matones, hará que le entreguen a su amigo Benigno un maletín que contiene un collar, ese mismo collar que un comprador reclama, de forma vehemente, ante la atribulada gerencia de la famosa Casa de Subastas Ansorena.


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miércoles, 20 de julio de 2016

Envolver

La Vida en 100 palabras Envolver  Envolver es cubrir el valioso regalo de tus sueños con el brillante papel de mis realidades para adornarlo con el lazo de nuestros quereres. Es ceñir tu cintura de luna con el ardiente broche de mis manos de sol. Es rodear la suave fortaleza de tus caderas de coral con las habilidosas maniobras de mis muslos de mar. Es devanar el hilo de mis extraviadas soledades en la rueca de tu segura compañía. Es lo que hacen tus labios al besar al viento. Es cercar  al ejército de mis santos propósitos para vencerlo con el ariete de tus diabólicas tentaciones.


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lunes, 18 de julio de 2016

Mis búsquedas

Buena noche de lunes: Comparto un nuevo esbozo poético con el deseo de que te haga soñar. Un abrazo.  Mis búsquedas  Buscaba el atajo entre la tierra y el cielo. Tú me lo mostraste. ¿Qué era tierra y qué cielo? El atajo no era otro que tu consuelo.  Busqué los pétalos de la flor mejor perfumada. Tú me los trajiste. ¿Qué era flor perfumada? Los pétalos no eran otra cosa que tu ardiente mirada.  Busco el agua del manantial y la fuente. Tú hasta allí me llevarás. ¿Qué será manantial y qué fuente? El agua no es otra cosa que tu pasión ardiente.  Buscaré la magia entre tus abrazos y besos. Tú me guiarás. ¿Qué serán abrazos y qué besos? La magia no será otra cosa que nuestros deseos.  He buscado el atajo y los pétalos, El agua y la magia. Tú siempre serás mi cielo y mi flor, Mi manantial y mis besos.  Busco como el niño curioso que fui, Como el ciego indeciso que soy, Como el anciano mimoso que seré.


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domingo, 10 de julio de 2016

La misteriosa libreta de la tía Enriqueta



Buena noche de domingo:
Por fin, tras días de zozobra y falta de inspiración, eso que dicen Síndrome de la Página en Blanco, gracias, sin duda a vuestro empuje, y a la idea de Maché Hidalgo, aquí traigo un nuevo cuento. Espero te guste porque nace del corazón y transmite una gran verdad.
Un abrazo agradecido a tu paciencia y fidelidad.

Cuentos a la luz de los valores

La misteriosa libreta de la tía Enriqueta

En el periódico que leerá ese 3 de julio el bueno de Inocencio Ruiz va a encontrar una sorprendente necrológica. A toda página se recoge el suceso de la muerte de Enriqueta Oñate Rubio, a quien _añade el titular_ todos conocieron como la tía Enriqueta. Ha fallecido a los 90 años tras una larga enfermedad, rodeada de familiares y compañeras, en la residencia en que pasó sus últimos años, después de enviudar y ver cómo sus hijas no pudieron hacer otra cosa que ingresarla en aquel lugar.
Ante semejante noticia el espíritu de Inocencio, Chencho que fuera para aquella señora, se estremece de recuerdos y sentimiento.
Y es que una vez, Inocencio fue niño en un pueblo de la Castilla de Delibes y aquel pillastre que se dedicaba a bombardear nidos con su tirachinas y torpedear faldas de niña con palitos, conoció a aquella mujer de la que hoy se hace eco el diario de la ciudad a la que hubo de emigrar porque en el pueblo no había futuro para él.
 La tía Enriqueta, sí, aquélla que todos esperaban que llegara con su fruta bien sazonada junto a su marido, primero a lomos de un burrillo tordo con el carro y luego en la vieja  camioneta.
Pero no sólo era fruta lo que vendían la tía Enriqueta y el tío Manolo. También llevaban sardinas y algunos ultramarinos de Coloniales. Paraban en la plaza, al pie de la fuente y, una vez pregonada su llegada por la señá Tomasa, las parroquianas se apresuraban con sus canastos a comprarle por unas perras lo que necesitaran.
Los niños, y el Chencho con ellos, aguardaban al último momento por si les caía alguna sobra que llevarse a sus famélicas bocas: una manzana reineta algo pocha, alguna ciruela picoteada o un melocotón apedreado por el pedrisco. Esas naderías que nadie habría querido comprar ni siquiera aún poniéndolas a precio de ganga.
Sí, eso era lo que esperaban, y el Chencho con ellos, pero algo más había. Sí, una libreta misteriosa de tapas negras gastadas  que a él le tenía robado el seso.
¿Qué podía ser que contuviera esa libreta? ¿Cómo era que una señora tan aparentemente tosca pudiera escribir?
Alguna vez le preguntaba a su madre, a lo que ésta le respondía que posiblemente eran las cuentas de lo que le dejaran a deber o encargos para otro día. Eso era lo razonable.
Pero el Chencho no se conformaba, no lo hizo nunca, con lo razonable ni con las respuestas insustanciales de los mayores.
Un día, por fin, se atrevió a vencer el miedo que imponía aquella señorona con su moño alto, su delantal blanco y su recia voz de frutera y se acercó a ella.
-Tia Enriqueta, ¿me dejaría su libreta?
-Mocoso, ¿para qué quieres tú mi libretica?
-Es que.. no sé… a mí me gustan los cuadernos y las libretas.
-Ah, sí, ¿a santo de qué?
-Es que hago dibujos de las cosas y así las atrapo. De mayor seré pintor.
-Vaya. ¿Y has dibujado alguna vez mi mercancía?
-Bueno… su mercancía y a usté y al burrillo. Aunque me da vergüenza decirlo.
--Qué tunante. Si me lo enseñas, yo te enseñaré mi libreta. ¿Qué te parece?
-¿Pero… ya se va. Igual…
-El próximo día sin falta.
Chencho esperará al siguiente martes en que la señá Tomasa vuelva a pregonar que han venido los fruteros a vender a la plaza del pueblo. Esperará con su cuaderno bajo el brazo a que las parroquianas se marchen y a que el resto de niños se vayan con sus golosinas y entonces será él quien enseñe su mercancía.
Dibujos de niño hechos con lápices de colores, trazos infantiles con la maestría de adulto. Paisajes de río y juncos, de trigales amarillos y amapolas rojas, cielos azules jaspeados de nubes blancas.
La tía Enriqueta se emocionará al ver todo aquello. Lagrimeará cuando se vea retratada junto a su burrillo y a su libreta.
-Pero niño, ¿tú sabes lo que haces? ¿Lo saben tus padres?
-Bueno, ellos no. Usté es a la primera a la que le enseño esto. Y… porque me prometió que me dejaría su libreta.
Las gordas y encallecidas manos de la frutera alargarán la libreta con gesto tímido, con sonrisa callada de madre.
El Chencho la tomará en las suyas, temblorosas de niño, la olerá y acariciará, la abrirá y lo que verá le dejará atónito.
Inocencio ruiz, hoy, 3 de julio de 2012, se dispone a protagonizar la enésima inauguración de sus exposiciones pictóricas en la reputada galería de Arte Dionis Bennassar de Madrid, meca de pintores y fuente de negocios con el Arte como pretexto. Ya apenas si se pone nervioso al afrontar actos de semejante tenor, por grandes que sean.
Pero al leer la necrológica muchas cosas se han removido en su interior sensible de artista.
Aquel día en que la tía Enriqueta bendijo sus primeros dibujos infantiles regalándole su libreta fue el momento en que supo que sí, que un día él sería uno de los grandes. Eso sí, porque la tía Enriqueta también se lo dijo, tendría que estudiar y prepararse. No valía sólo con la intuición y el gusto. La muestra estaba en ella. Sí, en ella. ¿En ella?
-Buenas tardes, noches casi ya, señoras, señores, amigos que habéis querido acompañarme a este acto de inauguración en el que puede contemplarse una retrospectiva de mis bocetos de la Castilla de ayer y de siempre. Muchas gracias, pero permítanme que hoy dedique especialmente mis palabras a aquella señora que todos vieron siempre como a la frutera del pueblo en que nací pero que, en realidad, habría debido de ser una gran escritora. A ella le debo mucho de lo que hoy yo soy. Permítanme que les cuente un secreto. El secreto que me permitió comprender cuál es la verdadera esencia del Arte, independientemente de cuál sea su manifestación: es verdad, es importante estudiar mucho y trabajar más aún para obtener un buen resultado artístico. Pero nada de eso vale de nada, si uno no posee un alma sensible. Yo lo aprendí de una señora que vendía fruta en mi pueblo pero que en una libreta de gastadas tapas negras lo que escribía no eran insulsas o aburridas listas de morosos y encargos, si no historias de amor y magia, de sueños y libertad. Va por usted, tía Enriqueta.
  







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