viernes, 26 de julio de 2013

Vacaciones, al fin



Sí, ya sé que muchos habría que estarían dispuestos a no tener vacaciones si ello, les supusiera que tienen trabajo.
Sé también que mis padres, como tantos otros padres, nunca gozaron de vacaciones hasta que no alcanzaron la jubilación.
Todo eso lo sé, pero a pesar de ello, no puedo por menos que compartir que hoy, para mí, es un viernes más alegre de lo normal. Y es que ¡tengo vacaciones la semana próxima! Bueno, luego volveré al trabajo entre el 5 y el 14 de agosto para retomar el “dolze farniente” y descansar en el cálido refugio de la familia y el pueblo.
La semana que viene, sin embargo, acometeré una nueva aventura, extraña para muchos, pero es que uno es así de extraño: emprender un viaje en solitario y eso pese a la ceguera. ¿Por qué no? ¿Por qué no voy a disfrutar lo mismo que lo hacen tantos otros caminantes solitarios? No negaré que viajar con mis lazarillos viajeros y demás cómplices no me resulte gratificante, pero hacerlo en soledad tampoco debe estar nada mal. Bueno, ya lo contaré.
Pero antes, esta tarde de viernes, quiero compartir lo que ha supuesto uno de los cursos vitales más intensos de mis 47 años de existencia. Visto en perspectiva, con ese balance que a mí tanto me gusta hacer, echando la vista (de ciego) atrás, me parece increíble que así haya sido.
   En septiembre pasado, como cada septiembre, me planteaba una serie de objetivos / retos. He de decir que, salvo el de hacer el máster en animación a la lectura, el resto se han visto cumplidos. Así que estoy moderadamente satisfecho.
La tecnología, esa aliada que tanto me ayuda en mi afán de participar como uno más, me ha exigido este año unas grandes dosis de capacidad de adaptación. Y es que el aprender a manejar un teléfono inteligente, un nuevo programa de entorno SAP en el trabajo y meterme de lleno en Facebook no ha sido nada fácil. Pero, bien lo sabéis ya, a día de hoy las manejo de manera satisfactoria.
Os he ido contando mis otros logros: mi presencia en librerías varias y medios de comunicación a cuenta de “Huellas de luz”, mi ascensión en globo, mis viajes y mis acciones solidarias.
La cultura ha seguido colmando mi insaciable sed de conocimientos mediante esos clubs de lectura, esos conciertos y musicales de Jaime Urrutia, Sonrisas y lágrimas o El rey león. Y naturalmente mediante charlas compartidas y, por supuesto, la buena mesa. No olvido tampoco mi asistencia a conferencias en la Fundación Juan March, tan ilustrativas.
Superar, con éxito, una intervención quirúrgica y recibir el bálsamo de los cuidados familiares además de las numerosas muestras de apoyo, fue también algo que no olvidaré.
Mucha emoción en momentos como aquél en que me postré ante el apóstol Santiago tras haber llegado como peregrino, la visita a Fitur, siempre que recibo vuestra admiración y aliento a través de palabras y gestos, cada vez que llego a la meta, aun sabiendo que no es tal, sino el inicio de nuevos caminos, cada ocasión que tengo de transmitir mi mensaje mediante el testimonio, y cómo no, el humor.
Y esos intentos de aprendiz de poeta que parecen haber dado frutos apetecibles para quienes me leéis sin, dejar, por supuesto, la creación de cuentos dominicales y el relato de mis andanzas cieguiles.
Es verdad, muchas cosas. Estoy muy cansado porque todo eso me exige, pese a que ni lo piense en el momento ni pretenda la autocomplacencia o el victimismo, un notable esfuerzo por no ceder al desaliento y al desánimo. Además, claro, de procurarme alternativas y asimilar continuamente.
Aprender cómo llegar, saber la manera de esquivar barreras y obstáculos sin que importen los golpes o los fracasos.
Por supuesto ¿yo solo todo eso? Claro que no, sin vuestro aliento y partícipe compañía no habría conseguido prácticamente nada de todo lo que hoy puedo decir que he hecho.
Mientras, hace 4 años, a esta hora más o menos quedaba en una terraza con un grupo de amigos la víspera en que partiría rumbo a los Países Bajos y Nuria me regalaba una sandía, mientras aguardo a que Nuria me diga que está llegando para irnos a tomar un helado rico rico o lo que se tercie, no puedo por menos que agradecerte el que hayas estado en todo momento ahí al lado, ayudándome a conseguir tanto.
Mientras, también, con nostalgia, evoco, dos años atrás mi participación en la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid, echando de menos no estar en Río de Janeiro cerca de este nuevo papa, tan cercano y especial.
Asturias, Zaragoza, Sevilla, Granada, Alicante, Valencia, Soria, Cuenca han sido tantos lugares visitados.
Sorpresas y descubrimientos como Kulixka y Restaurante Manolo.
El braille en mis dedos, palabras y luz: emprendiendo la experiencia del teatro leído o aquellos productos en que está presente.
 En fin, el día a día: atreverte a salir a la calle con el bastón, sin saber con qué nueva dificultad te encontrarás o quién se cruzará en tu ruta.
Yo qué sé.
Que pueda seguir ahí, que pueda avanzar siempre adelante, que no me abandone este espíritu.
Que el nuevo curso sea tan pleno como el pasado y, lo más importante: que nadie de vosotr@s me falte. Y, por qué no, que alguien nuevo se incorpore a esta legión que sois mi estímulo y energía.
Va por vosotr@s. ¡Un apretado y cálido abrazo de luz y fuerza!



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jueves, 25 de julio de 2013

No me atreví



Un jueves más comparto mi vano intento de cantar a la luz en forma de poemas desde la oscuridad.
Que estéis bien.
Con cariño.

A tocar tus mejillas de melocotón con mis manos de luz,
a perderme entre tus pliegues de sedoso canesú.
¿Fui prudente o cobarde?
A explorar tu geografía de valles y colinas,
A escribir, sin letras, en la hoja blanca de tus blancas piernas.

A cortar un mechón de tus rizos leñosos, ramillete de fragante flor,
A buscar las ubérrimas golosinas que endulzan tu sabor.
¿Fui educado caballero o tonto perenne?
A susurrar en tus caracolas melodías de te quieros,
A beberme el almibarado néctar de tus deseos.

Querría haber sabido cómo eran tus labios de cereza,
Veredas de placer que alborotan mi cabeza.
¿Fui vergonzoso de a pie o  analfabeto humilde?
Desearía tanto que ciego dejara de ser
Por descubrir la Belleza que habita en ti, adorada mujer.

Tusfaros de luminosa guía, lugares donde me perdería.
Tu voz de terciopelo, yo, necesitado de palabras, anhelo.
¿Fui cortés o plebeyo triste?
Tus sinuosos tesoros, ay, pobre explorador, son mágicos señuelos.
Tus dedos, mapas que encienden mis deseos.

No me atreví y me despedí,
Dos pobres besos te di.
Adiós, amigo, me dijiste.
Y yo, subí al tren, con sentimiento triste

Fui cobarde,
Tonto perenne,
Analfabeto humilde,
Plebeyo triste.

¡No me atreví!
  



   

       

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martes, 23 de julio de 2013

Dando pasos en el camino de la solidaridad



Tú que, tan bien me conoces, sabes que alguno de mis lemas hablan de que “lo verdaderamente hermoso es compartir lo que uno tiene más que dar lo que te sobra” o que “sin ayuda uno no es que no sea nada pero es muy poco”.
Pues bien, a partir de estas premisas en las que creo “ciegamente” (valga la ironía) y de que aspiro a hacer de este mundo un hogar más cálido, siempre he soñado con ejercer la solidaridad. Desde que, de niño, quise ser, antes que arqueólogo, misionero, hasta la actualidad en que a partir de la buena mediación de gentes de BBVA, auténticos amigos, he participado en acciones de plantada de árboles, testimonio con reclusos y donación de los derechos de Huellas de Luz a la Fundación Alaine.
  Pero uno siempre quiere más, siempre cree que puede hacer más. Y por eso lucho con todas mis fuerzas por ser ejemplo de luz y superación, así que siempre que puedo afirmo, sin ningún género de dudas, que “si yo puedo, tú puedes”.
Mis escritos en pro de reivindicar mejoras en la accesibilidad para los discapacitados, mi afán por regalar una sonrisa a quien se cruza conmigo, etc. Son también intentos de caminar por la senda de la solidaridad.
Y por esa misma senda he empezado a dar unos nuevos pasos, desde hace unos meses, con la enorme ilusión de estar a punto de alcanzar otro gran reto que siempre he deseado cumplir: el de, más allá, de todo lo dicho o de aportar una cantidad económica (siempre pequeña para lo que se necesita), ejercer como voluntario con aportación de mi saber (seguramente también pequeño) y capacidad.
Así que, por aquello de los apoyos, Leonor, la presidenta de la ONCE en Madrid, me propuso, junto con Elena y otras dos compañeras discapacitadas visuales, poder embarcarme en un proyecto pionero consistente en hacer voluntariado en Cáritas.
Como la muleta que se muestra al toro bravo, acogí la invitación con la mayor de las ilusiones.
El proceso consistiría en asistir a una primera charla de captación con otros tant@ candidat@s sin discapacidad donde se nos mostraría la estructura y labor de la Institución.
Después, si aún seguíamos interesados, rellenaríamos una ficha y se nos convocaría a una entrevista personalizada para concretar nuestros intereses y preferencias en cuanto a los diversos programas de Cáritas.
Todos estos pasos los hemos dado ya y hoy he vuelto a tener una entrevista en la que se trataba de llevar mi ordenador adaptado y ver cómo me podía manejar en sus aplicaciones. Más o menos he podido hacerlo aunque no sean todo lo accesibles que deberían.
Aún queda por concretarse la tarea en que se me va a englobar. Es la primera vez que en Cáritas va a ser voluntario una persona ciega total (al menos, eso parece)) y se trata de ver qué posibilidades reales tenemos de aportar.
Hemos hablado de acciones de sensibilización, por la experiencia que pueda contar, de acciones formativas en materia cultural o de alfabetización, tareas administrativas (mantenimiento de bases de datos, responder correos, atención telefónica) o de redacción de noticias cara a las redes sociales, etc.
Las vías siguen abiertas y deberemos ir profundizando hasta dar con el lugar adecuado, tanto para los beneficiarios como para mí.
No querría que fuese aquello de “salida de caballo y parada de burro”, sino empezar dando pequeños, pero firmes pasos.
No querría tampoco que mi acción de voluntario acabe suponiéndome exceso de implicación o frustración ante la tarea o los dramas que pueda encontrarme.
Y claro, el lugar al que vaya deberé conocerlo de tal forma que me resulte accesible por estar ubicado cerca del Metro.
  Estoy muy ilusionado con todo esto, aunque también con la responsabilidad de no ofrecer más de lo que pueda realmente comprometer.
Estoy convencido de que puedo compartir algo de mí y ayudar, aunque sólo sea un poco, a que alguien se sienta mejor gracias a mi pobre ayuda.
Seguiré contándote cómo va la cosa Pero hoy creo que se ha avanzado notablemente, habiendo demostrado lo que es mi filosofía: resulta que al tratar de conectar el ordenador a la red inalámbrica, no había forma de conseguirlo. Después de mucho intentarlo, de llamar a unos y a otros, al final se ha conseguido. Esa es la cuestión: no cejar en el empeño, no rendirse hasta no haber agotado todas las posibilidades.
Y, para terminar, una anécdota: a la ida he preferido ir en taxi (por aquello de no llegar tarde a la cita) y al decirle al taxista que iba a un edificio de Cáritas, me ha preguntado si es que iba a pedir algo. Al responderle que estaba en vías de ser voluntario y constatar que soy ciego total, se ha debido de impresionar porque cuando hemos llegado a destino, no ha consentido en que le pagara la carrera.
Ah, y trasteando en las aplicaciones de Cáritas, he podido comprobar que ya aparezco como voluntario con mis datos y todo. Qué emoción.



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domingo, 21 de julio de 2013

El tesoro de la Sierra del Perdón



Que esta semana que empieza sea para vosotr@s augurio de vacaciones y felicidad.
Que estéis bien.
Con cariño de cuento feliz.

¿Qué vínculo podía haber entre un viejo almendro con sus ramas artríticas y el tronco decrépito, y un cenagal en el que las miasmas y la chatarra de la vida eran sus miserables moradores?
Un solitario árbol en medio del paisaje agreste de barrancos pedregosos. Sin duda que una vez debió de ser joven, preñado de flores blancas, como vestido de novia y fecundo en exquisitos frutos, como mesa de madre. Mas ahora, nada queda de todo aquello.
Cerca, una ciénaga de podredumbre repleta quizá conozca el secreto. También, ella hubo, algún lejano tiempo,  de colmarse con aguas transparentes, cuna de sueños de niño y lecho de hermosos nenúfares y juncos.
Vacío, soledad, abandono, gemidos de un viento mensajero de desolación y muerte. Así es el entorno que recibe a Miguel a su arribada al paraje de la Sierra del Perdón.
Poco tiene que ver lo que ve con la idea que se forjara al partir de su mundo de rutinas y comodidades.
Sí, rutinas y comodidades que ahogaban su espíritu curioso. Le decían que todo estaba ya explorado, que nada quedaba por descubrir, que su tiempo tendría que haber sido el de los grandes viajeros del siglo XIX, que a él nada le quedaba por hollar que no hubiese sido hollado en continentes lejanos y océanos sin fin.
Pero él no quiso escucharles, no se rindió y aferró su última ilusión con la desesperación del náufrago que se niega a sucumbir ante la voracidad de olas inmisericordes y devoradores del mar.
Y es que, un día, en un polvoriento atlas leyó que había un lugar remoto y olvidado de los hombres. ¿Su nombre? La Sierra del Perdón.
¿Un paraje con nombre de perdón? Se extrañó porque ¿tanta falta hacía que se dispusiera de un sitio como aquél? ¿Era preciso crearlo? ¿Es que no bastaba con el corazón para perdonar?
 Indagó, buscó, se documentó y se puso en marcha.
No desistió hasta llegar a la meta.
Sólo él supo la distancia recorrida y las dificultades con que se topó.
Preguntó, durante su odisea, al azor y al águila, a la amapola y a la cochinilla, al espliego y al cantueso, a un loco, incluso. Todos le decían que siguiera adelante, que le quedaba poco. Lo que no le contaban era lo que hallaría al llegar. No querían cegarle con la negra verdad.
Y es que lo que encontraría, lo que encontró, no sería otra cosa que aridez y abandono, inmensas vetas de sal hijas de desconsolado llanto, grietas que no eran sino verdugones en la tierra yerma.
¿Así era la Sierra del Perdón? ¿No había nada? Se arrodilló posando sus manos en ese despojo, apoyó su espalda sobre el arrugado tronco y tuvo la tentación de llorar. ¿Llorar? ¿También él contribuiría con sus lágrimas a colmar la sal que lo dominaba todo?
Se fijó en la charca. Esqueletos, calaveras que le sonreían desde su vaciedad, jirones de purulentos pellejos.
Sus más íntimos miedos parecieron ser el coro que entonaran la canción del odio y el rencor. Negros nubarrones se abalanzaban sobre aquel cielo lunar. Oscuridad, truenos apocalípticos, un vendaval.
Instintivamente se abrazó al mellado tronco que creyó se desgajaría ante su desvalimiento.
Pero no, no supo cómo, el decorado empezó a cambiar.
Un fastuoso castillo se alzó ante sus ojos, allende la charca que ahora era un majestuoso estanque con balaustrada y embarcadero.
El castillo, hermosa construcción con almenas y esbeltas ventanas le llamaba con el rastrillo levantado; una doncella asomada al ventanal le sonreía incitadora
; un vergel de rosales y jazmines, dalias y orquídeas, frondosos árboles se perdían en aquel onírico horizonte de lujuriosa vegetación.
-Mi nombre es Rosalina, la prisionera y cautiva de mi señor. ¿Querrás ser tú quien me libere?
-¿Yo, hermosa doncella? No tengo espadas ni mosquetes para la lid. ¿Cómo habría de ser vuestro valedor?
-Si os atrevéis a penetrar en esta fortaleza, el valor será vuestro mejor aliado. El valor y el perdón.
-¿El perdón?
-Yo, señor; era virgen cuando fui entregada al rey de este lugar. Contenta, me avine a los deseos de mis padres. No sospechaban, yo tambpoco lo habría hecho, que me entregaban al hombre más cruel que jamás hubiera. Tanta maldad, tanto dolor era capaz de causar. Yo era inocente, débil, honesta. Me encerró en esta cámara y desde aquí me vi obligada a contemplar sus crueles actos. Mataba, violaba, descuartizaba. Yo quise, puesto que morir no podía, quemar mis ojos. Tampoco me fue concedida semejante súplica. Los años se sucedieron, la sangre lo cubrió todo, los gritos de los desgraciados se hicieron compañeros de mi soledad. Él murió. YO seguí aquí. Nadie venía por mí, nadie viene, el almendro que me regalaba sus dádivas tampoco está. Siempre esperando, anhelando que el joven príncipe de mis sueños me rescate. ¿Seréis vos, acaso?
-¿Un príncipe yo? Jajajajajaja. Si tan solo soy un mísero soñador.
Miguel, sonámbulo, quiere tocar unas mejillas que se le aparecen de mármol. ¡No hay nada! ¿Quién es esa mujer que le habla?
Un horrísono estruendo de hierro se escucha a su espalda. Sabe que ha sido apresado. La joven ya no está. Ha sido sustituida su figura de alabastro por una mazmorra, una tumba que cada vez se cierne más opresiva, hurtándole el aliento.
¿Qué puede hacer? ¿Rendirse? ¿Otra vez cantos de sirena. No, ilusión es su fuerza invencible. Y perdón. Perdón a aquella doncella que le ha seducido llamándole, fantasma aparecido; a aquéllos que  no le dijeron la verdad, tanto como les preguntó; a aquellos, en fin, que no quisieron decirle que sí había aún algo nuevo por descubrir: la inocencia de un niño que abre sus ojos atónitos ante la magia, la esperanza de un ciego luchador, el amor para él a pesar de que nadie confió en que lo descubriría.
Siente, aún siente. Percibe las nudosas arrugas de aquel tronco de almendro. Y sabe que todavía sigue vivo. Pero algo más comprende: que habiendo perdonado ha liberado a la desgraciada Rosalina de su hechizo. Ahora sí, ahora puede acariciarle sus mejillas que ya no son fantasmales, sino de una suavidad de satén. Ya no le importa perderse porque, de hacerlo, lo hará en unos ojos de cielo estrellado. Acaricia y no se cansará de hacerlo. Es tan suave su piel.
La charca, con su perdón, se ha limpiado y hasta ella, ahora sí, Miguel, colgado de una grácil cintura, se asoma para ver cómo en ese estanque hay un tesoro ignorado de todos.
Y Miguel y Rosalina poblaron de nuevo, con su vida, la Sierra del Perdón, una sierra que tú podrás encontrar si eres capaz de atreverte a atravesar el castillo de los sueños y caminar por la vereda de la fantasía en cuya meta encontrarás… ¡a Miguel y Rosalina!

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jueves, 18 de julio de 2013

¿De qué color son los colores?



Que os aproveche. Con cariño.

Amapolas en campos de Castilla, labios rojos de ubérrima tierra roja.
Fuego candente que en tu fragua es, lava  que sobre mi piel, con tu fuego,  tesoros forja.
¿De qué color ves los colores, ciego amigo?
Cerezas en carnosa sazón, dulcísimo fruto que mi boca en tu boca moja.
Coral de afiligranado joyero, lecho que tus apasionados sueños aloja.

Verde hierba empapada de tu rocío, frescor de mi mejor mañana.
Musgo apretado sobre tu leñoso tronco, alfombra de mi pasión ufana.
Me preguntas, con curiosa intriga.
Alimento que a mi alma sacia, verde doncella devorada de tus manos, manzana.
Esperanza, con tu amor, iluminas mi oscura rutina cotidiana.

Rayos de cálido sol, caricias sobre mis mejillas con tus tibios rizos.
Oro bruñido de tu risa, confite de mi mágico bautizo.
Sensaciones son para mí los colores, te digo.
Refrescante limón por tus poros, con mis dedos de seda, deslizo.
  Amarillas espigas de trigo, fruto de nuestra semilla que mi universo, hizo.

Azahar, perfume inigualable que de ti, inhalo.
Zumo que tras cada noche de amor gozada, para ti, preparo.
Admirada quieres que, aún más, te diga.
Rosetón de almíbar que lamer quisiera de tu fuente, gajo a gajo.
Junto a ti, anhelo,  en aquel misterioso jardín, soñar bajo el viejo naranjo.

Espumeante ola de mar azul que nos envuelva.
Cielo limpio de atardeceres, unidos, para siempre, nos vea.
Abres tus ojos para, con ellos, ahuyentar de los míos, la negra hormiga.
Danubio que vea. Enamorado que de él, su vals, sólo para nosotros, suena.
Taza de porcelana milenaria en que beberé tu regalo, exquisito té de menta y hierbabuena.

Rojo fuego de amor y pasión.
Verde hálito de esperanza e ilusión.
Amarillo oro de próspera indisoluble fusión.
Anaranjado manjar de placentera perversión.
Azul melodioso de viajes con la única meta de tu alma por conclusión.
      
          

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