miércoles, 27 de agosto de 2014

La casa de la piedra mellada



Buena noche:
Hago un pequeño parón en mis vacaciones para, antes de emprender esa metáfora de la vida que es el Camino de Santiago, compartir contigo un nuevo cuento. Jejejej. Quizá no sea muy veraniego, pero espero te resulte intrigante. Viva el misterio y la fantasía.
Un abrazo y gracias por seguir ahí.

La casa de la piedra mellada

-No lo duden, es una casa preciosa. No se arrepentirán. Además su precio es inmejorable.
Una casa ubicada en un pueblo de montaña es lo que andan buscando Nieves y Juan desde hace tiempo. Les gusta la vida sosegada del campo, con sus silencios, sus paseos calmos, sus tonos puros y sus sonidos naturales. El senderismo es toda una necesidad para ellos y, por eso, ya no les resulta suficiente el practicarlo como excursiones sueltas o pequeñas aventuras vacacionales. Quieren hacerse de un lugar tranquilo y sencillo, echar raíces y saber que después de la vorágine urbanita siempre les aguardará el sosiego rural.
Han mirado en distintas regiones y parajes más o menos conocidos, más o menos bucólicos y parece ser que, por fin, han encontrado algo satisfactorio.
Una aldea casi abandonada, pero con historias de gentes humildes, posiblemente carezca de atractivos espectaculares como alguna cascada o bosque paradisiacos. A primera vista, diríase que nada de valor tiene ese pueblillo meseteño de secano y monte bajo.
Y, no obstante, desde que llegaron, vía Internet, se prendaron de la plaza con la fuente y su chorrillo de agua lastimera, del mentidero en el que algunos ancianos dejaban vagar sus miradas sin tiempo o el pequeño bar que, otrora, fuera escuela.
Un cielo azul desvaído, unos campos marrón terroso, paja dorada, espliego y romero constituían una paleta cromática de colores esenciales y perfumes únicos, sin maquillar ni elaborar. Las noches estrelladas sin mácula y  los guiños de la luna sonriéndoles por su valentía salían a su encuentro cada vez que dudaban o sentían la perplejidad de los vecinos que no entendían su determinación. ¿Tendrían, acaso, algo que ocultar? Debían de ser muy raros cuando les daba por querer comprar la casa de la tía Miguela. ¿Quiénes serían?
La casa de la tía Miguela, un caserón abandonado años atrás al morir sus herederos, con las puertas y ventanas apolilladas, el tejado en estado ruinoso y no digamos ya su interior.
Que sí, que era grande y que sus vistas eran inmejorables, que su ubicación exenta les garantizaba intimidad y posibilidades: jardín y pequeño huerto, cochera y mirador.
Y además, como bien se encargó de enfatizar el vendedor, el precio era una ganga.
Le sacarían la piedra, la restaurarían a conciencia y la dejarían como un pimpollo, confortable y acogedora.
Más de un año había transcurrido desde que firmasen los papeles y encargasen el proyecto rehabilitador y qué duda cabía que el esfuerzo había merecido la pena.
La recorrieron despacio, una vez terminada de vestir. La sintieron suya, como si de una novia se tratase. Quisieron organizar una pequeña fiesta de inauguración, invitando a quienes ese verano se acercaban, curiosos, a contemplar la obra.
Dispusieron una mesa larga con diversas viandas de la tierra: quesos, tortilla, torreznos y longaniza, jamón y migas, sin que faltaran tampoco delicias dulces creadas por la mano experta de Nieves, gran maestra repostera. Y todo regado con vino tinto recio, sangría, refrescos y sorbete de limón.
Nada parecía poder empañar la magia de un día histórico para aquellos forasteros, simpáticos y algo ingenuos hasta que habló el Ananías, uno de los más viejos del lugar.
-¿He visto que habéis dejado la piedra mellada sin cubrir. No sé si eso os traerá buena o mala suerte.
-¿La piedra mellada? No sabemos qué pueda ser eso.
-Claro, nadie os lo dijo, ¿verdad? ¿Queréis que salgamos un momento a verla? Está en la esquina norte, la que da al cara el cierzo.
Entretando, la algarabía quedó en suspenso, como si la electricidad siniestra de un mortífero rayo fuera a caer y destruirlo todo a su paso.
Nada hubo que pudiera detener la curiosidad de los anfitriones. Siguieron a aquél que les interpeló y, quién sabía, si les avisó.
Efectivamente, a media altura del zócalo, una piedra dura, un sillar, tenía una grieta en su centro. Una especie de cicatriz, labios de herida mortal. Primero Juan y luego Nieves la recorrieron con sus manos curiosas. No se sabe si fue el uno o la otra quien las introdujo y al hacerlo, se estremeció.
Al llegar al fondo, percibió cómo se humedecían los dedos con un líquido pegajoso y caliente.
-¿Qué es esto, santo Dios?
-Hace muchos años, continuó el buen viejo, el verdugo de la comarca afilaba su hacha en esta piedra, justo antes de dirigirse al patíbulo correspondiente para ejecutar al reo que hubiera sido condenado. Se dice que tanto afiló su hacha que llegó un momento en que ya no quedaba filo para seguir cortando cabezas. Se cuenta que aquel día, enloqueció y asestó semejante tajo a esta piedra que hasta de ella brotó sangre. Se sabe que todo aquel que ha introducido sus manos en ella, las ha sacado empapadas y, aún más, que la casa estaría maldita hasta que una mujer venga a desencantarla y liberar al pobre Amós que, vaga extraviado por sus rincones. ¿Serás tú la llamada a hacerlo?
-¿Yo? ¿Bruja? Ja.
Nieves se ruboriza y sus ojos carbón se dilatan atónitos. Pero si yo sólo soy una pastelera que endulza la vida a mis clientes. Qué gilipollez. ¡Madre mía!
-Cariño, cálmate. Quién sabe si tus dulzuras serán capaces hasta de conjurar ese mal. A mí, desde luego, que me embrujaste el primer día que te vi, manchado de harina el delantal y con nata en las manos.
-Déjate de estupideces, Juan. Esto es serio. Con lo miedosa que soy, ya sabía yo que algún gato encerrado tendría este chollo.
Un estruendo en la zona alta de la casa interumpió la discusión de la pareja. Un escalofrío recorrió el espinazo de los concurrentes.
-Vamos, moza. No te acobardes.
Otro nuevo alarido atronó en el pueblo y por toda la casa que parecía temblar de terror.
-¿Qué hacemos, cariño?
Una parroquiana se acercó.
-Soy la Toña, la curandera. Te sugiero, niña, que vuelvas a meter las manos en la piedra. Anda, hazlo sin miedo. Acaricia la piedra y  todo se calmará. Más aún deberías hacer.
-Yo ahí no vuelvo a entrar.
-No temas. Coge alguno de los dulces y tráelos, deposítalos en la grieta. Tal vez…
Juan abraza a su mujer para darle fuerzas.
-Amor mío, no es una despedida, es una bienvenida. Estoy seguro. Lo vas a conseguir. Déjame que entremos juntos, y si hemos de morir, lo haremos unidos.
En el preciso momento en que atravesaron el zaguán para tomar los dulces, un hombre se apareció ante ellos. Encapuchado y con las cuencas de los ojos vacías, esquelético, se adelantó con las huesudas palmas alzadas, implorantes.
-Tengo hambre. Tengo sed.
Quisieron huir y apiadarse del desgraciado, a un tiempo. Venció su piedad, pero al adelantarse para ofrecerle comida, se alejó. ¡Era inalcanzable!
-Deberemos probar con el consejo de la curandera. Anda, coge la bandeja de suspiros de monja y llevémoslos a la grieta.
¿Eso hicieron? ¿Estáis seguros? ¿Creéis que pudieron salir para cumplir con la misión?
Una noche larga, una mañana veraniega, una leyenda que incrementó su misterio.
Shshshsht
Juan y Nieves nunca volvieron a ser vistos y ahora una tupida hiedra espinosa cubre las paredes de la casa de la tía Miguela, una casa que continúa deshabitada. ¿Querrías comprarla tú? Te la vendo, es muy barata, es una ganga, un chollo, un pueblo pequeño… Una casa de pueblo, un lugar para la paz. ¿Para la paz? ¿O para el horror? ¿TE atreves a responder?

  



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miércoles, 13 de agosto de 2014

No basta



Buena noche de miércoles.
Anticipo mi esbozo poético semanal al partir mañana para disfrutar de mi pueblo y la dicha de mi familia. Volveré a esbozar sentimientos, si así lo deseas, a partir del 11 de septiembre, bonita fecha.
Que sigas ahí al lado, que continúas siendo esencial para mí.
Que, otra vez más, te ayude a soñar.
Un emocionado abrazo de hasta luego.
Paz y bien.

No basta

No me bastan tus abrazos de corteses despedidas
Ni de simpáticos recibimientos.
Imaginar y no ver tus ojos luneros de gata.
Barrancos en que se hunden mis sentimientos,
Somero roce de cadera para mis ansias desmedidas.

No me basta con coger tu brazo de ébano y marfil
Ni que me des la mano para no tropezar.
Besar tus mejillas cuando vienes y te vas.
Bastón cálido, ciego de mí,  al que agarrarme sin cesar,
Ojalá ver pudiera tus sombra en el pretil.

No me bastan tus palabras de sobremesa,
Ni tus luego te diré.
Acariciar la superficie de tu melena sin poder enterrarme en tu hondura grata.
Música celestial que, con rabia, escucharé
Al saber que nunca conmigo estarás entre la bruma espesa.

No me basta escucharte decir
Que como amiga me quieres para todo.
Saber que te acuerdas de mí en la distancia remota.
Por mucho que eso sea cómodo
Es sentencia de mi morir.

No, no me basta con
imaginar y no ver tus ojos luneros de gata;
besar tus mejillas cuando vienes y te vas;
acariciar la superficie de tu melena sin poder enterrarme en tu hondura grata;
saber que te acuerdas de mí en la distancia remota.
No, no  me basta bailar esta música sin letra ni son.

Quiero fundirme en tu piel de fresa y mandarina,
Deseo atar mis labios en tus labios de jazmín y rosa,
Necesito escuchar tu voz de ninfa y diosa,
Deseo robar tu mundo de aventuras y rutina.

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lunes, 11 de agosto de 2014

La odisea de comprar billetes de Alsa en la estación de autobusessin ver



La odisea de comprar billetes de Alsa en la estación de autobuses de Avenida de América-Madrid
Así es, otra odisea más. A uno le da por viajar de acá para allá y ahora le ha dado por el autobús.
¿Sacarlos a través de la web de Alsa? No tengo ni idea de si será accesible o de manejarla.
¿A través de las máquinas de venta automática de billetes que hay en la estación? Tampoco son accesibles por voz y, si quiero pagar a través de tarjeta… me arriesgo a que algún largo de vista se quede con mi clave.
Así que no hay más remedio que recurrir a las taquillas.
Sal del Metro, busca las escaleras mecánicas _dos tramos_ y llega a la taquilla. Un pedazo de lío.
Preguntas aquí y allá y al final te ayuda un señor. Muy amable, pero más pesado si cabe. Cuando nada más pegársete te pregunta acerca de qué te sucede en los ojitos… ya la cosa mosquea. Sobre todo por el tono evangélico que le pone.
Que no digo que el buen señor Ubaldo, de nacionalidad colombiana, como bien se ha encargado de decirme, no se haya portado bien con este cieguito tuyo, pero que la clase de seudoteología milagrera me ha sobrepasado.
Bien sabes que soy creyente católico, pero de ahí a caer en los excesos me quedo atrás.
En fin, el buen señor me pone en la fila, le digo que hay que sacar numerito y esperar turno. Que no quiero entretenerle ni hacerle perder el tiempo. Parece que su tiempo se basaba en la charla que me estaba dando, lo cual después de más de 12 kms. De caminata a pleno sol como entrenamiento para el Camino de Santiago, me estaba saturando en exceso, así que le he pedido por favor que dejase la historia bíblica para otra persona, que yo ya la conozco.
Y, mientras tanto, sonando un bonito timbre que anuncia en la correspondiente pantalla el nuevo turno. Sería manejable el tema si sólo hubiera números para un turno, pero es que los hay para tres. Con lo cual, uno no sabe si le toca al de la letra A, al de la B (mi caso) o al de la C.
Al final otro señor, he aprovechado que se había ido Ubaldo a mirar qué billetes compraba en máquina para él, me ha conseguido colar, tras tres cuartos de hora de aguantar a pie derecho el soniquete evangelizador, los pitiditos del timbre y el cansancio de mis pobres pies.
¿Creerás que sirvió de algo que en su día pusiese una bonita reclamación _otra más_ a los señores de Alsa para que adaptaran el dichoso sistema de turnos mediante voz para personas con baja visión (ciegos, ancianos, despistados, etc)? Ja ja ja.
Si aún estuviera en la pastelería y la guapa dependienta fuese cantando nombre de bizcochos, bombones y demás… a juego con ella, me conformaba. Pero me indigna esto de las máquinas de turno sin adaptar, pudiéndose hacer. Pasa en Correos, en la estación y más y más.
Búscala, saca el tícket, pregunta a alguien que te diga cuál te ha tocado y espera con la incertidumbre de cuándo te tocará o si, encima, por cegato, se te pasará. Ah, y luego busca la ventanilla correspondiente… que esa es otra.
En fin. Lo he conseguido aunque por un pelo la taquillera no me vende billete de autobús que pasa por los pueblos, en vez de llevarme directo a Soria. Menos mal que me ha parecido demasiado barato y he preguntado. Que si no, me veo recorriendo la Alcarria, sin miel ni da ni regalá y media provincia de Soria como propina.
Otra vez más… ¡vivir para ver!
Buena noche.

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jueves, 7 de agosto de 2014

Esencias prohibidas



Buena tarde de jueves:
Como cada semana, aquí mi nuevo esbozo poético veraniego.
Que te ayude a sonreír.
Abrazos esenciales.

Esencias prohibidas

Frasco único de mágicos perfumes
Que nunca podré, pobre infeliz,  poseer.
Olor de tu piel, fluidos y sudor.
Vidrio y filigrana pretender
De lo que tú tanto tienes y nunca presumes.

Sábanas de raso, que tus desnudas curvas envuelven
Tu recuerdo en las noches claras de mi estéril primavera.
Sabor de tus besos, saliva y dulzor.
Revueltas al amanecer, prometedora
Excitación que a mis sentidos enloquecen.

Cajita de música donde tus sugerentes palabras guardar
Para mis tristes momentos de soledad.
Escuchar tus gemidos, jadeos de apasionado ardor.
Nácar y oro, tesoros de tu edad
En que conociste del sexo su despertar.

Cortinas que tamizan tus atrevidas miradas
Quién tus pestañas pudiera descorrer.
Acariciar tus pliegues, valles de fértil y ubérrimo verdor.
Encajes y vuelos, visillos del placer
Que yo jamás conoceré, ni siquiera  en mis fantasías más alocadas.

Tus prohibidas esencias...
Olor de tu piel, fluidos y sudor;
sabor de tus besos, saliva y dulzor;
escuchar tus gemidos, jadeos de apasionado ardor;
acariciar tus pliegues, valles de fértil y ubérrimo verdor.
Son la secreta euforia de mis experiencias.

Fantaseo con tus secretos aromas,
Sueño con tus íntimos besos,
Disfruto con tus gozosos susurros,
Imagino tus rosadas corolas.

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domingo, 3 de agosto de 2014

El cementerio



Buena noche de domingo agosteño y feliz semana.
Aquí mi nuevo cuento.
Que te guste.
Con cariño… un abrazo veraniego.

El cementerio

A Nicanor Candela siempre le ha atraído eso de tocar lápidas. El mármol con sus epitafios, le transmite algo así como una mágica energía. No podríamos decir de vida, siendo que la misión de esas piedras es tapar cuerpos muertos. Pero, sea lo que sea, la emoción que experimenta es, aunque extraña para todos, necesaria para él y para el disfrute de su espíritu. Al menos una vez a la semana y, siempre que sale por ahí, siente el impulso de impregnarse de esa energía inmortal que, cual mineral conductor, le transmite el mármol funerario. Y es que sólo le sucede en esos casos. Ha palpado estatuas suntuosas o escalinatas de lujo, con sus balaustradas y todo, y siempre le han dejado frío. Únicamente, es cuando el mármol se usa para lápidas, cuando le llega su calor.
Le gusta fijarse en la textura más allá de los datos que se hayan cincelado. Cierra los ojos e imagina lo que habrá debajo.
Tentaciones no le han faltado en más de una ocasión de colarse por la noche y, ayudado de las herramientas precisas, levantarlas para desvelar el misterio. Nunca se ha atrevido. La prudencia, el miedo o las normas pueden más que la curiosidad.
En cada viaje que emprende, allá donde vaya siempre son visita obligada este tipo de lugares. Él dice que por qué no había de hacerlo, si en ellos, se deposita la verdadera esencia de la Historia. Lo hizo cuando recorrió la Irlanda celta con sus druidas y sus robles, el París de la Luz o la Praga literaria. Allá los demás, que le criticasen y cerrasen los ojos a la verdadera atracción turística. Todo cementerio encierra en sí mismo historias de vida, obras de Arte y naturaleza.
Panteones reales, tumbas de escritores o grandes genios es lo que a él le gusta contemplar y tocar. Más de una vez ha tenido problemas por hacerlo. Ya se sabe… siempre está prohibido tocar. Hasta a la muerte te prohiben tocar. Siempre la misma excusa de que se deterioran las piedras, como si importara que una mano experta en tocares, interesada en algo más que la lejanía de lo que se ve, fuera a destruirlas. ¿Es que destruyen las caricias? Hay miradas que matan, pero nunca se dijo que las caricias lo hicieran.
Las guías suelen mencionarlos, cuando se trata de enclaves que albergan el sueño eterno de músicos, en el Central de Viena; el de Punta Arenas en Chile, con las leyendas en torno a su puerta de entrada; el Novodevichi de Moscú; o el neoyorkino Woodlawn; y, cómo no, el australiano de Waverley de Sidney. Todos éstos, y más, ha visitado a lo largo de sus años de veterano viajero el bueno de Nicanor.
Miles de losas marmóreas a su disposición de impenitente curioso. Unas ricamente labradas, otras humildes; todas, atractivas para él.
Si nos preguntáramos a qué se debe semejante manía, acaso encontráramos la respuesta en que sus antepasados siempre eligieron la incineración como destino final y dejaran dicho, en cada testamento, expresamente, que sus cenizas fueran arrojadas al azar de los elementos. De tal manera que el bueno de Nicanor no dispone de ningún sepulcro al que dirigir los recuerdos de sus mayores. Los recuerdos o los reproches o las peticiones.
Todo comenzó un lejano mes de septiembre cuando al dejarle tiempo libre los del circuito turístico al que se había apuntado, siendo un mozalbete ingenuo,  con la secreta intención de, por qué no, encontrarse con alguna fémina a la que deslumbrar con sus encantos, vamos, ligar y algo más, si se terciaba. No tuvo suerte con eso del hallazgo romántico _ah, las historias de novela y cine son siempre mentirosas_, pero sí con un descubrimiento. El de un recoleto jardín donde descansar. Un jardín, rodeado de altos árboles y bancos, de flores y paz. Al principio no vio nada más, pero luego al escuchar a unos niños bulliciosos que jugaban se percató de que estaba en un cementerio. Los niños marcharon con sus risas y sus cabriolas y él se acercó para ratificar lo que su intuición le dictaba. Todo comenzó allí, en una apartada calle de cierta ciudad famosa por sus lagos y sus parques. Tantos parques y tuvo que dirigirse precisamente a un cementerio.
Y ahora, experto en la materia, maduro explorador, empieza a cansarse de las grandes necrópolis por importantes que sean.
Siente que el mármol quiere decirle algo, pero no sabe qué. ¿Cómo podría saberlo?
Ha tratado de documentarse al respecto del poder de las piedras y su lenguaje, pero más allá del que se transmite en las catedrales o a través de las marcas de canteros, no ha encontrado nada que le aclare el misterio.
Y un buen día se encontrará, sentada en uno de esos bancos de cementerio, con una simpática anciana que otra cosa no hará si no dejarle un papelito doblado con una dirección.
Nicanor recurrirá a la sabiduría virtual que le ofrece Internet y entonces sabrá que en una remota isla del Pacífico sur, en la isla Mocha se encuentra un lugar al que las ayudantas de la Muerte, en forma de grandes ballenas blancas trasladan las almas de los grandes aventureros.
No lo dudará y comprará un billete, sólo de ida, al territorio chileno más próximo a semejante paraje.
Llegará hasta la isla y sí, en uno de sus promontorios rocosos, hallará otro lugar, sin duda, su lugar. Pequeños túmulos esculpidos frente al océano. Se irá fijando en cada uno de ellos hasta que… encuentre uno especial. Uno cuya inscripción no le ofrecerá dudas:
“Aquí yace el alma viajera de Nicanor Candela”

  
       

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