martes, 28 de junio de 2011

La maldición de la prisa

Qué pena que el tiempo haya impuesto su tiranía en nuestras vidas. Que para todo tengamos que apresurarnos, bebernos los momentos con ansia de sediento caminante por el desierto.
Todo debe ser hecho al instante, al compulsivo golpe de un clic.
La prisa nos gobierna, las cosas han de hacerse para ayer y, aun sin verlo, sé que en este Madrid de hoy, todo el mundo corre sin pausa, empujando al viento que debería abrazarnos.
¿Y no sería mucho mejor, acaso, disfrutar a lo lento? ¿Alargar lo que vivimos, saber detenernos en un punto, extasiarnos en el placer del momento?
Resistamos la tentación de devorar, pongamos una pausa en los sentidos, disfrutemos, atesoremos. Huyamos, en fin, de esa maldición convertida en hacerlo ya, ahora, en el momento, vamos, deprisa, ascape, corre corre.

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domingo, 26 de junio de 2011

Albino y la anciana que rompía los nudos al mirar

Albino Blanco, con su pelo de nieve, su piel pálida y sus ojos claros sabía que de nada le valía esperar, que por mucho que aguardase la venida del ser anhelado, éste nunca llegaría como él deseaba, y necesitaba que lo hiciese.
Y aun teniendo esa certeza, se negaba a aceptarla, mantenía la expectación porque, por poco que fuese, la mera insinuación de la promesa de la presencia codiciada en forma de llamadas, ya le era suficiente. Algunos le habrían dicho que se conformaba con migajas, pero qué más le daba que lo fueran, si le caían cual maná en su tenebroso existir.
Con su bastón blanco, en ristre, no se resignaba. Cómo iba a hacerlo. Su vida era una continua contradicción: la blancura de su nombre y aspecto versus la negrura a que tenía que enfrentarse siendo ciego como era. Conducirse con un blanco trozo de metal por caminos oscuros, trasmitir sol con la energía de la sonrisa mientras que para él todo era sombra.
¿Cómo podía ser que no desesperase? Algunos dirían, otra vez, que no podía atribuirse si no a un increíble milagro.
Y, sin embargo, ahí estaba eternamente avanzando hacia delante, soñando siempre con descubrir quién sabía qué, aferrándose al deseo, tal vez vano, de hacerse visible en medio de su invisibilidad.
Le dijeron: “vente con nosotros”. Mas él no quiso. Marcharía solo en pos de otra aventura. No le entendían, le criticaban pero no cejaba en su obcecación. Volvió a partir solo, quiso perderse por cerros y veredas, recorrer nuevos itinerarios.
Y sí, lo hizo, volvió a hacerlo, se empeñó y triunfó.
Era una tarde de sol veraniego, de grillos y chicharras, de sed. Con su sombrero y su bastón, con su ímpetu viajero se adentró desde el Mirador buena paradoja, un ciego yendo a un mirador_ y dio con la senda, primero de graba y luego de hierba. Siguió por ella, ¿sabría luego regresar? Qué importaba si estaba disfrutando de su nuevo peregrinaje. Percibió cómo el calor declinaba entre los árboles y hete aquí que alguien le preguntó:
-¡Dónde vas tan solitario?
Y Albino se confesó, porque la anciana voz que le interpelaba, preñada de matices, al par bondadosos y al par tristes; era agradable y intuyó que tampoco ella tendría prisa porque en los pueblos esa palabra casi siempre carece de sentido. Le habló de su dicotomía, de sus pensamientos y afanes, de sus luchas de caballero andante perdido.
¿Y ella?
Sentados sobre un grueso tronco caído, a la sombra, le explicó que se llamaba Lucía, que el reloj de sus días estaba tocando a su fin, que había tenido que exiliarse del mundo en aquel rincón boscoso para no hacer más daño al mirar. Y es que, una rara cosa le sucedía desde que tenía memoria: cuando fijaba su vista en algo, si estaba anudado, los lazos que lo mantenían firme se deshacían cual arena devorada por las olas de un mar bravo. Que primero pensó arrancarse los ojos, luego velarlos con vendas opacas y, por último, optó por escapar.
Las redes de los pescadores de su pueblo se arruinaban ante su mirada, los manojos de alimentos y plantas curativas puestas a secar por las madres se volatilizaban haciendo que se perdiesen, los bikinis de las turistas se desanudaban desnudando sus cuerpos. Nadie la quería, todos se lamentaban de su existencia, la veían como a una maldición. Se fue del pueblo aun pese a la oposición de sus padres que tanto la querían y necesitaban. ¿Qué iban a hacer sin su Lucía, su único vástago?
Y aquellos dos seres excluidos, se comprendieron, se sintieron cómplices. Los nudos que Lucía deshacía al mirar, se anudaron esta vez para unir sus almas.
Albino percibió un nuevo amanecer. Aguzaría su oído para escuchar el titilar de las estrellas que serían mensajeras de vocablos de paz, ánimo y aliento.
Lucía le pidió que regresase allá de donde venía y que inventase historias de príncipes encantados, hadas bondadosas, exóticos palacios habitados por duendes y héroes de cuento, zapatos que se enamorarían en vagones de Metro, botellas lanzadas al mar en busca de islas donde reina la ilusión o dragones tristes que, en realidad, únicamente son seres vacíos necesitados de afecto. Porque siempre que narrase uno de esos cuentos el corazón roto de quienes le escuchasen se volvería a soldar y retornaría a latir con la fuerza de la magia, hecha palabras de luz, de cariño y cálido acompañamiento.
Albino le imploró a Lucía que le mirase aunque él no la viera. Ella, entre lágrimas lo hizo. Supieron que, gracias a los cuentos, ya nunca se sentirían aislados, olvidados, inmisericordemente solos.
Y, mientras él, retomaba la danza de su muñeca en acompasado compás con su bastón, hollando la alfombra de aquel refugio, las hojas de castaños y olivares se pusieron a cantar, animadas por la alegre música de la brisa del atardecer.
Y, sin él saber cómo, arribó a una plaza porticada en la que unos artistas, con vocación de juglares, estaban narrando cuentos. Les pediría que le dejasen sumarse a la fiesta y, desde ya, empezaría a practicar la misión que Lucía le acababa de encargar, poniendo en el intento su mejor hacer.
Y Albino, a partir de aquel instante, no sería nunca tan solo Blanco de nombre, lo sería también de espíritu por el brillo que emanarían sus relatos y el fuego que los alimentaría.

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sábado, 25 de junio de 2011

Úbeda, vista desde la ceguera

Y mientras media España, el pasado jueves día 23, soñaba con que el fuego purificador se llevara, con sus brasas, los malos momentos vividos este año y otros muchos celebraban al Santísimo, con el día del Corpus (uno de aquellos jueves que brillaban más que el sol) yo me decidí por tratar de adquirir otra nueva experiencia viajera.
Se trataba de visitar la Ubbadat al_Arabi musulmana, aquélla donde uno puede perderse por sus cerros si se pone a divagar. Sí, así es; lo habéis adivinado: hablo de Úbeda, ciudad de la provincia de Jaén.
El plan trazado era como el de otras veces: reserva en el Parador, llamada a la Oficina de Turismo para recabar información acerca de visitas guiadas y de cómo llegar, y búsqueda de información en Internet. Además, claro, de ilusión, mucha ilusión.
Más allá de la reseña de los monumentos que encierra la ciudad, declarada, junto con Baeza, Patrimonio de la Humanidad en 2003; vayan aquí mis particulares impresiones, lo que ha quedado grabado en esta memoria de cegato viajero y zascandil.

Una estructura urbanística que combina el pasado árabe con sus callejuelas y plazoletas; y el renacentista, con sus palacios de estructura racionalista, sus casas solariegas y sus espacios abiertos. Incómoda para moverse con el bastón, pero evocadora por su rica Historia.
La emoción de estar alojado en un palacio del siglo XVI, con su patio interior acristalado y la fuente que le da frescor y sosiego; la habitación con sus molduras, sus jarrones de cerámica típica en la que se destaca el enrejado, sus puertas con cuarterones de madera y cerraduras de la época; o el reloj de la plaza que, con sus tañidos de campana, marca las horas, incólume al paso del tiempo.
Otra vez más, el excelente trato recibido del personal del Parador, con su director al frente, pero también de las gentes con las que me he topado en estos días, que han hecho que me sintiese como en casa y que pudiera traerme vívidas imágenes de lo visitado.
Satisfacción al saber que delante de mí, estaba contemplando enclaves tan significativos como la casa museo donde falleció San Juan de la Cruz (por cierto, que me cuentan que está caracterizado con una calavera, su hábito carmelita y la pluma con la que escribir sus versos, bastante tétrico; además de que me narran el milagro de Sabiote, por el que proveería a un pobre campesino de espárragos verdes en abundancia) o el Mirador desde donde se divisan las sierras de Cazorla y Segura, y más aún, los famosos cerros, que no son tales si no la excusa que pusiera el conquistador de la ciudad, Fernando III el Santo para justificar el retraso a su llegada en una reunión con sus generales para ocultar la realidad del encuentro con una hermosísima mujer árabe.
El sentimiento de cierta pena al saber que no pocas casonas, otrora nobles, ahora están abandonadas, en estado de decrepitud, como es el caso del palacio donde naciera el principal prohombre del lugar: Francisco de los Cobos, que fuera poderoso secretario del emperador Carlos I.
Toco la pila bautismal de la Colegiata de Santa María, estrellas de David, en no pocas construcciones (a modo de firmas), las roldanas donde amarrarían las caballerías los habitantes, los arcos lobulados del Museo Arqueológico o la puerta del modernista Teatro Ideal
La casualidad, hecha cuento. Sin sospecharlo, resulta que se desarrollaba la XII edición del festival de cuentacuentos, “Úbeda cuenta” pudiendo asistir a dos de las representaciones con plena normalidady disfrute (imaginaos qué alegre casualidad para mí, tan cuentista como es uno). Lo mismo que el encuentro con un señor, cuya sobrina también es ciega y que me ha hecho de guía particular y complementario, llevándome a visitar un horno de alfarero y narrándome historias curiosas que no aparecen en los libros.
Y cómo no: la excelsa gastronomía a base de productos de caza, como esa ensalada de perdiz; el ochío, producto típico a modo de panecillo relleno de morcilla o picadillo; los andrajos, pellizcos de pasta guisada con bacalao y menta; y esos postres, como el soberbio milhojas o la copa de helado con tres bolas: sandía, manzana verde y mandarina.
¿Y me diréis: no hay anécdotas?
Llegar a la estación de autobuses y preguntar si está lejos el Parador para ir andando y que te digan: ah, sí que lo está; ya te llevo yo en mi coche.
Ir a la primera sesión de cuentacuentos, en un pub muy agradable y que a tu lado se siente alguien (una señora, cómo no) y te empiece a audiodescribir los gestos que hace la intérprete. Y como hace mucho calor, saca el abanico y yo le digo: “Me dejas que abanique yo?” Pensaría que vaya chapucero que estoy hecho con eso de darle a la muñeca. En fin, que no es lo mío lo de abanicar.
Viendo el taller de alfarero, en el patio donde secan las piezas, hay una higuera repleta de brevas dulcísimas. Ya se sabe: “te veo de higos a brevas” (pues como tenga que verte yo… ya me las puedo comer todas y darme el atracón, que ni por esas).

Otro periplo más, otra cultura adquirida,otra batallita que contar.
¿Y la próxima? En un mes lo leeréis.

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martes, 21 de junio de 2011

El libro de su vida

A cuenta de la siguiente anécdota, ¿qué libro escogeríais vosotras y vosotros? ¿O diríais lo mismo que Chesterton?
Yo me quedaría con uno en el que se recogiesen vuestras dedicatorias y pensamientos, vuestros sueños y confidencias. Sería la mejor manera de no encontrarme solo.

Cierta publicación literaria de Londres promovió entre sus lectores una encuesta sobre el libro favorito de cada uno. El planteamiento de la encuesta era el siguiente: "Si usted fuera un náufrago en una remota y aislada isla desierta, y pudiera solicitar un único libro para su entretenimiento... ¿qué título escogería?". Rápidamente, los lectores cubrieron con sus propuestas un amplio espectro de géneros y épocas: obras de Shakespeare, tragedias griegas, libros de filosofía... la Biblia, etc. Cuando los redactores hicieron la pregunta a Gilbert Keith Chesterton, un escritor con gran sentido del humor y de conocido afán polemista, éste respondió con gran presteza: "Pues, nada me haría más feliz que un libro titulado Manual para la construcción de lanchas".

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domingo, 19 de junio de 2011

El jilguero

El lunes pasado, mientras paseaba cogido del brazo de mi padre, por los campos de mi pueblo, escuché el trinar hermoso y vivo de unos pájaros. Quién sabe si no se contarían la historia que ahora yo os traslado.
Feliz domingo y buena semana veraniega sanjuanera.

El jilguero, con su trino cantarín de aquella mañana llegó al brocal del pozo que tantas veces, la distinguida señora, ya anciana, había contemplado desde su amaca en el patio de la casa, un edificio ya centenario pero en el que hacía una eternidad le conoció a él.
Tú me enseñaste que debía empezar mis días desde aquí. Recibir la savia de la fragancia de jazmines, sándalos y lavandas; empaparme de las sensaciones que me evocasen tu presencia; y recordar, con la lectura de aquel último libro que me regalaste, que siempre estarías a mi lado, que por muy lejos que te hubieses marchado, te sentiría eternamente cercano, apretado a mi alma.
Con nostalgia de ayeres, me dispongo a vestir mis labios de una tenue capa de carmín, como a ti te gustaba. Siempre decías que, al besarlos, su sabor a fresa se acrecentaba con él. ¿Te acuerdas?
Ay ay ay. Hace tanto tiempo que no nos vemos, que no enlazamos nuestras manos con nudos de amor.
El gentil pajarillo sigue acompañándome. Uy, ¿será mi imaginación o es que me está mirando? Su pico, su suave plumaje de vivos colores
Y su ternura me escoltan esta mañana de domingo.
Bienvenido, cantor alegre que haces mudar mi melancolía. Déjame que beba un sorbo de este té helado que he preparado. Cómo me recuerda a él,.
Porque sí, cada instante, cada soplo de tiempo, cada bocanada de esta brisa tan vivificante hacen que él sea inmortal.
¿Por qué tuviste que llevártelo, Dama Negra? ¿Por qué me dejaste aquí?
Uy; ven, pajarillo. Pósate en mi dedo índice, confía en mí, déjame que te acaricie. ¿Y si tú fueras él?
Como si la pequeña avecilla comprendiese su triste soledad,se acurrucó en el hombro, junto al cuello, pegando su pico a la oreja de la mujer. Y entonces ella sonrió.
Si alguien la hubiera estado observando en aquel momento, habría visto cómo sus ojos se preñaban de luz, se agrandaban, resplandecían. ¿Qué pudo ser lo que un sencillo pajarillo le susurró? ¿Qué lo que ella entendió?
¿Sería, acaso, una llamada?
Cuando la chica que venía a hacerle compañía y animarla a que saliese de aquella casa, un mausoleo _dirían algunos_, llegó a eso del mediodía, la encontró… ¿podríamos decir que dormida? Otros afirmarían que, al fin, había partido al lugar de los sueños. De lo que nadie podría dudar es que la muerte no había podido llevársela triste. La paz de su rostro y unos labios, recién pintados de carmín, que sonreían, demostraban que marchó feliz al encuentro con quien tanto amó.
Y mientras todo eso sucedía, un alegre y sonoro trinar no dejó de sonar. Pocos se fijaron en ello, hubo otros que murmuraron reniegos,mas no cesó, no calló hasta que la tierra no dio su abrazo definitivo a aquella vieja mujer tan enamorada.

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jueves, 16 de junio de 2011

Cuando todos los días resultan iguales...

...es porque el hombre ha dejado de percibir las cosas buenas que surgen en su vida cada vez que el sol cruza el cielo.

El escritor brasileño, Paulo coelho nos deja esta frase tan acertada .
Cierto que, a veces, se nos hace difícil apreciar, ver, disfrutar... esas cosas nuevas con las que uno puede encontrarse en el día a día. Pero, ¿no es bastante aliciente el esperar a que alguien te regale una sonrisa, te ayude? O quizá, ¿que nos salga al encuentro una imagen hermosa, una sensación evocadora, una noticia esperanzadora?
¿Por qué no? ¿Quién sabe?

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martes, 14 de junio de 2011

Las tablas de Daimiel al atardecer


Carlos de Hita, con su descripción en su artículo de el diario El Mundo casi hace que los escuchemos. Pongo aquí sus palabras para evocar ese mundo de sonidos y colores que estos días de finales de primavera adornan los campos de nuestra geografía.
Yo ayer tuve la suerte de vivirlo, cuando paseaba con mi padre por el campo en mi pueblo soriano. Qué delicia de música.
Os invito a que podáis hacerlo vosotros también, disfrutando e imaginando.

Ciertos títulos, más que orientar, crean desconcierto. Sobre todo entre los profanos. Puede que sea el caso, pero desconcierto es lo que producen determinados sonidos cuando se recorre un cañaveral a la hora del crepúsculo. No hay lugar más intrincado, ni sonidos más misteriosos que aquellos que parecen salir del barro, entre los tallos impenetrables de carrizos, juncos, masiegas y demás vegetación palustre. Algunas de esas voces pertenecen a unos desconocidos de la mayoría: rascones, calamones y polluelas.
Hoy volvemos a las Tablas de Daimiel. Un gruñido sordo se escapa del fango, a nuestros pies. Estamos en la orilla de una laguna cercada por una espesa masa de carrizos. Eso, unido a la caída de la luz, cierra el horizonte visual a unos pocos metros. El sonido es el encargado de dibujar la laguna que se abre por detrás. Una imagen sonora armónica, sin altibajos ni estridencias.
A estas horas en las que de la lámina de agua emerge una vaharada de frescor, emerge también el clamor de los anfibios. El oído avezado podrá diferenciar a las ranas comunes de las ranitas de San Antón. Oirá el mugido regular del avetorillo. Y el ronroneo continuo de la buscarla unicolor, un pájaro que imita las estridencias de los grillos.
El gruñido persiste, quedo pero insistente; sube de intensidad y se vacía en un leve suspiro. Procede de un rascón, un ave que pasa la vida oculta entre los carrizos. Oculta pero nada discreta. En realidad su voz habitual es muy distinta, un martilleo agudo, penetrante, que se acelera, para, se tensa… y acaba en otro gruñido.
Pero el rascón no es el único en desentonar sobre la armonía de la hora. También oculto entre las cañas, chapoteando en el barro, muge un calamón. Otro ejemplar le da la réplica.
Avanzamos unos pasos por el fango de la orilla, al abrigo de la oscuridad. El camuflaje en el claroscuro de las cañas es perfecto: dos zampullines chicos nos ignoran. Una focha estornuda con discreción. Otra chapotea a la carrera, y con las ondas que se extienden sobre el agua, se extiende también el silencio de la noche. Un grito agudo, imperativo, que arranca y se detiene, destaca sobre la calma. El tercer habitante de la espesura se manifiesta: reclama una polluela bastarda.

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jueves, 9 de junio de 2011

Lo intentó

Una vez más, él se quedó solo. Fue el único en quedar atrás, en ser olvidado.
Y miren que se había esforzado por ser de los de ellos pese a saber que lo tendría difícil por haber sido el último en llegar. Luchó, resistió y participó mas todo resultó en vano. Al final fue, nuevamente, rechazado.
Entonces, si sabía que no acabarían haciéndole suyo, ¿por qué quiso intentarlo? ¿Qué necesidad había tenido?
La respuesta era sencilla: su alma no le dejaba opción. ¡Tenía que intentarlo!
El aliento de su espíritu inquieto, con hambre de superación, le insuflaba la energía necesaria para seguir siempre hacia delante, mantener la ilusión en esforzarse por estar y aportar.
¿Quedaría algo de todo aquello pasado el tiempo?
Él no podía saberlo pero sí sabía que lo había intentado aunque, poco a poco, fuera dándose cuenta de que no podía, de que no era capaz de hacer otra cosa que ceder, dejarse olvidar.
Ya estaba. Volvería a su mundo de grises y rutinas, esperaría que, el destino volviese a darle otra oportunidad y, mientras tanto, soñaría con héroes y caballeros, con hazañas legendarias y con triunfos con nombre de ofrecerse y regalar felicidad, de ayudar a que el mundo, aunque fuese de forma tenue y sencilla,mantuviese una cara en la que permaneciera siempre viva una sonrisa y una chispa de luz.

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miércoles, 8 de junio de 2011

Felicidades, Bonnie Tyler

Gaynor Hopkins, nacida el 8 de junio de 1951 en Skewen, Neath.
Cuando era adolescente, cantó con un grupo llamado “Bobby Wayne And The Dixies”, después del cual formó su propia banda, llamada “Imagination”. Adoptando diferentes nombres escénicos hasta establecerse definitivamente como Bonnie Tyler, durante casi una década ella y su banda actuaron en pubs y nightclubs a lo largo de todo el sur de Gales. En 1975 Bonnie Tyler grabó su primer single para RCA Records llamado "My My Honeycomb", que no consiguió entrar en las listas de ventas. Su éxito con "Lost In France" llevó a Tyler a grabar su primer álbum en 1977. Titulado "The World Starts Tonight"
Hacia el año 2004 Bonnie Tyler aparece nuevamente en escenarios, la joven cantante francesa Kareen Antonn y ella grabaron un dueto. "Si Demain", la versión francesa de "Total Eclipse of the Heart", fue lanzado en enero de 2004 y fue un número uno en Francia, Bélgica y Polonia.
Pocos artistas pueden vanagloriarse de tener en su haber tantos éxitos mundiales. Ella sí. Bonnie Tyler, la cantante de voz rota que cautivó a medio planeta en los años setenta y ochenta con canciones como «It´s a heartache», «Holding out for a hero», «Total eclipse of the heart» o «Lost in France», vive ahora una segunda juventud.
Dicharachera, amiga de relatar una anécdota tras otra, recuerda que antes de grabar su primer álbum, «The world starts tonight», pasó varios años cantando en un local de Gales, hasta que una noche apareció un cazatalentos de Londres que, por casualidad y también por equivocación, siguió su actuación y quedó prendado de su voz. Vendría luego un estrellato que ella no buscó expresamente. «Nunca he tenido sueños de pop-star o de superventas. Hoy podría seguir cantando en aquel club en el que comencé en 1969 porque amo estar sobre un escenario y no necesito el éxito para salir a escena». De todos modos, cuando le llegó la oportunidad, «la agarré con las dos manos».
Felicidades, feliz cumpleaños a una cantante cuya voz siempre me ha resultado muy evocadora.
Aquí uno de sus temas clásicos.

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lunes, 6 de junio de 2011

El regalo de la buena compañía

Cuando tanto se habla de aislamiento, soledad y abandono. Cuando hay tanta gente que vaga sola, perdida entre la multitud. Cuando hay personas que no tienen con quien compartir momentos de alegrías y tristezas.
Mientras que, desgraciadamente, todo eso sucede con mayor frecuencia de la que debería, yo puedo presumir de que disfruto del privilegio que supone recoger el regalo de la buena compañía.
Este fin de semana lo he recibido en plenitud, gozando del afecto, el cariño y la cercanía de buenas personas que me han hecho ver, a mí tan cegatón, que soy poseedor de uno de los mejores tesoros con los que uno puede soñar: el saber que no estoy solo, muy por el contrario.
He tenido llamadas telefónicas y encuentros que me han hecho feliz.
¿Quién me iba a decir a mí que se me querría con tanta nobleza y de corazón?
Qué mágica ilusión (pero a la vez, tan real) escuchar, por fin, a alguien de la que hasta entonces sólo tenía sus virtuales besitos volados de Brujita que ve el mundo desde su escoba, de que me recordasen tras años de no habernos visto y de que me acompañasen porque ellas así lo quisieron.
Gracias a esas personas especiales que me dieron compañía, acompañamiento, compartieron (todas palabras con la partícula común de juntar, unir) y que me hicieron el mejor de los regalos en un 5 de junio que ha pasado a formar ya parte de mi historia.
Más allá de lo que Ciudad Rodrigo me aportó (con su Historia, sus monumentos y leyendas, su gastronomía y las sorpresas con que se me obsequió; lo verdaderamente importante y esencial fue esa demostración de estar acompañado.
Gracias por ese privilegio que me habéis concedido.

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domingo, 5 de junio de 2011

El doctor Aaachís

Como siempre, aunque hoy algo más tarde de lo habitual, os dejo mi cuentecillo.
Que vuestro domingo haya sido tan feliz como el mío.

El doctor Aaachís, llamado así por sus continuos estornudos, no vayan a pensar, oigan, se empeñaba en demostrar sus teorías a todos cuantos quisieran escucharle. Se reía, burlesco, de otro doctor, el bacterio de ciertos tebeos y eso que él no le iba a la zaga en ingenios disparatados.
Tenía su público, cómo no. Esperar sus genialidades era garantía de acabar sonriendo desternillado. Ahora que también acarreaba riesgos de siniestro. Pero bien valía la pena el peligro ante el resultado probable de diversión impagable.
Imagínense a un hombre que en la oreja portaba un diminuto microscopio, en vez del lapicero de los sastres ya extinguidos,que por bata calzaba una túnica plagada de remiendos y partes descoloridas lamidas por buenas dosis de aguarrrás y que por gafas, míope como era, lucía dos culos de botella de buena Manzanilla, unidos por un cordel.
Y, no obstante, estaba seguro. Algún día descubriría la sinfonía final, el invento de los inventos, la panacea.
¿La panacea? Ah, sí; el amor de su vida. La gentil doncella que velaría su vejez. Infeliz, ¿cómo podía ignorar que Panacea no era apelativo de mujer?
Así, él siempre buscando y buscando. Ninguna de cuantas seguían la senda de sus ingenios le satisfacía. Y miren que él preguntaba: ¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu nombre?
Y un día, bueno, no; una noche de luna una lechuza se cruzó en su camino, tropezó con su hombro… ¡Zas!
-Uy ¿quién osa y se posa en mí?
-Panacea, panacea, panacea, panaceaaaaaa.
Y el ave, otrora y siempre representación clásica de la sabiduría, de la simpar Atenea, continuó vuelo inalcanzable para el desdichado de nuestro doctor que, otra vez más, se dijo: ”la he tenido tan cerca… Nunca la podré conquistar ni poseer.”
Y se sentó, desinflado, descorchado, en lo que creyó era un banco, el primero que halló; cuando en realidad no era otra cosa que la tapa del cubo de basura tirado en medio de la acera de una calle cualquiera de una ciudad cualquiera.

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jueves, 2 de junio de 2011

La tierra de las cuevas pintadas

Hace más de 15 años, dos amigos míos, hoy fallecidos ambos (y a los que recuerdo con no poca nostalgia), me hablaron de una novela que estaba muy bien. Tenía los mejores ingredientes para ello: aventuras, evocación histórica, más bien prehistórica, romance, magia, viajes…
Yo ice caso de su recomendación, cómo no, y me enganchó, claro que sí. Se trataba de la primera entrega de una serie titulada “Los hijos de la Tierra”, de Jean Auel, “El clan del oso cavernario”.
Hoy he empezado la 6ª y última parte de dicha serie, “La tierra de las cuevas pintadas”, y no he podido evitar acordarme de ellos. ¿Les habría gustado como la primera? ¿Será igual de emocionante?
Yo no lo sé, lo que sí tengo claro es que, a la vez que sigo las aventuras de los protagonistas, pensaré en Juan Rafa y Carlos.
¿Cómo acabará?
Al menos, aun creyendo que podría haber sido menos extensa, lo cierto es que es una buena forma de acercarse a la remota época del Paleolítico, al mundo de nuestros lejanos antepasados.
Ayla y Jondalar me acompañarán estos días ahora, ya, en calidad de sonido digital frente a aquellas cassettes que nos la trajeron hace tanto tiempo.

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