jueves, 26 de julio de 2012

¡Felicidades abuelos/as!


Es verdad, hoy es san Joaquín y santa Ana, abuelos de Jesús y, por ello, día declarado de los abuelos.
Vaya este pequeño escrito mío en su homenaje y recuerdo. Los míos ya partieron al país de los sueños pero siguen vivos en mi memoria y corazón.
Recibí el otro día una de esas composiciones, que circulan por el mundo virtual, con música, imágenes y texto en relación a este tema. De lo que en ella se decía me quedo con:
“Amamos las catedrales antiguas., los muebles antiguos.. las monedas antiguas..        las pinturas antiguas.. y los viejos libros..              pero nos hemos olvidado por completo del enorme valor moral  y espiritual de los ancianos.
Hay que estar agradecidos de nuestra edad. pues la vejez es el precio                        de estar vivos.
Un día morirás, pero jamás habrá fuerza capaz de detener a quien sueña, a quien construye aun sobre las cenizas, a quien ama., a quien espera de la vida el momento mágico de una ilusión, a quien no olvida que el tiempo pasó, si… pero.. ¡no se llevó consigo su corazón!
Por tanto: sueña, construye, ama, espera y … no permitas  sentirte como un inútil viejo.”
Mis abuelos se llamaban Gloria y Benito, los paternos; y Susana y Alejandro, los maternos.
A Gloria, la madre de mi padre, apenas si la recuerdo. Murió cuando yo tenía 4 años. Entre la niebla de mi memoria vislumbro su cuerpo metido en una oscura caja.
A Benito, el padre de mi padre, sí le recuerdo bien. Con su gayata, su bola en el cuello que tanto me gustaba y sorprendía, su pasión por los dulces. Murió cuando yo tenía 14 años y tanto le quería que quise que el crucifijo de su ataúd fuese mío como recuerdo.
Susana, la madre de mi madre, la recuerdo con su delantal de cuadritos blancos y negro, con su moño y preparándome aquellas meriendas sublimes a base de rebanadas con pan untado en mermeladas hechas por ella o en vino y azúcar. Con ella jugué muchas veces a las cartas igual que ahora Isabel, mi sobrina pequeña, lo hace con su abuela (mi madre).
Y a Alejandro, lo recuerdo bien, claro. Murió tan solo hace dos años (ya escribí algo en su recuerdo) con su sonrisa, su memoria, sus expresiones y sus detalles.
 Ah, mis abuelos que se preocuparon tanto por lo que sería de mí, porque me enseñaron y acompañaron cogiéndome de la mano. Por tanto.
Y si las sociedades antiguas tanto respetaban a los ancianos como a los sabios que las guiaban. Y si ahora los ancianos se han convertido en elementos fundamentales en el cuidado y acompañamiento de los niños. Y si tanto se dice que son fuente de ternura y cariño para los nietos.
Y si todo eso suponemos que es así, ¿por qué hay tantas personas mayores solas en los bancos de los parques en las ciudades? ¿Por qué hay tantas personas mayores que se sienten aparcadas como trastos viejos?
Es verdad, a veces, uno no es capaz de escucharles aun sabiendo todo eso y valorándoles, es verdad que a veces uno piensa que se vuelven pesados o que no encajan en este mundo de prisas y modernidades. Pero, ¡cómo me gustaría que con mi actitud alguna de esas personas mayores que tan solas y derrotadas se sienten, pudiesen tener aún un poquito de luz gracias a mí!

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lunes, 23 de julio de 2012

Huellas de Luz ya en braille


Muy buen lunes veraniego:

Con enorme ilusión puedo deciros que esta mañana he podido tocar “Huellas de Luz” en esos puntos mágicos que para los ciegos son luz, en braille. 4 volúmenes, aproximadamente 700 páginas de recio papel que convierten los caracteres visuales de las 264 del original en táctiles. Qué gozada.
Qué bien se leen mis relatos acariciándolos.
Si ya fue un sueño decir que tengo un libro editado y publicado en el mercado, creo que mayor ha sido la sensación de saber que está en braille, que podré leerlo directamente, sin la intermediación de la voz de “míster Jaws”, esa síntesis robótica que me posibilita el acceso a la información que aparece en la pantalla del ordenador.
Y ojalá que otros ciegos, a través de mis relatos puedan mejorar su destreza en el manejo del código de puntos y que se emocionen con ellos.
Y que Louis Braille, desde el país de los sueños, se sonría y alegre también porque su sistema da esa luz que él siempre persiguió con tanto ahinco.
Ahora toca dar vida a “Huellas de Luz” haciendo posible que llegue más lejos, tanto como para que cumpla la misión con la que fue creada: aportar, emocionar, ayudar, iluminar.
Espero que sepáis comprender lo que para mí significa que Huellas de Luz esté adaptado en braille, ¡qué increíble!
Gracias a quienes lo han hecho posible.
Un abrazo lleno de gratitud y fuerza.

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domingo, 22 de julio de 2012

En una oscura calleja


Tras un estupendo domingo de excursión a la ciudad del palacio y del concierto (Aranjuez) en donde he tenido ocasión de compartir buenas viandas y mejor compañía, os envío mi cuento de hoy.
Ojalá que podáis degustar esas ricas golosinas de la protagonista de hoy.
Abrazos de luz y feliz semana.
Con cariño.

En una oscura calleja de una antigua ciudad se encuentra un hombre solitario. Podría parecer que esté perdido o que sus ciegos pasos le hayan conducido hasta semejantes angosturas.
El cielo empieza a clarear en ese momento. La cortina del amanecer se va descorriendo para dar paso a un día neblinoso. Sobre su mugriento aparejo cae una herrumbrosa cascada de mísero llanto de niebla pobre.
Ese personaje, de rasgos menguados pero determinación en su apostura, busca algo. Camina, observa, indaga.
Cubos de basura sin recoger se despliegan por las aceras, algunos restos las alfombran, incluso cascotes. Vehículos aparcados, parece que desde siempre, árboles esqueléticos y paredes desconchadas en las que viejos carteles cuyas letras apenas si pueden leerse, cuelgan cual náufragos vencidos, son otros de los elementos de este decorado de guerras sin guerra.
Por fin, parece haber llegado a su Itaca. Con mano firme, golpea un roñoso llamador broncíneo con forma de diablo.
-¿Quién es? ¿Quién osa molestar mi despertar? –Una voz de decrépito fumador bronquítico ha respondido con ínfulas de enfado_.
-Soy un modesto traficante que llega hasta su emporio en busca de mercancía.
-Poco queda ya aquí. Que lo que había acabó pudriéndose o evaporándose en
Los miasmas sulfúricos. Así que, lárguese y déjeme en paz.
-Que no, que la bella Glucosenda me insistió en que recalara a su palacio.
-¿Palacio esto? Si es un antro ya. Hace siglos sí lo fue, ahora es una covacha de mala vida. Ojalá pudiese decir de mala muerte, pero hasta la muerte huyó de mí. ¡Maldita vieja, ella y su guadaña! Algún día alguien la vencerá y entonces… entonces vendrá a mí. ¡Y yo la rechazaré!
-Vengo en pos de sus bolas.
-¿Mis bolas? Si ya ni yo soy capaz de encontrarlas, de tan arrugadas y menguadas como quedaron.
-No sé de qué bolas hablará su señoría, usted, pero las que ella me encargó debían ser unas de colores con textura de plastilina, me dijo.
-Ah, es eso. Tenga, esto debe ser.
-¿Eso? Pero si parece un amasijo amorfo.
-Pues es lo único que tengo. Si lo quiere, bien. Y si no, váyase con mil diablos y déjeme a mí con mi rabo y con mis cuernos. Ah, y si vuelve a ver a la Glucosenda, dígale que… Bueno, no; que aún la quiero, que siempre la amaré. –Un chisporroteo se ha escuchado al otro lado. ¿Serán lágrimas?
Y el temerario traficante se resigna a guardar en su bolsa aquel cúmulo blandengue, viscoso. Retrocede, parte. Querría correr para salir de allí, pero algo hace pesarosos sus andares. Reflexiona, cavila en torno a lo que ha contemplado.
Al fin, el dédalo encefaloide de callejas retorcidas, desemboca en la avenida ancha de la Esperanza, con su fuente de ninfas al fondo.
Hacia ella se dirige. Ha quedado con ella para citarse a las 12. Pocos minutos faltan ya para la hora.
Se acodará en el borde de la pila y aguardará.
La niebla ha desaparecido, vencida por el sol claro de tardes de paseo. El agua que fluye de entre las conchas de mármol se ve lamida por rayos dorados haciéndola sonreír con burbujas azuladas, verdosas y anaranjadas.
 -¿Cumpliste con mi encargo?
-No sé, esto es lo que pude conseguir. Ah, y una declaración de amor para ti.
-Vaya vaya, qué pícaro fue siempre el infeliz Daemoniodoro. Pobre Dae.
-¿Qué vas a hacer con esto?
-Mira.
Y Glucosenda, la de los dedos de azúcar y cabellos de ángel, pellizca la masa para bañarla en sus aguas, que son néctar. Brillantes esferuelas de colores van naciendo.
-Toma, llévale una bolsa de ellas a mi Dae, para que se endulce a mi sabor. Y toma tú el resto para que, en fiestas y aniversarios, las des a los humanos.
-¿Cómo las llamaré? ¿Y para mí, tu deudo, no habrá nada?
-¿Su nombre? Glucosinas Golosinas. Quien las chupe será feliz. ¿Y para ti, mi servidor? Para ti, toma esto.
-¿Eso? Pero si no tiene color y es cuadrado, no me cabrá en la boca. Y lo que debe de pesar.
-No seas desagradecido. Es el mejor de los caramelos. Es grande para que lo comas a dúo junto a tu amada. Si así lo haces, tu goce será infinito, mucho más que el de los besos que soñarías darme a mí, que ya lo sé, que… bien querrías subirte a este pedestal y robar mi boca.
Una mueca de rubor ha asomado a la faz del hombrecillo que, sin querer dejar que ella le vea, carga presto con su mercancía nueva.
-Otra vez alguien que llama. ¿Quién demonios será? Como sea la vieja de la hoz… Va a ver lo que es bueno.
-Dae… maese Dae. Que soy yo, que… le traigo…
Y sí, mientras una luna creciente se deja ver en aquellos andurriales, esta vez el interpelado abre una puerta cuyos goznes gritan de tanto como han estado abandonados. ¿Quién será?
¿Y si fuera diabético? ¡Los caramelos de Glucosenda nunca han estado contraindicados para quienes, ese mal, padecen.


    



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jueves, 19 de julio de 2012

Hoy, superadas 100.000 visitas a Tiflohomero


Me parece increíble, otro milagro más, una pasada.
Aunque, por otra parte, la fortaleza de Tiflohomero, lo que ha crecido desde que naciera allá por septiembre de 2007 y la dedicación con que lo voy cuidando seguramente hagan que no sea tanto milagro el que hoy se hayan superado las 100.000 visitas a este blog que, con tanta ilusión y empeño, fue creado.
Si bien es cierto, que a buena parte de quienes lo visitan les conozco y sé quiénes son, no lo es menos que hay muchos anónimos visitantes y a estos son a los que uno le generan curiosidad / intriga. ¿Qué buscarán al llegar hasta este espacio? ¿Vendrán de la mano de algún amigo o amiga? ¿Lo harán por puro azar? ¿Les será de utilidad? ¿Les producirá curiosidad?
De una manera u otra, el caso es que ahí están los datos, supongo que el contador que Google ofrece no mentirá. Así que cuando a uno le asalta la duda o la debilidad que te tientan a echarle el cierre, ante semejantes atenciones no hay color. Está claro que debo seguir adelante, dotando a Tiflohomero de contenidos interesantes y actuales, de vida.
Claro, por supuesto, lo más importante y deseable es que quienes hasta aquí llegan, no pasen de puntillas, no retornen sino que les queden ganas de pasarse otro día y otro y otro.
Bueno, un motivo más para celebrar en este julio, para muchos de oscuridad, pero para Tiflohomero (y para su padre Alberto), tan preñado y lleno de luz brillante.
Que seamos todo lo hospitalarios que merecéis, que volváis y aún más, que dejéis huella en forma de comentarios.
Un cálido y apretado abrazo lleno de gratitud y fuerza.
    

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miércoles, 18 de julio de 2012

Audiovisual "Huellas de luz"

Vuelvo ahora, después de compartir contigo mi alegría por la celebración del 12 aniversario de mi estancia madrileña para ofrecerte un pequeño regalo que a mí me emociona especialmente. Se trata del audiovisual que creó mi cuñada con motivo de la presentación de Huellas de Luz. En él va lo que he querido que sea este libro: algo familiar (la voz que lee las frases y título de las huellas es Isabel, mi sobrina), la música es mi canción predilecta, mi himno, y las imágenes representan el contenido del libro. Seguro que os gusta tanto como a mí. Ya me diréis qué os parecen las imágenes y me las contáis, ¿vale? Con mucho cariño y de corazón.

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martes, 17 de julio de 2012

12 años ya

Sí, 12 años ya en este Madrid al que ya siento como mío. Hace hoy 12 años que llegué a este laberinto urbano, impelido por esa ansia mía de ir siempre adelante, de emprender nuevos caminos. Ya he hablado en Tiflohomero de cómo fue aquel día, de las dudas que me embargaron, de los miedos, de los remordimientos que me acosaron al ver a mi familia tan agobiada por si me adaptaría o no y por dejar Teruel. Pero lo hice, me empeñé y aquí estoy. Vuelvo la vista a aquel lejano lunes de 2000 y me sonrío al pensar en todo lo acontecido desde entonces, a los logros alcanzados y a las grandes o pequeñas conquistas obtenidas. Es verdad que llegaba con muchas ilusiones en cuanto a la promoción de la lectura cara a la sociedad y a las personas ciegas y que, en buena medida, dichas ilusiones se han visto frustradas porque no he podido hacer todo lo que me habría gustado y porque aún hay mucho por hacer en este tema, como en el resto de cuestiones relativas a la accesibilidad y visibilidad de la ceguera. No es menos cierto, no obstante, que puedo decir lo orgulloso que estoy de haberme ganado amistades y lugares, experiencias y descubrimientos que, de otra manera, no habrían sido iguales. Jamás llegué a imaginar que viviría como vivo, en un piso muy bien ubicado, que me relacionaría con personas de categoría (tanta, que me regalan su amistad), que me movería por el Metro con normalidad, que superaría tantas metas. Y si yo lo hice, ¿por qué no lo vas a hacer tú también? Si yo, que me vine de Teruel sin ver para enfrentarme al reto de la gran ciudad y vencí, ¿por qué no vas tú a vencer también? Aquellos lejanos días, un primo muy querido por mí, me aseguró que Madrid acabaría enganchándome aunque me costara adaptarme. Qué razón tenía porque, para mí, es muy grande el haberme integrado tan bien en esta ciudad. No puedo por menos que cada 17 de julio celebrarlo, que celebre mi decisión (no sé si temeraria o no) pero tan portadora de luz. Y como es algo tan importante, no puedo dejar de compartirlo contigo porque sé que te alegras conmigo. Pienso la sensación emocionante que me genera el pasear, aunque sea bastón en ristre, por la Gran Vía o por la Cl. De Alcalá o el Pº. del Prado. No se´, me veo con mi gorra de chulapo, mi traje castizo flirteando o piropeando a manolas y chulapas. Que no, que no, que trato de pasar discretamente y además, bastante tengo con concentrarme en no tropezar con los numerosos obstáculos que uno se encuentra, pero… Bueno, pues eso, que me apetece brindar contigo por este éxito mío, del que tú, en buena medida, eres partícipe. ¡Por Madrid! ¡Por mi empeño o tozudez o como quiera que se llame! ¡Por ti! Ah, y otro brindis más: ¡por aquel ojo que tuve al querer aventurarme a venir! Que no me

falte para seguir llegando a otras metas, metas que seguro llegarán de tu mano…

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domingo, 15 de julio de 2012

La caja


Otro domingo más, otro cuentecillo más.
Que sigáis dejándoos mecer por un verano de paz, pese a todo.
Que todas las crisis del mundo, no puedan con vuestra capacidad de soñar.
Feliz semana.

DE niño yo soñaba con tener una caja grande en la que atesorar todos los recuerdos para el día de mañana.
De adulto me gustaba mucho conquistar nuevos horizontes para regalárselos, en forma de  cuentos, a mi Celia y a mis retoños,  Luisa y Jaime.
Hoy, ya que soy un chocho anciano no sé dónde, mi mujer y yo, guardamos aquella caja que tanto quería. Ya ven. Ella murió y yo sigo aquí. Sin su referencia apenas soy nadie. Me limito a dejar pasar el tiempo, un tiempo que se me está haciendo eterno. ¿Y los horizontes? Aprendí que por mucho que me esforzase jamás podría conquistarlos. Dejé de narrar nada, ¿para qué? 
¿Por qué pienso esto esta tarde? Es que mis hijos se han empeñado en que vaya al cine. Yo no tengo ganas, no me apetece. Solo quiero morirme y partir.
-Luisa, ¿de verdad crees que a papá le gustará que le llevemos a ver La diligencia?? Es que me parece que, en el fondo, a él le da todo igual y de nada servirá que nos esforcemos.
-Que sí, Jaime. Que algo tenemos que hacer por él. Le veo tan desilusionado, pobre papá. Con la de cosas que nos contaba hace años. ¡Yo no puedo quedarme de brazos cruzados y contemplar cómo se deja consumir!
-Ya, pero es que creo que lo único que él querría es morirse para juntarse con mamá.
-Aunque así sea, como eso es algo que sucederá cuando Dios quiera, mientras tanto tenemos que pensar en él, pincharle para que vuelva a sentir la vida.
-Por cierto. ¿Sabes? El otro día, haciendo limpieza y buscando trastos viejos en el desván, me encontré con una especie de baúl, bueno, tampoco era un baúl, era… de cartón y estaba atada con una cuerda. La abrí, ya no me acordaba de todo aquello. No veas lo que contenía, cromos, soldaditos de plomo, fotos color sepia, postales desvaídas, canicas, cartas… Vaya rato que pasé revisando semejante botín.
 -Qué bonito, ¿no? No se te ocurriría tirar todos aquellos tesoros.
-No, qué va. Me entretuve en limpiarlos y organizarlos.
-¿Eran cosas de papá?
-Creo que sí. Desde luego, mías no eran. Que cuando nosotros éramos críos había juguetes más modernos. Acuérdate que ya tuvimos maquinetas y muñecas articuladas y hasta un mini proyector.
-Oye, entonces… Igual a papá, le haría ilusión volver a tener todo aquello.
-Bah, no creo. Ya te digo que le importa todo una mierda. Que no quiere nada.
-Bueno, bueno, tampoco pasaría nada por probar. Venga, trae la caja esa que se la llevamos. Mientras, nosotros miramos dónde ponen la peli y demás.
 ¡Qué ilusión! Si está todo aquí.
Marcial, con mano temblorosa va sacando con mimo objeto a objeto toda una pléyade de pequeñas joyas.
-Mírale, Jaime. Si ha vuelto a sonreír. Qué guapo está con esa sonrisa que pintan sus ojos.
-Sí, Luisa. Tenías razón. Ha sido lo mejor. ¿Qué te parece si le dejamos que disfrute de sus hallazgos?
Las canicas con las que gané al equipo del otro pueblo. La foto que nos hicimos Celia y yo el día de la fiesta, qué guapa se la ve. Los indios y vaqueros, vaya si me montaba buenas peleas. El billete de tren que inauguró mi primer viaje.
-Papá, vamos a cenar. Que ya es tarde.
-¿Ya? ¿Y eso que decíais de ir a ver no sé qué película?
-Me parece, nos parece, que el cine puede esperar. ¿Eh que sí?
-Hijos míos, la verdad que sí. Mira que traerme esta caja. ¿Dónde estaba? No me la volváis a esconder.
-Vale, papá. Pero a cambio, prométenos que nos volverás a contar historias como antes. ¿Querrás?
-Historias, si os aburriréis con mis chocheces.
-Qué va, qué va. ¿Y si empiezas por aquella en la que te perdiste en el mar y te salió al encuentro una sirena con nombre de mamá?
-Aaaaah, Era de madrugada, el cielo estaba claro y la mar limpia…
  

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