jueves, 28 de febrero de 2013

Un día para la Historia



Sí, un día para la Historia. Cómo no compartir aquí mis reflexiones.
Más allá de todo lo que se ha publicado y dicho, se me ocurre haceros partícipes de recuerdos e impresiones que permanecen en mi memoria en torno a los papas.
Mi primer contacto con semejante figura fue el libro que me regalaron con motivo de mi primera comunión. Era la biografía adaptada para niños del Papa Bueno, Juan XXIII. Lo leía con emoción y deleite. Tanto que aún me acuerdo de uno de sus pasajes: cuando se come, uno a uno, todos los higos de una cesta diciendo: “uno no se notará, otro tampoco… hasta que ya no quedó ninguno”.
Luego vendría el otoño de 1978. En mi pueblo soriano se comentó que había muerto Pablo VI y que elegirían a uno nuevo. Así fue. Pero más aún, a los treinta y tantos días volvió a repetirse el ritual. Yo aún veía y aunque la tele era en blanco y negro, me acuerdo de la conmoción que supuso, tanto la tempranera muerte de Juan Pablo I como la elección de un papa polaco.
Luego, vendrían los viajes de Juan Pablo II y cómo cada vez que llegaba a un país se arrodillaba para besar el suelo del país.
Y llegó abril de 2005 con el final de su agonía y cómo la muchedumbre le aclamaba como santo. Supe que moría un personaje de los grandes, irrepetible y tuve ocasión de visitar su casa natal el verano pasado.
Con Benedicto XVI me quedará siempre el recuerdo de la Jornada Mundial de la Juventud de 2011 en la que participé y tan cerca estuve de él. Parecía un venerable abuelo, emocionado y cercano.
Y hoy acaba su pontificado, se retira del mundo. ¿Por enfermedad y agotamiento? ¿Por no haber podido dominar a los llamados cuervos del Vaticano? No lo sé. Lo que sí sé es de su inteligencia y brillantez como teólogo, de su humildad.
Se podrá especular lo que se quiera, se harán las quinielas que sea, pero a mí siempre me quedará aquel encuentro de 2011 y su valentía al renunciar dando ejemplo, siendo testimonio.
Lo que el futuro depare, no puedo saberlo, pero, por encima de todo, mi fe permanecerá incólume. Más allá de la soberbia, de los enjuagues o trapicheos, más allá de componendas. Mi fe se asienta en la luz de un Jesús que se hace hombre y nos enseña el camino del amor y la entrega.
Una vez más me emocionan los sonidos de las campanas de la Ciudad Eterna, de los cánticos de los fieles, de la espera a esa fumata blanca. ¿Quién será el sucesor? ¿Cómo se hará llamar?


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miércoles, 27 de febrero de 2013

Premio Un brindis por la ilusión. ¡Qué ilusión!



Es para mí una gran satisfacción compartir contigo el relato que presenté al Concurso “Un brindis por la ilusión” convocado por la ONCE y Su Fundación con motivo del 75 y 25 aniversario, respectivamente y que ha sido elegido como ganador de dicho concurso.
Más allá del contenido del premio (un fin de semana con todos los gastos pagados en uno de los hoteles de la cadena Conforthel) el que haya sido destacada mi ilusión, es especialmente emotivo para mí.
Aquí el texto. Espero te guste y te haga soñar.
Un cálido abrazo de luz.

Ser arqueólogo de la palabra

De niño siempre me sedujeron los viajes de Marco Polo o David Livinstone, me emocionaron las aventuras y descubrimiento de tesoros escondidos en lejanas tierras. Quise emular a los Heinrich Schlieman o Howard Carter. Soñaba con alcanzar fama y riquezas encontrándome con joyas únicas y vasijas repletas de monedas de oro.
Con todo eso fantaseaba mientras mis ojos se iban nublando hasta quedar completamente velados. ¿En qué quedarían, entonces, mis sueños de arqueólogo? Acabaría la carrera de Geografía e Historia como fuese, con el apoyo impagable de la familia y de mis compis de clase y, sobre todo, con las ayudas de la ONCE que me enseñó a leer escuchando y a manejar un bastón blanco.
Aprendí entonces que aún podía alcanzar el futuro. Podría explorar con ese bastón calles y plazas, recorrer caminos ignotos. La ilusión aleteaba acariciando mi corazón de nuevo cuando creí haberla perdido a mis 20 años.
 Pero más aún conseguiría: hallaría uno de aquellos tesoros deseados, un tesoro compuesto de puntos y de luz. Sería, sí, arqueólogo, pero en vez de civilizaciones, de palabras.
Mis dedos se hicieron expertos excavadores, de tal forma que refulgieron letras bajo las gráciles formas en relieve que el papel apergaminado me mostraba. El braille y su creador se introdujeron en mis venas como lo habían hecho las lecturas en mi infancia.
Fui así feliz, sentí que mi ilusión de descubridor de tesoros cobraba sentido pleno. Y todo gracias a los profesionales de la ONCE que me enseñaron braille.
Después vendrían otros muchos logros emocionantes, pero siempre que paso las yemas de mis dedos por esos puntos mágicos la ilusión pellizca mi alma como lo hace la del recién enamorado ante su amada, como lo debieron sentir aquellos ídolos de mi niñez.

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martes, 26 de febrero de 2013

Aprendiendo con Carmen Posadas



Con emoción comparto contigo el encuentro que, ayer por la tarde, mantuve con la escritora Carmen Posadas, a cuenta de comentar su última novela, “El testigo invisible”.
El lugar fue todo un símbolo también: la librería Casa del Libro de Gran Vía y la ocasión, el club literario que aquí se organiza cada mes y en el que vengo participando con regularidad.
Fue un tiempo que pasó en un soplo, cargado de naturalidad, sencillez y magia literaria.
Tuvimos ocasión de compartir con ella acerca del final de la familia Romanov, de las circunstancias que provocan su caída, de la fascinación que ha generado en el cine y la memoria, de los personajes, etc.
El coloquio fue ágil y directo. Nos habló de cómo surge la idea de la trama, de su interés por dar voz a las pequeñas historias como forma de entender la Historia, de espías, criados y amores frustrados.
Y nos contó sus trucos a la hora de novelar la Historia: una buena documentación que le sirva de sólida base, un niño como narrador, una cotilla transmisora de datos históricos y el detalle ameno como hilo conductor.
Al final, no tuvo prisa en marcharse, teniendo para todos los que asistimos una palabra y su atención. En el caso de Elena y mío, junto a Carmen e Isabel (que nos acompañaron), tuvimos ocasión de entregarle una de sus obras adaptadas en braille, hecho éste que la ilusionó particularmente, pidiéndome que se lo dedicara. Ya ves: mientras que todos querían que les dedicara a ellos su libro, yo se lo dediqué a ella. ¡Toma castaña!
Y aún más hizo: tuvo la gentileza de darme la dirección de su correo electrónico para invitarla a ese otro café literario en el que ando metido. Ya me ha devuelto respuesta a la misma confirmando que allí estará en junio, como autora que será colofón de fin de curso.
En fin, mientras que abunda la mediocridad o la petulancia de muchos, esta mujer me encantó por la dulzura de su voz, la sencillez y cercanía. Me sorprendió, al darle dos besos, lo alta que es. No me lo esperaba.


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domingo, 24 de febrero de 2013

Un sol y una rana



Que estéis bien.
Feliz semana, como siempre.

-¿Qué querrá decir?
-Mira. En esta página hay unos soles dibujados.
-Sí, y en esta otra un garabato que semeja una rana. ¿Serán elementos de alguna clave?
-Uy, pues aquí intuyo la silueta de un dragón recostado.
Así especulan Raquel y Mina al observar las hojas de un viejo libro, a modo de diario,  que han encontrado, ah la curiosidad de la adolescencia, entre las cosas de su madre.
-Mamá debió pintar esto hace mucho tiempo.
-Sí, porque ahora me parece que pintar, no pinta nada. Bastante tiene con renegar de todo. Qué cargante es.
-No digas eso. Bueno, supongo que debe andar agobiada tratando de salir adelante ella sola.
-¿Ella sola? Y nosotras, entonces, ¿qué somos?
-Ya, eso pienso yo. Con lo que nos esforzamos por ayudar y portarnos bien. Pero creo que, al ser tan luchadora, a veces se olvida de que no está sola.
Las dos hermanas han aprovechado la mañana de domingo en la que Pilar ha tenido que salir, como cada semana, a impartir su clase de baile, para hurgar en el escritorio de su madre. No es que hayan querido, no no, violar la intimidad de su progenitora. Lo que pasa es que andan preocupadas por ella. La notan cansada y triste aunque quiera disimular. Sí, más triste y más cansada que de costumbre.
-¿Y si tú te disfrazas de sol y yo de rana?
-Ya, ¿y ella que sea el dragón? Buahf, no creo que sea buena idea.
-jajajaj. Igual eso le hace reaccionar y confía en nosotras.
Cuando horas después, Pilar llega a casa, agotada tras, como siempre, haberlo dado todo ante sus alumnos, se ha encontrado con dos seres que emulaban a dos estrambóticos mamarrachos: un sol y una rana.
-Pero… pero… ¿qué es esto? ¿Qué hacéis?
-Croac croac croac.
-schschschiffffffff
-jajajajjajajajaja. Qué pinta tenéis. Ay, hijas, qué risa. Cuánto hacía que no me reía. Qué adorables sois. Jajajaj. Anda, dadme un abrazo. Me habéis recordado… Sí, me habéis recordado aquellos dibujos que yo hacía cuando tenía vuestra edad. Eran caricaturas que componía de personas que conocía: del colegio, de clientes que venían a la zapatería de los abuelos, del lechero…
-Mamá, te queremos. Queremos que estés bien.
-Sí, aunque, a veces te pases riñéndonos. Te queremos y queremos ayudarte.
Ya lo hacéis, no creáis.
-Pues nadie lo diría. A ver, mami, ¿por qué estás triste últimamente?
-No, no pasa nada.
-¿Lo ves? Ya estás como siempre: queriéndonos ocultar tus cosas. ¿No te das cuenta de que ya nos hemos hecho mayores, que no somos niñas?
-Aún tenéis mucho que aprender.
-Anda, y tú.
-Bueno, bueno. Yo era más ingenua a vuestra edad. Yo entonces de lo único de lo que me preocupaba era de dibujar aquello que querría haber dicho. Los libros estaban muy bien, pero a mí me gustaba expresarme de otra manera, con los lápices de colores Alpino.
-Venga, mamá. No te vayas por las ramas. No seas como las ardillas del parque.
-Pues… es que siento que estoy perdiendo el ritmo de mis pasos. Es que os veo crecer, tengo miedo de que os alejéis de mí con vuestras pandillas y vuestras redes sociales. Tengo miedo de perder las armas con que siempre luché. Porque vosotras sois mis armas. ¿Y entonces qué me quedará?
 -Mamá, no tengas miedo. Siempre nos tendrás aunque estemos lejos.
-Tienes amigos.
-No es lo mismo.
-Tienes a Truhán.
-Truhán se marchará también con vosotras. Bien sabéis que ese perrillo siempre anda achuchándoos a vosotras con sus muecas y zalamerías.
-¿Y el dragón recostado?
-Aaaah _Pilar pone mirada sorprendida, a la vez que nostálgica_, él también se fue.
Din don din don.
-¿Quién será?
-¿Y si fuera el dragón?
-Anda, anda; no digáis bobadas.
-¡Abre, mamuchi! ¡Vamos! A lo mejor…
Antes de ir a abrir la puerta, las tres vuelven a abrazarse, renovando lazos de complicidad y energía. Ella, bien lo sabe: son sus padres, los abuelos de las niñas, que vienen a pasar la tarde como tantos otros domingos.
-Y que sea la última vez que rebuscáis entre mis cosas sin pedirme permiso, ¿eh? ¿Eh?
-Vamos, mamá. Que no queríamos hacer nada malo.
-Ya ya. A ver si decís lo mismo cuando lo hago yo en lo vuestro.






 




    


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