domingo, 30 de junio de 2013

Manolo Castañar, el frutero de la A-4



Comenzamos julio con sus Operación Salida y sus proyectos de viaje.
No he podido resistirme a recordar aquellos símbolos de la ruta.
Que estéis bien y tengáis los mejores auspicios de vacaciones.
Con cariño y de corazón.

Otra temporada más te situarás en el kilómetro 285 de la carretera de Andalucía, la A-4. Pregonarás tu mercancía y esperarás que no te pase nada.
Sabes que ya no se lleva eso de vender fruta en la carretera, que no cumples con tanta ridícula norma alimentaria de esterilización, preparación, desinfectación, desparasitación y no sabes cuántos “ción” más.
Te pondrás en ese punto kilométrico porque así lo manda la tradición familiar. Siempre habéis estado allí, verano tras verano, endulzando la ruta de tantos y tantos como transitaron en pos de merecidos descansos y añorados disfrutes.
Eres el último que lo hará. Bien lo sabes. Tus hijos estudiaron para ser algo en la vida, como si lo tuyo no hubiese sido nada: cultivar la tierra, regarla, amarla, sacarle su delicioso jugo en forma de melones y sandías, las mejores de Andalucía. Nada que ver con las actuales que traen de invernaderos y lejanos países. Tu melonar siempre fue el mejor y las sandías para qué contar. Cuando éstas eran despreciadas las tuyas se buscaban como ambrosía de púrpura principesco.
Montarás tu chiringuito, un pequeño techado de lona, un mostrador y un cartel: “Frutas El Castañar, melones y sandías sin par”.
¿El lugar? Un ensanche en el arcén de una recta. Hubo tiempo en que estuvo arbolado, ahora algún mísero matojo que se agarra a ese erosionado suelo es lo único que queda. Casi como tú, sí.
Pasan y pasan vehículos. ¡Qué prisas llevan ahora! Antaño, todo era más despacio. Entonces iban cargados hasta los topes en la baca de un coche que se calentaba, el SEAT 600, cómo no. Los días 1 de agosto eran triunfales: iban la familia completa y regresaba el padre hasta el viernes siguiente en que volvía y el 31 del mes el ritual tocaba a su fin. Ahora ya no sabes cuándo irán y cuándo regresarán ni quiénes van o vuelven.
 Qué tiempos, tiempos de botijo y fiambreras. Ahora, han mudado por latas de refrescos y tuperwares. Los niños ya no leen tebeos, ahora llevan unas maquinejas que deben de estar mu limpias porque no hacen otra cosa que pasarles el dedo.
“Las cosas no van bien”, te dice el Ambrosio. Y tú, Manolo, que sí, que aún no es pa tanto. Que mu mal estará to, pero que aún pasan los autos, y qué autos. De aquellos utilitarios a estos bólidos.
Eso sí, las mujeres siguen siendo mu, pero que mu reguapas. Y encima ya no tienes que esperar a las suecas pa verles el muslamen que ahora las españolas bien que lo enseñan y más. Que vaya que sí, en eso de la tela sí que debe de haber crisis porque vaya usté a ver qué escotazos y qué pantaloncicos.
Y mis hijos que qué pesao eres, papá. Que te jubiles ya. Y yo que no, que mientras pueda a mi finca y a mi venta. Que no sabré de modernidades, pero de calidad buena, de eso sé un rato largo.
-¡Melones, sandías, sandías, melones. Lo más dulce de esta tierra.!
Ala, otro cochazo que pasa. Ande irá con tanta priesa.
Uy, ese parece que va a parar. A ver si hay suerte.
Vaya, cómo no, quién iba a ser. Un vejete como yo. Si es que otro no podía ser.
-Don Manuel, ¿no se acuerda de mí? Todos los años que llevo pasando por aquí y usted siempre tan puntual.
-Aaah, pues no me acuerdo de su cara. Circulan tantos por aquí…
-Sí, sí. Ya sé, que usted es una institución. Vaya, tanto como el cartel del toro de Osborne. Jeje.
-Hombre, no me compare con el toro, no sea que me crezcan cuernos y…
-¿Hace un melón de los ricos ricos?
-Hace uno u dos si se tercia. Tenga, pruebe pruebe, que este año han salido de miel.
-Sí, como siempre. Una delicia.
-¿Viaja solo?
-No, que voy con la mujer y el chico. Parece que aún se fían de este viejo como conductor. Dicen que me jubile, pero yo me resisto. La única pasión que he tenido en la vida y me la van a quitar.
-Mientras usted se vea bien…
-Verme, verme, no es que me vea muy bien, pero para conducir por carretera me las apaño.
-Ale, que sea por muchos años.
-Muchos, muchos no serán, pero mientras sean aquí me pararé.
Se va, otro coche que se detiene. Unos chinos paran. Lo que hay que ver. De los marroquíes que hacían la Operación Paso del Estrecho a los chinitos que “lata lata” y “aloz aloz”. A mí, mientras compren…
¿Pasará este año el autocar de la playa? Ojalá, que eran siempre buenos clientes.
Y cómo venían. Que paicían gambas de Huelva de lo coloradotas y quemadicas que venían. Cómo no me iban a comprar si se les había metido el Lorenzo en el alma de tan morenas que se habían querido poner.
A cuánta parroquia me ha tocao atender durante mi vida. Y de todo pelo, oye. Ahora que sabrán mucho de to, pero impertinentes y raros cada vez lo son más.
Anda, se va pasando el día y no se está dando mal. Pronto echaré el cierre hasta mañana. Qué día, horas y horas vendiendo fruta, años y años. Toda una vida.
-Señor, ¿qué vende?
-Melones y sandías, las mejores de Andalucía. Mire, mire qué buena pinta tienen.
-Es que no las veo, que soy ciego.
-Ah, tenga tenga, que ustedes los ciegos son mu listos. Y buen morro, permítame, que tienen. Y qué buen humor. Que yo conocí a la que venía con los iguales por casa y qué maja que siempre fue. Tenga tenga, pruebe. Eche la mano que es como mejor sabe la fruta,a mordisco.
-Sí, como casi todo. Como mejor sabe es mordiendo, jeje. ¡Qué ricoooo! Deme un melón y media sandía.
-Tenga, cójalas. Ahí tiene. ¿Viaja lejos?
-Voy a Úbeda a contar cuentos. Soy cuentista, jejee.
-¿Cuentista? Me da que hay otros que le echan más cuento que usté.
-Bueno, vamos a continuar. Que me esperan. Muchas gracias por su amabilidad.
-Gracias a usted y a la “chofera” que lleva, que… Si es que ya le digo: ustedes, ver no verán, pero listos… mire que son listos. Buen viaje y a la vuelta me cuenta.
-Vamos, Albertito que llegamos tarde. Ya he echado gasolina y demás. De aquí a Úbeda no queda nada.
-Buen hombre, hasta la vista.
¿Hasta la vista? Qué humor tiene. Bueno, Manolo, echa el cierre que mañana más.
¿Qué tal se dará mañana? ¿Con quién te encontrarás? Ah, esta carretera, no es mala escuela esta carretera.
-¡Oiga oiga, documentación! ¿No será gitano? ¿No habrá robado…?
-¡Pero ustés que se creen que es el Manolo? ¿Será posible? Estos niñatos de la Guardia cevil. Qué licencia y qué carnet de manipulador de alimentos y qué chirimoya muerta. Me viene ahora con éstas a mis años.
-Nos tememos que…
El noticiario de la radio, al día siguiente, anunciará que ha caído otro símbolo de la carretera so pretexto de la modernidad y la higiene.

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sábado, 29 de junio de 2013

Ser ciego



Sí, soy ciego, 26 años ya sin ver. Los recuerdos de colores, paisajes, formas y espacios se han borrado prácticamente ya de mi retina y de la memoria. Hubo tiempo en que cuando soñaba, aún lo hacía viendo colores; ahora ya, ni eso. No ver tantas cosas, ¿qué aspecto tendrá mi familia? ¿Cómo seré yo? ¿Cómo seréis vosotr@s que me seguís? Ya se, ya; lo importante es la persona, no el aspecto físico, pero… Pero, qué queréis, a uno le gustaría ver a esas chicas quelucen pierna y escote, esos árboles y flores, esos monumentos, tantos esos…
¿Qué hacer? ¿Lamentarme por no poder ver lo mucho que hay que ver? ¿Sentirme un inútil desgraciado que tiene que poner buena cara al mal tiempo? ¿Llorar? ¿Arrojar la toalla? ¿Darme de cabezazos contra la pared? No, mejor no; no sea que se inunde el mundo con mis lágrimas, le dé a algún inocente (siempre pasa eso de que pagan justos por pecadores) un toallazo o me cargue la pared y provoque un desplome.
Reírme del mundo porque, total, como no sé la cara que pondrá al hacerlo, ¿qué más da?
¿Conformarme? ¿Asumirlo y valorar que otros sentidos se han agudizado?
Hay quien dice: “total, pa lo que hay que ver, qué más da”. Pero, ¿qué dirían esos mismos si supieran que un día se quedarían tan ciegos como yo?
Otros dicen: “ojos que no ven, corazón que no siente”. Y yo… “ojos que no ven, hostia que te das”.
 Frustración, barreras, tristeza, anhelos, fantasías, miserias.
No, no. Siempre adelante, tenacidad, empuje, ironía, testimonio, lucha.
¿Qué me queda? Ciego soy, pero aquí estoy. Mirando al mundo a través de la pantalla de este ordenador portátil gracias al que llego hasta ti.
Ciego soy, mas fuerte soy. ¿Por qué no? Si, quién sabe, por qué no, tal vez, acaso, con mis palabras, actitud y sonrisa podría conquistar a la más hermosa de las mujeres, ¿por qué no, entonces,  iba a ser capaz de conquistar el mundo?
Y, si no, siempre me quedará aquello de “date un porrazo y verás las estrellas”. Ja, pues que el porrazo me lo dé contra dura curva de mujer porque, al menos, después de que descubra que es mentira eso de que ves las estrellas cuando te golpeas, me habré levado un buen roce por delante.
Sí, la ceguera ha venido hasta mí para quedarse. Tendré que tratarla bien, hacerme amigo de ella, no sea que le dé por causarme más dolor aún.
¿Qué me queda? Claro, qué me va a quedar: la ironía, la satisfacción de que estoy conquistando, si no el mundo, sí la literatura.
Que mi sonrisa no se ha quedado ciega como yo, que mi poesía y sensibilidad, tampoco.
Que tengo mucho que contar, que se puede y merece la pena, que si yo lo logro, ¿por qué no ibas a lograrlo tú?
Ya sabéis: siempre adelante, lo fácil no es divertido, lo divertido es hacerlo por ti mismo.
Bonita manera de celebrar este sábado de fiestas en honor de san Pedro y san Pablo, ah, claro: felicidades a los Pedros, Pablos, Petras y Paulas.
Y, eso por supuesto, sin dudarlo: jodido pero agradecido. Ciego pero contento.
Cómo no, si estás tú ahí que me escuchas y aguantas, si encima me quieres y todo.
Ver, no veré, pero… ¡que me quiten lo bailao!






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jueves, 27 de junio de 2013

Quien



Buenas noches:
Para ti mi nuevo poema.

Quién

Olas de espumeante mar que tus pies lamieran,
arenas doradas de blanca playa que tu cuerpo envolvieran.
Quien, para ti, fuera.
Sábanas de raso satén que, en el lecho,  tu desnudez cubrieran,
perfumes embriagadores que a tus poros impregnaran.

Caballo alado sobre el que tu fantasía cabalgara,
golondrina viajera que tus ilusiones cantara.
Quien, por ti,  soñara.
Delfín saltarín que a su lomo tu corazón portara.
Gacela feliz que tu ilusión llevara.

Abanico que abanicar pudiera
Tu lenguaje de secretos.
Quien, de ti,  poseyhera.
Flor de coloridos pétalos
Que junto a tu pecho, germinara.

Dulce jugo que tu sed, saciara;
Azucarado manjar que tu boca, devorara.
Quién, a ti, conquistara.
Apergaminado libro que tus manos, acariciara;
Joya de jade que tu cuello, abrazara.

Ser, yo quiero;
soñar, tus sueños espero;
poseer, tus deseos prefiero;
conquistar, tu goce primero.


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domingo, 23 de junio de 2013

El Estatuto de la Muerte



Tras el paréntesis del pasado domingo, en que no escribí relato por encontrarme disfrutando de mi pueblo, comparto uno nuevo. La luna llena, la noche de san Juan… todo parece haberse confabulado para que doña Musa me haya traído esta loca inspiración.
Que estéis bien.
Con cariño. Buena semana.

Un oscuro antro, lleno de telarañas y enseres rotos recibe al recién llegado. ¿Cuáles serán sus intenciones?
Mira en su derredor, apenas si queda nada en su sitio, el desorden es épico. ¿Nada? O… quizá, sí. Un lápiz despuntado y un viejo libro tirados sobre una carcomida mesa, peligrosamente ladeada. Ah, y una calavera que sonríe, pérfida, diabólica.
Es noche cerrada. Tan solo, la luna y una miserable farola iluminan el lugar.
La escueta claridad se cuela a través de una ventana abierta, sus cristales rotos así lo denuncian. Por ella ha entrado, no se ha molestado en tratar de hacerlo a través de la puerta que, por cierto, se encuentra revestida de la herrumbre y las grietas.
Desolación, tenebroso silencio, opresivo vacío.
No se arredra, no obstante. Pisa fuerte, pisa firme y el efecto de su presencia no tarda en dejarse notar: los fantasmas del polvo,  el destierro y el olvido rápidamente salen a su encuentro.
¿Qué busca? ¿Qué pretende?
-¿A qué vienes a romper nuestro descanso, inglés?
-¡Márchate, vete!
Todo chirría, el vendaval aúlla.
Otro con menos temeridad que él, habría huido, ni siquiera habría llegado hasta allí. Pero él no, él se cubre con la capucha de su negro tabardo, se emboza y aprieta los nudillos hasta dejarlos como la nieve.
No es valor lo que tiene, es apremio; no es empeño, es negra desesperación.
Es su única oportunidad, la última. Debe hacerse con el libro, el Estatuto de la Muerte, abrirlo y escribir en él con mano diestra un mensaje, una rúbrica.
Ya lo ha visto, ya sabe dónde está, va a abrirlo.
-¡Nooooooooo!
Un agudo chillido le ha interrumpido. A su pesar, el vello se le ha erizado.
Un viejo piano, esquelético, y cuyas solas teclas que muestra son las negras, aporrea el silencio. Nadie puede haberlo tocado. Pero su sonido… estremece de horror.
Al tiempo, unos rítmicos golpes se oyen fuera. ¿Llamará alguien? ¿Se acercará otro recién aparecido?
Lord William, el otrora gigante, mancillador de doncellas y casaderas, invencible en mil batallas, anhela esa muerte que él a tantos propinó. No le  importa cómo sea: desangrado, ahorcado, desmembrado. ¡Quiere morir! Morir y descansar, descansar de su eterno vagar entre los acantilados y riscos, condenado sin fin a una vida sin vida.
La Dama Negra no le quiere, le rehuye. ¿Por qué si harían tan buena pareja?
Alarga sus febriles pasos en pos del libro, su mano enguantada se adelanta. Mas algo le impide alcanzar lo que tan cerca tiene.
¿Qué podrá hacer?
Desenvainar su sangrienta espada, tan manchada de rojo líquido que ya su acero tornó en púrpura?
De nada le serviría.
¿Encomendarse a los condenados moradores del Averno?
Él bien lo sabe: no le escucharían. Nunca lo han hecho.
Maldice, blasfema, se desespera.
-¿Qué buscas, hombre rudo?
-¿Quién habla? ¿Eres otro más de los que quiere burlarse de mí?
 -Soy tu destino.
-¿Mi destino? Si tienes los ojos vaciados, eres una inútil calavera.
-Inútil o no, a mí si me puedes coger. Y si me coges a mí, podrás coger el Libro.
Así lo hace, de esa guisa procede y, al hacerlo, el muro invisible parece haberse desvanecido.
Aferra el lápiz polvoriento y lo afila con su espada. No le tiembla el pulso, ahora, como nunca le tembló al asesinar y violar. Escribe y firma. Y entonces…
Sus vestiduras, su piel, su cuerpo se disuelve. Los huesos se desmoronan. Tan solo queda… una miserable calavera.
A la mañana siguiente, sí, unos vulgares ladronzuelos que comienzan, unos chicuelos, entrevén el fulgor de metal. Se abalanzan sobre él. No miran nada más, no se fijan en que un cráneo  pelado les ha observado y, quién sabe, podría decirse que hasta ha compuesto una maliciosa mueca de complicidad y venganza, sabedor de que un día lejano aún, ellos lo ignoran, naturalmente, querrán ser como él.









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sábado, 22 de junio de 2013

Fin de semana en Fuentestrún: vivencias de mi pueblo



Dedicado a mi prima María Gil Gil que, hace unos días indicó un “Me gusta Fuentestrún” en Facebook, comparto vivencias que experimenté el pasado fin de semana en mi pueblo, ese Fuentestrún de la Meseta castellana en el nordeste soriano, a tiro de piedra del Moncayo.

Ya comenté algo de la odisea que me había supuesto llegar al autobús que me conduciría hasta él. La estación, uno de tantos intercambiadores de Metro y autobuses que hay en Madrid lleva de obras largo tiempo. El caso es que ahora se ha cambiado el lugar desde donde parten los autobuses de largo recorrido. Tuve que hacer un estupendo ejercicio de paciencia ante la sempiterna respuesta de la gente: “siga recto, al fondo, para allá (señalan con el dedo)”, nadie me ofrece su brazo,  pero, claro, ¿cómo seguir la línea recta en un espacio sin paredes ni caminos que la marquen sin ver? ¿Con columnas, bancos y personas con sus equipajes que te obligan a esquivarlos? En fin, llegué, claro que sí, cómo no. “Ése es el autocar” “¿Está abierto, puedo subir ya? “No, espere” “¿Estaré al lado de la puerta? ¿Se me irá sin yo subir a él? ¿Me verá el conductor? Tendría narices que se me escapara delante de los morros (incertidumbre, nervios).” Menos mal que llega una pareja muy amable y sensibilizada con la ceguera (han acogido a cachorros de perros guía para educarlos) y se quedan a mi lado hasta que me acomodo en el asiento. El viaje, así, transcurre tranquilo, con la ilusión de un nuevo encuentro con mi familia y el regreso al pueblo.
  A la llegada a Soria, con algo de retraso, me aguardan mis padres. No nos veíamos desde principios de mayo. Me ven bien, con buena pinta, buen color, buen tipo y porte.
Mi padre, a sus casi 84 años, nos guía al pueblo resistiendo al paso del tiempo y practicando lo que para él siempre fue su pasión: conducir. Mi madre, entretanto, me cuenta novedades, pocas, ya se sabe: “la mejor noticia es que no haya noticias”. Recibimos una llamada de mi hermano que nos transmite una triste noticia: ha fallecido, de forma fulminante, un chico del pueblo a sus 51 años mientras cogía setas en un monte bilbaíno. Quedamos afectados.
Yo les cuento mi experiencia en la Feria del Libro del día anterior y lo a gusto que cené en excelente compañía, lo mejor: amistad, encuentro y tranquilidad.
Llegamos sin tiempo para nada más que recoger las cosas, cambiarnos la ropa por otra más cómoda y comer esas delicias que mi madre, ah las madres con su maestría y su amor por los hijos, me tiene preparadas.
La tarde es buena en lo climatológico. Saldré cogido del brazo de mi padre, recorreré las calles en dirección al campo, a saludar, es mi símbolo, a ese chopo centenario del río Manzano.
Me saludan con cariño, me siento bien.
El domingo celebraremos mi cumple con la venida de mi hermano, cuñada y sobrina Isabel. Susana estudia como una jabata los últimos exámenes de su primer curso de Bachillerato. Toda una prueba de responsabilidad y entrega.
El lunes por la mañana volveré a pasear con mi padre y por la tarde, tras cumplir visita a una señora anciana y sus hijos, muy queridos, retomaré viaje de vuelta.
El fin de semana mi pueblo estaba vestido de verde con sus campos de cereal aún granando. Pronto se metamorfosearán en doradas mieses. Hay buena cosecha, pero claro… hasta que no estén en el granero, nunca se sabe… el pedrisco, el aire, la mala hierba…
El cambio de sonidos para mí, cada vez que por él paseo, es espectacular: del ruido horrísono de coches, motos, obras, música estridente, gritos; a trinar de pájaros, palabras amigas, silencio.
No puedo evitar emocionarme cuando piso su suelo y recorro sus calles, plazas y parajes. No los veo, pero siento y recuerdo. Recuerdo que por ellas paseé cuando aún veía, incluso fui en bicicleta, evoco momentos y lugares. Paso delante de la casa donde nací, y por el cementerio donde, ojalá, un día, me enterrarán para cerrar mi círculo de vida y muerte, mis pies perciben texturas: adoquines, tierra, hierba.
Tomo cervecita con limón, a modo de vermut, en el bar que un día fuera escuela y ahora es lugar de encuentros.
Ahora mi pueblo está bonito. Han arreglado las casas, han colocado, incluso, monumentos en los que yo he puesto sentimiento y dedicatorias, hay un fantástico parque arbolado donde pasar un agradable rato en lo que fueron eras donde se trillaba el trigo y la cebada y la iglesia ha visto restaurada su torre.
Nostalgia, emociones, alegrías y tristezas. Sensaciones de un fin de semana sensacional. Tanto que hasta le he hecho una foto a mi padre y el teléfono, gracias a una de sus aplicaciones, Taptapsee, me ha dicho: “hombre mayor con caña de bambú”. Maravillas de la técnica.
Mi pueblo ahora está bonito. Mi pueblo, seguramente mañana, quedará solo. Apenas va quedando gente. El mentidero que siempre fue la báscula de la carretera ya lo está hoy, mientras que ayer, lo mismo que el banco de la plaza, estaba repleto, tanto que no había sitio donde sentarse,  de unas gentes, casi todas ancianas, hoy muertas, que contaban sus “ya va el fulano por allá, ¿quién será ese coche que baja por el Altillo o la Cuesta?”, hace frío o calor, ya nada es como antes”.
Y yo no pude por menos que compartir otra imagen: la de esa estantería con libros que hay en la habitación donde siempre he dormido y que eran con los que estudié. Ahí están, no los veo pero los toco y recuerdo.
Y tampoco puedo por menos que emocionarme al pensar que habrá  un día en que tampoco estarán mis padres y que yo no tendré sus brazos para cogerme de ellos y pasear, para cogerme de su entrega y cariño y saber que siempre he intentado ser digno hijo de ellos.
Pero sí, vuelvo a este Madrid animado y feliz. Mi pueblo está bonito, mi gente está bien aún.






  

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