martes, 29 de mayo de 2012

Mi apoyo... Desde la distancia


Lo sé, seguramente mis palabras no llegarán a sus padres y familiares, aunque quién sabe. La tecnología y la magia de los buenos corazones que se abrazan ante momentos trágicos tal vez hagan el milagro de que lo que hoy estoy escribiendo yo aquí pueda servirles de luz y calidez. No aspiro a ser pretencioso o creer que vaya a solucionar su inmenso dolor, pero sí quiero estar ahí, desde la distancia, como uno más, como tantos otros seres de bien, en silencio, tendiéndoles mis manos que son luz y diciéndoles que no están solos. Que Isabel, Almudena, Camilo y Alfonso son estrellas que desde el cielo ya iluminan para siempre a quienes sepan mirar con ojos limpios y soñadores, que ya permanecen eternamente libres y que su proyecto de vida, lo que habrían sido, no queda destruido sino transformado en luz y fuerza.
Yo qué sé. Seguramente uno no es capaz de imaginar lo que esas madres que ayer les dejaron jugando, como en tantas otras ocasiones, en Villadgio (Doha), puedan sentir, no ahora en plena vorágine, si no el día de mañana cuando ya la rutina tenga que volver a sus vidas. Pero ¿cómo afrontar esas rutinas sin sus hijos tan pequeños? ¿Cómo volver a caminar de nuevo?
En fin, desde mi alma de ciego bondadoso que aspira a dar luz con su corazón, desde mi ordenador en que tecleo estas palabras que volcaré en Tiflohomero, deciros: ¡MUCHO ÁNIMO! ¡Adelante!
Estoy aquí, junto a vosotros, mirándoos a los ojos y conmoviéndome con vosotros.
Para Santiago y Yolanda, Camilo y Elena. Va por vosotros.

  

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domingo, 27 de mayo de 2012

La botella labrada


Un brindis por esas amigas que están siempre ahí, a mi lado, para que el tiempo de los encuentros nunca tenga que descontarse.
Con cariño y que disfrutéis.
Feliz semana.

Cada vez que Andrés visita la casa de Marta no deja de sorprenderse por su exquisito gusto en la decoración y adornos. Detalles que dan muestra de la personalidad de su amiga y que son la guinda de su probada hospitalidad, al tiempo que su deseo de que quien hasta ella se acerque, se sienta maravillosamente bien, feliz.
  Alguna vez le han comentado, quizá con envidia, de que tanto exceso de cuidado es innecesario, que no sirve de nada el que se moleste tanto por sus invitados. Ella sonríe y calla, sabe que merece la pena hacerlo por agradar. Y, bueno, tampoco es para tanto, le sale de manera natural.
Un discreto oloroso ramo de lavandas, un lazo de colores, un dibujo que han hecho sus niños, detalles que no son costosos ni espectaculares, cosas pequeñitas pero que son grandes por su significado, por quienes se las han traído o hasta regalado y porque reflejan, cual prístino espejo, lo que es Marta, su calidad humana, su bondad.
Cada vez que Andrés visita la casa de su querida amiga Marta se siente intrigado. ¿Con qué nueva sorpresa se encontrará? ¿Qué nuevo objeto de vida le aguardará? Con todo lo que la aprecia y semejante acicate, se le hace difícil resistirse a no ser pesado, a verla de tanto en tanto. Sabe lo agobiada que va entre el trabajo, sus obligaciones de madre, y vaya pedazo de madre que es, sus problemillas de espalda, el tiempo que dedica a su familia y tantas otras ocupaciones más. Pero también él sabe que visitarla le hace bien, la ayuda a no ceder al cansancio que, a veces, la asalta como un irresistible huracán.
Es tanta la confianza que se tienen que no necesitan preparativos ni agasajos desmedidos. Un cafecito, un refresco, unas patatas fritas o cualquier pasta. Y mientras Eric y Yenís juegan en el jardín ellos charlarán, compartirán confidencias y reirán con las ocurrencias del uno y de la otra, se despedirán con un cálido abrazo y empezarán a descontar el tiempo que restará para su próximo encuentro.
Y ese tiempo descontado ha vuelto a transcurrir otra vez más una tarde de primavera. Andrés llama, con su ritmo acostumbrado, a la puerta de Marta. Saludos de rigor en forma de suaves palmadas en la mejilla, un “hola, guapetona, te veo igual que siempre”, una pícara y fresca sonrisa, un “pasa, anda; que siempre estás igual”.
Y él busca, proyecta su mirada en una panorámica espectante. ¿Una curiosa botellita labrada y con su corcho en miniatura! ¿Qué es? ¿De dónde ha salido? Evoca rápidamente imágenes de elixires mágicos, duendes encerrados, licores exóticos.
-Te gusta, ¿verdad?
-Sí, es muy chula. Y tendrá su historia y todo.
-jajajajaj. Claro.
-¿No me la vas a contar? Que ya sabes que luego yo me monto mis películas con tus chismes.
-¿Chismes? Jajaja
  -Anda, bah, cuenta cuenta.
-Salí el sábado pasado en busca de manzanilla al bosquecillo de ahí arriba con Chispas, ya sabes… el perro que tenemos, y cuando vi que se ponía a escarbar pensé que igual encontraba un tesoro, una de esas joyas que trae alguna vez, un palo, una lata vacía y oxidada, un cacharro abollado, en fin. Y va y entre hojas secas y tierra me viene con  eso. No me atreví a tirarla, pensé que quedaría bien en cuanto la limpiara. Y oye, chico, que fijándome más tenía esculpido algo en el cristal, ¿a que parece la cara de alguien? Y unas letras que no he podido descifrar. Supongo que entre que están casi borradas y que faltan algunas no hay forma de que sepa qué querrán decir. O era la marca de la botella o…
-¿Y si era un mensaje para quien la encontrara? ¿Y si…? ¿La has descorchado?
-No, he esperado a que vinieras hoy para hacerlo juntos.
-Ah, pues venga venga. A ver qué pasa.
Un perfume con sabor a rosa, lilas, jazmín y orquídeas inunda la estancia. Sus respectivos olfatos se ponen en acción sin que puedan evitarlo. Y éstos les transmiten un mensaje.
-Madre mía, qué bien huele. Qué pasada. Nadie diría que pueda haber estado enterrada, seguramente desde décadas o siglos, quizás.
-Ah, pero no; Anda, mira, fíjate bien. Si es el dibujo de… Si se…
-Que no puede ser, que no digas tonterías, cómo va a ser eso que dices. Ya estás viendo visiones.
-¿Visiones yo? Pero es que, mirándola detenidamente y tocando el perfil de la cara en relieve que tiene… ¡Es la tuya! ¡Es igual que la tuya! ¿Y las letras? Una M, una R, una T, una C y una A. ¿Martica?
-No es verdad, pero… ¡Me haces tan feliz con tu cariño! Con tus llegadas, con tu apoyo, con tus siempres…
Marta calla,  no puede continuar. Acaricia la botella, una lagrimita emocionada quiere asomarse para ver el momento y ser partícipe. Andrés calla también, piensa, sonríe, recuerda.
 Y esa tarde de prrimavera se les ha hecho tarde. Saben que tienen que volver, que dar comienzo a otra cuenta atrás en el reloj de sus encuentros. Aunque, ¿y si esta vez, por una vez, no lo hicieran?

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jueves, 24 de mayo de 2012

¡Qué emoción! Firmar mi libro en la Feria del Libro de Madrid


Porque sé que os alegráis de corazón, que vais a estar ahí  y que lo vais a difundir.
Hace apenas dos meses, el 29 de marzo, compartía con vosotros/as la ilusionante noticia de que un nuevo libro vería muy pronto la luz. Se trataba del mío, de mi primera recopilación de los relatos que voy escribiendo semanalmente, junto con algunos otros antiguos, editados en formato papel.
Pues bien, en este tiempo los acontecimientos han sido intensos y muy emotivos: elegir el tipo de letra y la cubierta, revisar el original, la encuadernación, añadir un subtítulo aclaratorio, etc.
Hoy puedo deciros que todo eso está concluido y que apenas si faltan unos días para la concreción de este sueño para mí, todo un logro y un orgullo. Podré tocarlo, sentirlo, hacerlo mío. No lo veré, pero sabré que es mi libro. No sé. ¿Os imagináis?
Me apetece mucho contaros sus detalles. ¿queréis?
El título y subtítulo: “Huellas de Luz: relatos de un ciego optimista y esperanzado para tiempos de crisis”
La cubierta: sobre fondo azul vivo, la imagen de una playa en la que alguien ha dejado sus huellas mientras una ola se retira. El título y mi nombre en letras blancas y el subtítulo a juego con el color de la arena.
La editorial: Vive Libro con la colaboración de JdeJ ediciones.
El I.S.B.N.: 978-84-15519-23-2
El precio y extensión: 12€ y 264 páginas.
Y ahora viene algo muy emocionante para mí: el domingo día 10, a partir de las 12 de la mañana firmaré ejemplares en la caseta 291 de la Feria del Libro de Madrid. Hace años escribí en Tiflohomero lo mucho que me gustaba acudir a ese evento literario y poco podía imaginar entonces que un día estaría allí, no como apasionado lector si no como escritor. Me parece increíble.
Todo esto que os cuento no habría sido posible sin la ayuda de mucha gente amiga que me ha prestado sus ojos dándome su leal y sincera opinión en cuanto a los aspectos visuales, además de los sabios consejos de Javier de Juan como editor, de Merceditas y Jaume que hicieron las fotos en la playa  y de Carmen que estará conmigo en la firma escribiendo en los ejemplares esos deseos míos que por mí mismo no puedo plasmar. Gracias a tods ellos, gracias de corazón.
Y nada, que he tratado de poner lo mejor de mí en este libro, volcando mi alma y mi luz, cuidando detalles como que el título esté en relieve para que podamos tocarlo los ciegos, que la letra sea lo más clara posible para que, quienes tengan dificultades visuales, puedan leerlo mejor y yo qué sé.
Que en Huellas de Luz voy yo y mi deseo firme, entregado, de hacer de este mundo un hogar más cálido.
Ojalá lo haya conseguido y os espero.
  

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martes, 22 de mayo de 2012

Este año sí

Bueno; bueno, que este año sí. Eso, que sí, que al fin este año conseguí montar en tándem sin que se rompiese. Quienes me seguís desde hace tanto tiempo recordaréis que otras veces lo había intentado y había tenido que desistir por avería en la bici. Es más, el año pasado me dije que no volvería a probar, pero como uno es muy cabezota o testarudo, el sábado quise volver a intentarlo bien que con recelos. Y, genial, ¡no se rompió! Di un pequeño paseo con algún bote incluido (que me hizo pensar en la inevitabilidad del nuevo fracaso) pero el caso es que llegamos al punto de partida sin novedad y con la satisfacción de haber podido lograrlo, de no sentirme un cenizo del pedaleo. ¿Dónde alcancé semejante hazaña? En la tradicional fiesta de primavera de la Fundación También, ésa que organiza deporte para discapacitados. Pero más aún hicimos: montamos en una barcaza de remos, en la que me sentí navegante; tiramos con arco algunas flechas, para emular al gran Guillermo Tell o probamos con lanzar unas simpáticas pelotitas a una diana. Es verdad, no diré que en ninguna de estas actividades podría deciros que me ganaría la vida. Pero ¿y la emoción de jugar a ser uno más? Además, lo más importante, pasamos una mañana divertida, compartimos rato entre amigos y conocimos a una nueva voluntaria que nos hizo de lazarillo, eso sí, ésta sin la broma que aquél gastó al maladado pícaro ciego estrellándolo contra pétreo mojón toledano. ¿Quién da más?

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domingo, 20 de mayo de 2012

La Academia El Pizarrín


Otro domingo más, otro fin de semana concluido. Que disfrutéis y os animéis. Merece la pena.
Que os guste mi relato de hoy, inspirado en eso que debe sentirse cuando te echan al paro. En fin. Cantemos a la esperanza.

Bea hoy está cansada, más bien acabada. Han sido tantos años teniendo que dar muestras de superación que ya no le quedan fuerzas.
El drama dio comienzo cuando aquel nefasto lunes cerraron su empresa. Nunca había podido ni podrá olvidarlo. Unos grises hombres vestidos con monos de trabajo lo desmantelaron todo. Hacían ruido, mucho ruido, no cejaban de dar martillazos, para desmontar los pupitres, el encerado o los bastidores y bocetos. No dejaron títere con cabeza. Qué tristeza, qué pena, lágrimas, dolor físico, desesperación.
 Les dijeron que no había remedio, que el proyecto, para el que tanto habían trabajado y luchado sus compañeras y ella misma, se venía abajo, estaba agotado. No podía entenderlo. Si todo iba tan bien, si eran como una familia, si incluso la jefa la felicitaba de vez en cuando.
Había empezado en la Academia El Pizarrín siendo casi una niña, a sus dieciocho años. Lo primero que aprendió fue el manejo de aquella rudimentaria impresora, un trasto antidiluviano, un armatoste,  aunque en el momento de comprarlo fuera considerado un gran adelanto frente a las copias a carboncillo que hasta entonces se hacían con los apuntes, exámenes y demás material de clase. Después vendrían las mezclas de color, los perfilados y enmarcados.
Y es que El Pizarrín era una escuela de dibujo de la que llegarían a salir buenos artistas del pastel, el óleo o hasta la acuarela. No habían sido pocos, incluso, los que llegaron a hacer realidad sus sueños de lograr introducirse en galerías de Arte y circuitos de exposiciones.
Ella entró tras ser recomendada por su tío, el pintor, sabedor de su valía. Al principio, tuvo que sufrir las envidias y dudas de quienes recelaban de sus méritos por venir de donde venía. Pero, con su ahinco, capacidad y gracia, se los ganó a todos. Este principio sería el primero de los hitos que debería superar. Luego vendría el de aquel traumático e inopinado cierre y después los demás.
 La etapa en la academia había transcurrido durante quince intensos años de experiencia, ilusiones, triunfos y, hasta algún fracaso. Y, no obstante, ¡había resultado tan bonita! Cómo la emocionaba comprobar el milagro que se conseguía con pinceles y manchas amorfas de marrones, amarillos, azules, rojos o verdes. Una marina, un jarrón con flores, una plaza veneciana animada con una pareja cogida de la mano y tantos y tantos otros.
Sí, la echaron. ¿Qué iba a hacer a sus treinta y tres años? Les dieron una pírrica indemnización, les mandaron al paro donde, como a tantos como ella, les inscribían en una negra ficha y nada más. Bueno, nada más no; un subsidio, algún inútil curso de formación y mucha, mucha burocracia. El tiempo libre, la falta de ocupación la ahogaban.
Buscó y buscó. La contrataron como dependienta, primero; luego, pasó a relaciones públicas y aún hasta hubo quien dijo que había triunfado al formar parte del programa líder de audiencia en la televisión pública.
Pero no, no  es feliz. Hoy, a sus cincuenta y tres años se siente derrotada, habiendo tenido siempre que demostrar que era buena, que sabía hacer aquello que le encomendaban, que se las arreglaba bien para lidiar con los sin escrúpulos tiburones con piernas.
Las canas pueblan su media melena antes tan llena de brillo y carácter. Su sonrisa se ha difuminado, y bien radiante que era cuando iba al Pizarrín. ¿Y sus ojos? Sus ojos se han descolorido y ha tenido que vestirlos con unas gruesas gafas que los cubren y ayudan a distinguir lo que, de otra forma, ya no es capaz de ver.
     Debería salir a comer, airearse y esperar que, con ello, se le pase la pesada mustiez que ha querido hoy venirla a acompañar. ¿Será porque hace veinte años que clausuraron su academia?
Incluso alguna lágrima quiere asomarse y besar sus mejillas ligeramente maquilladas.
-Doña Beatriz. Han traído este sobre para usted. Es una invitación.
-¿Una invitación? No estoy para fiestas ni saraos. Diga que no.
-Es que… Igual le apetece. Léala.
“Con motivo del vigésimo aniversario del cierre de la Academia El Pizarrín, quienes nos formamos allí, queremos invitarla a la muestra panorámica que vamos a organizar en su homenaje y recuerdo.
Se ruega confirmación.”
 ¿Podría rechazar algo así? No sabe. Seguro que nada es ya como fue, pero volver; ah, volver. Tal vez aún haya algún motivo por el que ilusionarse. Sí, irá y verá.
Y tal ha hecho. El acto ha sido entrañable, lleno de nostalgias y encuentros. Casi van a cerrar, una vez finalizada la inauguración. Ha charlado con unos y otros, se ha emocionado recordando anécdotas y sucedidos de su aquella otra vida, y ya se apresta a marcharse.
Ah, una figura de espaldas le llama la atención. Viste con americana y tergal aunque no de traje, luce un elegante sombrero y lo más curioso: se apoya en un bastón blanco. ¿Una persona ciega? ¿Qué hará allí? Se está girando. No puede ser.
¡Es Jose! Pero… si entonces veía bien. Si alguna vez hasta le hizo tilín a su corazón.
-¿Cómo estás? Soy Bea. ¿Te acuerdas?
-Cómo no hacerlo, con lo simpática que eras. Ya ves. Y yo sin ver. Y seguirás igual de guapa que antaño. Yo al menos así te veo.
-En qué quedó todo, ¿verdad? ¡Qué tristeza! ¡Qué pena!
-Bueno, aquí estamos. ¿No es eso lo que de verdad importa? ¿Que no hayamos olvidado?
-Sí, claro. Pero… ¿Qué haces ahora?
-¿Ahora? Pintar.
-¿Pintar?
-Sí, pinto con la palabra. Mis pinceles son las teclas del ordenador y los colores, mi imaginación y mis recuerdos. Estoy contento y me siento con ánimo. Aprendí a buscarle las vueltas a la vida, sortear sus trampas.
-Y yo quejándome. Y sintiéndome en el abismo. ¡Qué poco sé!
-Bueno, nunca es tarde para aprender _lo ha dicho con una sonrisa cálida_. ¿Querrás leerme? Igual no son cuadros hermosos mis relatos, pero son algo.
-Leerlos y verlos, sentirlos, quererlos.
La faz de Bea, horas después, ya en su solitario lecho de descanso, ha vuelto a recuperar tonos intensos de luminosidad perdidos. Y es que… Jose y ella han quedado para el sábado y… ¿Quién sabe?

  

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jueves, 17 de mayo de 2012

Los museos: ¿lugares o contenedores?


El domingo pasado, en el congreso de Bilbao, a cuenta de lo que debería ser la Escuela, se habló en esos dos términos: lugares versus contenedores.
Puesto que mañana se celebra el Día Internacional de los Museos, quería hablaros en esa línea.
Si consideramos un contenedor como  el recipiente, grande o pequeño, en el que se almacenan, amontonan, objetos de forma más o menos ordenada y un lugar como un espacio en el que estar o al que dirigirse, yo aspiraría a que los museos fueran esto último y no aquello.
Y si ese es mi deseo, ¿cómo hacer para que a una persona ciega no le resulten un contenedor si no que los vea como un lugar al que apetece acudir?
Claro, hay museos de todo tipo y pelaje, desde los de arte hasta los de curiosidades, Historia, personajes, tradiciones, inventos, etc, etc.
¿Que quiero ir a uno de ellos? ¿Para qué si no me voy a enterar de nada? ¿Si no me van a dejar tocar nada? ¿Si no voy a incorporarme a una visita guiada porque no las hay?
¿Qué necesitaría para que fuese un lugar al que querer ir sin necesidad de asumir que es otro reto a superar?
Que me explicasen la colección expuesta bien mediante una visita guiada, un audioguía o información accesible en braille.
Que me resultara factible tocar bien las propias piezas, bien reproducciones de ellas de forma comprensible.
Que pudiese moverme por su espacio de forma autónoma con encaminamientos en el suelo y que hubiese una maqueta del sitio. Se me ha olvidado cómo era el Museo del Prado y eso que lo tengo bastante cerca.  
  Hace unos días un compañero comentaba que podrían ponerse a disposición de los ciegos audioguías en Internet para que nosotros las descargáramos y realizáramos visitas virtuales por ellos porque, total, a nosotros nos da igual estar o no allí. No estoy de acuerdo, lo supondréis: sin negar que me vendrían fenomenal a título formativo, conocéis ya mi proverbial deseo de estar en el lugar porque estando, aunque no vea, siento, percibo, imagino, “veo” (entre comillas).
Lo sé, sé que se va avanzando, que se van haciendo cosas, que en el Reina Sofía un ciego puede saber de primera mano cómo es el Guernika de Picasso o así. Pero, como en otros tantos ámbitos de la vida cotidiana, sigue habiendo mucho camino por recorrer.
Nosotros, en España, tenemos el Museo Tiflológico, un museo para ver y tocar, en el que se puede hacer un recorrido táctil por el mundo, a través de maquetas de monumentos además de recogerse la historia de las herramientas de lectura y escritura que hemos ido utilizando los ciegos para acceder a la información, entre otras cuestiones.
Ojalá hubiese más museos como ése.
Creo que un museo debería ser un lugar acogedor, no un contenedor de piezas, que debe aprovecharse como entorno formativo donde enseñar de manera cercana etapas de la Historia. Y me parece muy necesaria su parte divulgativa. Me gustan las dramatizaciones de las pinturas (como si cobraran vida), los audiovisuales que invitan a imaginar viajes en el tiempo, conferencias o mesas redondas.
Con los museos pienso lo mismo que con las bibliotecas: ambos deben ser núcleos vivos de cultura, no depósitos, contenedores.
 Seguro que este fin de semana van a haber numerosas celebraciones alrededor de la efeméride y que se invitará a asistir a ellos, que incluso vosotros lo haréis. Ahora bien, ¿por qué no podría ser que yo fuese igual? ¿Que pudiese participar de la misma manera?
¿Querréis fijaros en la accesibilidad que haya en los museos a los que vayáis y me contéis? Así lo apunto y me animo.



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martes, 15 de mayo de 2012

Participando que es gerundio: Orienta Encuentro Bilbao, 2012


Mientras Madrid hoy se viste de chulapas y manolos, de organillos, rosquillas y casticismo, yo quiero compartir contigo otra expderiencia viajera de ésas que llevo a cabo con mi amiga Elena, a través de la cual juntos (ella y yo) demostramos que se puede estar, que merece la pena querer estar y que hacerlo, es todo un regalo, un triunfo. Me dices: “no paras, vaya zascandil que estás hecho”. Pero, cómo no lo voy a hacer, si tengo el lujo de gozar de  una acompañante como ella.
Bien, pero es que además, en este caso, la parte viajera se ha complementado con otras componentes añadidas: la de aprender y escuchar, y la de hacer visible la ceguera a un auditorio nutrido. Así que ya os podéis imaginar: dar cauce en tres días a buena parte de mis pasiones, la viajera, la de participar, la de hacer visible la ceguera, la de la amistad y la del buen yantar. Ahí es nada. Demasiado. Así, entonces, ¿cómo ser capaz de sintetizar en un par de páginas todo este cúmulo de emociones? ¿Cómo no dejarme atrapar por mi ansia de expresarme, de transmitirte tanta ilusión,  provocando, con ello, que el tiempo se me acabe sin haber dejado a Elena que te cuente? Te lo aseguro, ¡es muy difícil!

Hace algo así como dos meses, Elena me manda un correo en el que me pone una información y el enlace de una página web y en el que su encabezado decía: “¿Nos apuntamos? ¿Participamos?”
Se trataba del VI encuentro estatal de orientadores y psicopedagogos, organizado por la Coordinadora de Psicopedagogos y Orientadores de España (Copoe),  que transcurriría en Bilbao entre los días 11 y 13 de mayo. Además de las conferencias y mesas redondas se daba la oportunidad de enviar comunicaciones y pósters que hablasen de innovación y buenas prácticas en el ámbito educativo. ¿Puedes creer que dudara? El señuelo, la motivación estaban servidos. Mi cabezota empezó a funcionar. Acordamos que redactaríamos una comunicación sobre el papel que juega la tecnología en la inclusión educativa de las personas ciegas, llevaríamos nuestro ordenador adaptado y algunos otros materiales tiflotécnicos y pondríamos el vídeo de los colores de las flores. Dicho y hecho: la escribimos, la mandamos y nos la aceptaron.
Nos inscribimos.
Simultáneamente pensamos aprovechar el congreso para hacer turismo. Preguntamos por visitas guiadas para el lunes (o eran muy caras o no las había desde la oficina de turismo), los del congreso regalaban, a cada inscrito,  una entrada para visitar el Museo Guggenheim (luego supimos que no contemplaba una visita guiada para nosotros, imaginaos a dos ciegos en un museo de arte moderno sin que nadie nos ayudara. Lo descartamos), hablé con una compañera de la ONCE de Bilbao y Elena con nuestro querido Joaquín de Voluntarios de BBVA en la seguridad de que ellos, siempre tan majos y dispuestos, nos buscarían un buen apoyo.
Reservamos el hotel, el más cercano al congreso que se desarrollaría en la universidad de Deusto (otro aliciente más para ir: pisar esa universidad con lo prestigiosa que es, estar yo, increíble).
Nuestra amiga Paloma nos sacó los billetes de tren con su eficacia y cariño de siempre.
Y llegó el día 11. Cargamos el equipaje de fuerza, ilusión y confianza, y para allá que nos fuimos.
350 inscritos en el congreso, una movida. “No os preocupéis, cualquier cosa que necesitéis os ayudamos”. Ya os recogemos en el hotel y vamos juntos.”
Elena me dice: “llévate alfabetos braille para repartir.” Buena idea (luego los dejaremos en las mesas del congreso y volarán rápidamente).
Bilbao nos recibe con txirimiri. Inma y su chico nos introducen en la noche bilbaína por el casco viejo: buen ambiente callejero, txiquiteos a base de txacolí, cena con bacalao (cómo no) y goxoa (postre rico rico) y chupitos (chupitos de Bilbao que en Madrid son copazos) de pachahrán (ya se sabe: “pacharán más de mil años, muchos más”). Son casi las 4 de la mañana y a las 7 hay que levantarse porque vendrán a buscarnos a las 8. Hemos dicho que más de noche de lo que es no va a ser, pero ¡cómo cuesta levantarse!
Eli, la chica que ha ido a buscarnos nos explica el lugar y nos ubica en la primera fila del auditorio. Se va a hablar de los valores de los jóvenes, de la diversidad educativa, de experiencias, de la orientación y sus incertidumbres, de la escuela que debería ser…
Nos hacemos visibles, intervengo apelando a la diferencia, a las capacidades diferentes frente a la discapacidad, a que lo que es útil para todos es imprescindible para unos cuantos, a la realidad de que lo que no se ve no existe hoy día (y eso lo dice un ciego), al entre lo puedo todo y no puedo  nada, está el puedo… Al final de las sesiones unos payasos hacen reír a carcajadas al resumir las conclusiones de lo tratado bajo la mirada del humor.  
 El sábado a la noche se ofrecerá la opción de participar en una cena de gala, ¿nos apuntaremos? Claro. Un lujazo, casi de boda. Me emociono al pensar que estoy allí, que soy uno más entre aquella gente, no sé, es..
Es domingo, la virgen de Fátima, estamos nerviosos, nos toca impartir nuestra comunicación. ¿Vendrá gente? ¿Lo haremos bien? ¿Servirá de algo? Bajamos en el ascensor y una canción suena (¿será un presagio?): “Castillos en el aire” de nuestro querido Jaime Urrutia. Es como magia.
Nos decimos: “ya pasó”. Me he enrollado más de la cuenta ( es lo que tiene, como dice Joaquín, ser mudo), ha faltado tiempo, perdóname, Elena”. Una frase que es todo nuestro corolario: “solo quien cree que los sueños pueden cumplirse, está realmente vivo”.
El congreso ha terminado. ¿Dónde vamos a comer? A la aventura. No sabemos cómo pero llegamos a un batxoki. Toma castaña. Una camarera, a la que yo me empeño en llamar Marta (¿por qué será?) Pero que, en realidad, se llama Mónica. Nos cuida, nos mima. Se nota que tiene una sensibilidad especial. ¿Por qué? Incluso  nos acompaña de vuelta al hotel. Nos dice: “tengo una niña con retraso mental. Ay, si ella llegara a ser como vosotros.”
Por la tarde noche daremos un paseo por nuestra cuenta, ¿por dónde? Ría adelante hasta el Arenal. Qué fácil, es peatonal, no hay cruces, se oye la gabarra dejando su estela, pasamos por los puentes de la Salve o el de Calatrava y el ayuntamiento con su reloj de carrillón que da las campanadas (¿para nosotros?). Acabamos, ¿dónde? Pues dónde va a ser, tomando pintxos. “¿Qué pintxos quieren? ¿De qué los tiene? Uf, como tenga que contárselos todos… Tráiganos los que usted quiera, mientras no piquen.”
¿Y el lunes? El lunes nos espera Raquel, voluntaria de BBVA, que nos hará de lazarillo, de guía, que José Luis le ha dicho que nos enseñe Bilbao. “¿Y qué les voy a enseñar yo a dos personas que no ven? ¿Qué será aquello que mejor puedan apreciar, percibir? Un paseo por el puerto deportivo y subir al Puente Vizkaya (el famoso puente colgante). Y entretanto compartimos, comentamos, nos enriquecemos, nos cuenta historias del Banco de Bilbao como aquella Paga del polvo o las fiestas de Reyes Magos organizadas por el banco en el teatro Arriaga. Y nos relata también cuando pasamos por el Edificio del Tigre, la Grúa Carola o la Playa de las secretarias.
Y volvemos a comer al batxoki. Y Mónica que se alegra de corazón con nuestra nueva visita y que el día de antes se ha emocionado tanto con nuestra fuerza que le han caído las lágrimas y que nos prepara una sepia con langostinos que le han traído recién pescada para ella y una mousse de avellana con flan de nata que tira de espaldas y otro “chupito” (entre comillas) de despedida.
Y vuelta al hotel por el equipaje y subida al tren de regreso a la cotidianeidad madrileña.
Ya sé, voy por la página tres (jejejej) y aún me falta dar las gracias, lo principal.
Gracias a Elena porque quisiera que participara con ella en ese evento.
Gracias a la organización del congreso por su ayuda en todo momento.
Gracias a Marisa, una congresista que estuvo muy pendiente de nosotros y quiso traernos información en braille del Guggenheim.
Gracias a Inma por regalarnos una noche de viernes y que nos llamó después para ver cómo había salido todo.
Gracias a Voluntarios de BBVA, a Joaquín, a José Luis y a Begoña por buscarnos a Raquel, con su calidad humana y cariño de siempre.
Y gracias a ésta porque nos hizo ver y vivir juntos un lunes primaveral en la ciudad del Nervión inolvidable.
¡Siempre adelante! ¿Y pronto? Pronto, más.

      

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domingo, 13 de mayo de 2012

Otro año más

Que tengáis una buena semana.
 
Otro año más la piel sale de su cápsula de lanas y paños para mostrarse esplendorosa, ufana. Brazos, torsos, espaldas, piernas... todo un despliegue de sedosidad atrayente.
Otro año más, las pisadas cambian su tono de nuevo para hacerse audibles, rítmicas. El son de tacones graves, pesados, huecos se muda en otro tintineantes, ágiles, agudos.
Otro año más, en fin, esas señales se emiten nítidas y atrayentes para quien tanto desea recibirlas y, con ello, alegrar su oído y prender su imaginación. Seguramente para muchos, la mayoría, pasarán desapercibidas.Pero para él, no
Sixto Torres pasea su ceguera por una cotidianeidad ilusionada en calles, centros de ocio y medios de transporte. Lo hace, regido por su voluntad y deseo de superarse.
Sixto Torres maneja su bastón con habilidad de bailarín aunque, no por ello, deje de tropezar o golpearse. ¡Son tantos los obstáculos que le salen al encuentro!
Pero hoy, este adalid del bastón blanco tiene un nuevo aliciente: volver a fantasear.
Es verdad, ha regresado el calor a la ciudad de manera espontánea y apresurada. Tanto tiempo aguardando su arribada y ya está aquí.
¿Será como siempre? _se dice_ ¿Las féminas volverán a lucir desnudeces, hermosuras? Ah, si viera... Qué lástima no hacerlo. Cómo se van a poner otro año más los que ven. ¿Y él? Él, nada. ¿O sí?
-Caballero, ¿quiere darme la mano?
-Uy, sí; cómo no. ¿La mano sólo? Jejjeej
-Sí, la mano.
Una mano fina y dulce se la toma. Y... ¿Cómo creerlo?
Esa mano fina y dulce guía la de Sixto Torres por su cuerpo: su melena, su rostro, sus curvas...
¿Es verdad? ¿Es posible? Qué gusto. Si ver no verá, pero su mente le hace chirivitas ese primer día de calor primaveral.
¿Y si le dijera que detenga su mano en...?
OOOHHHH. Si es que era una escultura que hay en la plaza y que hoy le ha dado por echarle un tiento. Al menos, piel no tocará, pero alabastro... alabastro que no le falte. ¡Y qué suave? ¿Y qué fino es? Aunque, si no tuviese tanto polvo, ya sería la leche. Y mira que tener él que limpiarle el polvo a la escultura de la Madona del cántaro. Si al menos se lo pudiera ...
En fin, vivir para ver.

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