jueves, 30 de septiembre de 2010

Felicidades, Maestras y Maestros

Os hablaba en mi anterior entrada de la petulancia de ciertos profesores y del ingenio de sus alumnos. Quiero hoy, no obstante, destacar la figura del Maestro con mayúsculas y felicitarle. Que para eso se celebra su día y bien merecido lo tiene.

Recuerdo a doña Rafaela, mi primera maestra cuando aún había escuela en mi pueblo y recuerdo a don Hermilo o don Arsenio. Les recuerdo cuando aún se les llamaba de usted y cuando te enseñaban a su estilo, bien es verdad, algo más que meros conocimientos académicos, valores y cariño.
Considero que es muy difícil enseñar, ser Maestro. Y si siempre lo ha sido, lo es más aún en la actualidad, cuando han perdido buena parte de su autoridad y, en más de una ocasión, se les pretende pasar la función de los padres en materia educativa.
Vaya mi reconocimiento hacia ellos y mi respeto a los que me enseñaron buena parte de lo que sé.
Recuerdo cómo aprendí el alfabeto, a don Arsenio que dibujaba en la pizarra los rostros de personajes célebres, cómo salíamos a buscar hojas para identificarlas o cómo doña Tere se esforzaba por hacerme comprender los misterios de la Física y la matemática, yo que siempre tuve mentalidad de letras. Cómo me recomendaron que comprase la enciclopedia Salvat de Arte para ayudarme a ver lo que no podía a través de las filminas (diapositivas). Ah, lo que daría por ver ahora lo que veía entonces y cómo me esforzaba por escribir con buena caligrafía..
        Bueno, lo dicho… un brindis por esas personas abnegadas y vocacionales que se esfuerzan por sembrar semillas de sólidos cimientos a base de tolerancia, interés y espíritu de aprendizaje en sus alumnos/as.

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martes, 28 de septiembre de 2010

Un cafecito

Os pongo una anécdota que me pasaron hace unos días y que me parece enormemente aleccionadora.

En la facultad de Medicina, el profesor se dirige a un alumno y le pregunta: "¿Cuántos riñones tenemos?"
"¡Cuatro!", responde el alumno.
"¿Cuatro?", replica el profesor, arrogante, de esos que sienten placer en pisotear los errores de los alumnos.
"Traiga un fardo de pasto, pues tenemos un asno en la sala", le ordena el profesor a su auxiliar.
 "¡Y para mí un cafecito!", replicó el alumno al auxiliar del maestro.
El profesor se enojó y expulsó al alumno de la sala. El alumno era el humorista Aparício Torelly, conocido como el Barón de Itararé (1895-1971)
Al salir de la sala, todavía el alumno tuvo la audacia de corregir al furioso maestro:
"Usted me preguntó cuántos riñones 'tenemos'.
'Tenemos' cuatro: dos míos y dos suyos. Porque 'tenemos' es una expresión usada para el plural. Que tenga un buen provecho y disfrute del pasto".
La vida exige mucho más comprensión que conocimiento. A veces, las personas, por tener un poco más de conocimiento o 'creer' que lo tienen, se sienten con derecho de subestimar a los demás...



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lunes, 27 de septiembre de 2010

Going-back

Por aquello de poner aquí buenas canciones, si pincháis en el título de la entrada, podréis escuchar lo nuevo de este cantante, todo un clásico ex de Génesis.
Que os guste.
Se admite explicación sobre las imágentes que aparecen.


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domingo, 26 de septiembre de 2010

El viejo marino

Con mis mejores deseos para esta semana que comienza, transcurrido el verano, vuelvo con mis cuentecillos.
Que os guste.


Cuando llegas al final de tu vida y sólo te quedan recuerdos, te das cuenta de que,total, tampoco estuvo tan mal. Tantas veces como te obcecaste con que tenías que hacer muchas cosas, que buscar gentes que te quisiesen, que alcanzar metas. Y, sin embargo, ¿ahora qué? Un blanco bastón nudoso, una gorraarrugada, una caracola y un sencillo crucifijo.
Perdida toda resistencia, apenas te quedan ganas de protestar, ¡tú que tan cascarrabias eras! Te llevaron a aquel asilo, so pretexto de que estarías bien, sin que quisieran ver que lo que a ti te habría agradado habría sido continuar residiendo en tu universo.
     Y es que tú, desde siempre, sentiste que pertenecías al mar. De niño construías barquitos de papel que botabas en la charca del pueblo. De mayor soñaste con que harías realidad aquellas fantasías de infancia, mas… no, no pudo ser.
Cuando los chicos de tu pueblo, iban a estudiar al seminario, tú te fuiste en pos de tu ideal. Convenciste a tu santa madre, ah ella, tan abnegada, de que triunfarías como capitán de navío, de aquellos buques cargados de tesoros con los que alimentabas tus noches en blanco.
Aunque ahora que lo piensas, a lo mejor, en realidad, a quien buscabas era a las sirenas con sus cantos. ¿Y si te acercas a tu viejo oído esa caracola? Susurros, murmullos, promesas…
Sigues fijando tu mirada glauca hacia el horizonte a través del ventanal que da al pequeño jardín mientras recuerdas, evocas, vislumbras.
Conociste a un encantador de serpientes, le seguiste con fe de adepto y descubriste que él sólo te quiso para explotarte. Claro, ¡eras tan joven, entonces!
Te dejaste arrastrar, seducir,  al son de su música:
-Rodrigo, mi nombre es Joham. Vine de lejos, de un país en el que la noche y el día se turnan durante seis meses, dejándose paso, la una al otro. De un lugar en el que pescar ballenas es lo más heroico, mientras sabes que una rubia mujer te espera. ¿Querrías acompañarme?
¿Qué podías hacer? Habías comprometido tu futuro ante tus mayores y creíste que el destino te salía al encuentro en forma de un rubicundo hombre de mirada de fuego. ¿Cómo te podían afectar, entonces, sus ademanes feroces, su voz bronca o sus manos de oso? Eras joven. Nada te daba miedo.
No te importó, tampoco, que al cruzarte con él, la atmósfera se tiñese de rojo sangre
ni que el aire se volviese inmisericorde. Pronto tuviste que saberlo. comprender que estabas en una inmunda bodega oscura, opresiva, lúgubre, en la que, tú y otros como tú, deberían vérselas con la suciedad y la herrumbre de un decrépito mercante cuyo puerto de destino os había sido ocultado pero que,desde luego, no era el prometedor oasis de riquezas anunciado, ni tampoco ninguna doncella de cabellos de oro te regalaría sus dones, al encontrarse contigo.
 El tiempo pasó viendo cómo te embrutecías hasta que… ¿Cuándo pudo ser? Un enorme estrépito se apoderó de tu mundo infecto. La más horrísona de las confusiones os rodeó. Sólo pudiste hacer una cosa: aferrarte al primer pedazo de madera que alcanzaste y dejarte llevar.
Y cuando quisiste abrir los ojos, la noche se había hecho eterna para ti, ompañera para siempre.
Con la torpeza de un recién nacido, tuviste que gatear a tientas sobre un lecho de arena.
Eso sí, algo habías ganado. Tu oído se había convertido en un experto paladeador de sonidos: hojas dejándose acunar por vientos amables, trinos de pájaros cantando al amor, olas de aquel océano que te llevó lamiendo labios de arenas puras.
Y entonces escuchaste aquella voz infantil que se dirigía a alguien. Tú no podías saber a quién, ni tampoco qué le decía ni cómo sería, pero lo que sí supiste fue que estaba pintada de bondad y que el futuro, para ti, cambiaba de rumbo, giraba el timón desde aquella playa ignota.
       Unas manos callosas de viejo se apoderaron de tus hombros, te ayudaron a ponerte en pie, mientras la niña seguía con su melodía y un perro correteaba a vuestro alrededor.
Te condujeron tierra adentro hasta una estancia fresca, acogedora. Te recostaron en una mullida cama al tiempo que te ofrecían un cuenco con leche tibia.
-Gracias, buenas gentes por vuestro auxilio _pudiste, apenas bisbisear_.
-Descansa, que ya nos contarás. Mi nieta, Isabel y yo te cuidaremos bien. Supongo que serás un superviviente del naufragio que ha habido hace dos noches.   Aunque se dijo que nadie se había salvado, por suerte, parece que no ha sido así.
  Los días fueron transcurriendo tranquilos, mientras tus heridas iban sanando. La niña, una muchacha despierta, vivaracha, alegre, te guiaba al borde de las rocas para oír cómo las olas os arrullaban. Explicaba cómo su abuelo y ella habían llegado a encontrarte y cómo ella disfrutaba acompañándole  
    Te acogieron, dejaron que te familiarizases con su cotidianeidad. Aprendiste a ayudarles. El perro, Canelo, te servía de lazarillo y te hiciste un hueco entre aquellos pastores.
Isabel retomó sus clases. Te contaron que sus padres habían querido emigrar en pos de mejor fortuna y que algún día vendrían en su busca. Todo iba bien asta que…
Cómo pudo ser, tú nunca lo supiste. El caso es que una mañana, unos hombres vinieron por ti. Dijeron que se te tenían que llevar para que testificases en un juicio a consecuencia del naufragio del Odín. ¿Qué te iba a ti en ello? ¿Mas qué podían hacer nieta y abuelo? Qué podías hacer tú?
Todo se trastocó. Una vorágine de abogados, papeleo, interrogatorios… para al final recibir una exigua pensión. Te planteaste regresar a casa de tus padres, pero te dio vergüenza llevar el fracaso como único bagaje y te quedaste.
Fuiste sobreviviendo, la pensión y tu espíritu de luchador fueron tus aliados hasta ace un año.
Entonces dijeron que eras ya demasiado viejo para vivir solo _como si no hubiera sido eso lo que he hecho toda mi vida_ y la asistenta social del ayuntamiento se empeñó en traerte aquí.
Es cierto, las cuidadoras se esfuerzan por agradar, hasta igual podría deciros que he ganado algún amigo, pero qué queréis. Éste no es mi hogar. Mi hogar debería estar en el mar.
¿Qué habrá sido de Isabel? ¿Sus padres la habrán visto feliz? Al menos, ojalá que ellos sí hayan tenido esa suerte. Los míos perdieron a su hijo, raptado por los sueños. Y encima, estoy seguro, de que me habrán perdonado y todo. Así de buenos eran ellos.
-Vamos, don Rodrigo. Cójase de mi brazo, que hoy se le ve triste.
-Hay, hija. Es que estoy cansado. ¿Querrías llevarme a la habitación para acostarme un rato?
Ya en su lecho, siente como si el mar meciese su alma y nota que sus manos han sido enlazadas por una niña con cara de ángel, con figura de aquella Isabel. Y se duerme en paz, sonríe al fin.
A la mañana siguiente, los residentes y demás personal de la residencia asisten a otro funeral, el de aquel viejo que decía había querido ser marino.            

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jueves, 23 de septiembre de 2010

Somos

Os hablaba de la muerte de José Antonio Labordeta coincidiendo con la de mi abuelo.
Independientemente de otras cuestiones, sus canciones son poesía pintadas  de buenos deseos. Su figura representa a Aragón en buena medida y no puedo olvidar cómo mi mejor amigo, Juan Rafa _otra estrella en el cielo_ lo idolatraba y me enseñó a conocerlo.
Vaya aquí mi pequeño recuerdo en forma de una de sus canciones. Como siempre, si pincháis en el título de la entrada, podreis escucharla.
 Somos
como esos viejos árboles
batidos por el viento
que azota desde el mar.
Hemos
perdido compañeros
paisajes y esperanzas
en nuestro caminar.
Vamos
hundiendo en las palabras
las huellas de los labios
para poder besar
tiempos
futuros y anhelados,
de manos contra manos
izando la igualdad.
Somos
como la humilde adoba
que cubre contra el tiempo
la sombra del hogar.
Hemos
perdido nuestra historia
canciones y caminos
en duro batallar.
Vamos
a echar nuevas raíces
por campos y veredas,
para poder andar
tiempos
que traigan en su entraña
esa gran utopía
que es la fraternidad.
Somos
igual que nuestra tierra
suaves como la arcilla
duros del roquedal.
Hemos
atravesado el tiempo
dejando en los secanos
nuestra lucha total.
Vamos
a hacer con el futuro
un canto a la esperanza
y poder encontrar
tiempos
cubiertos con las manos
los rostros y los labios
que sueñan libertad.
Somos
como esos viejos árboles.


el texto

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martes, 21 de septiembre de 2010

In memóriam, abuelo

Quienes hayáis mirado al cielo estos días, con esa mirada soñadora e ilusionada con la que ha de hacerse, estoy seguro de que os habréis percatado de que, desde el viernes pasado, hay una nueva estrella. Fijaos, hasta yo que sólo las veo cuando me topo con alguno de los innumerables obstáculos con los que uno suele tropezarse, también la he visto.
¿Que a qué se deberá esa nueva estrella? Yo os lo diré… es mi abuelo, que desde ese día y a sus 96 años de edad, partió para volver a compartir espacios con Susana, la que fuese su mujer hasta 1984 y que allá arriba le ha estado esperando hasta ese 17 de septiembre.
¿Qué puedo deciros de él y de su fallecimiento?
Que fue un hombre ligado a la tierra, a la naturaleza. Fue cazador, de los de antes, de los que tenían en la actividad cinegética un medio de supervivencia (su perra Caspita, su escopeta rudimentaria, sus capturas escabechadas por la abuela Susana o vendidas en Soria). Fue herrero, por ese apelativo se le conocía, supo forjar los aperos de labranza y las herraduras que calzasen las caballerías que tirarían de ellas. Y fue quien, con su hacer, ayudaba a que la matanza del cerdo fuese un ritual al par que una fuente de suculentas viandas para las gentes de mi pueblo. Cómo olvidar la manzanilla que cogía, las moras “pal Alberto _decía_” o las nueces que me cascaba para que yo no me tuviese que molestar.
Nos enseñó esa máxima de la que yo, a veces, os hablo: “el estar ahí”. Ser partícipe pese a no oír _su trabajo en la fragua le privó de ese sentido_, como fue su caso; o no ver, como es el mío. Cada domingo, casi hasta el final, iba a misa sin importar que no oyese lo que en ella se decía. Estuvo en el vermut de las fiestas de este año queriendo no perderse el ambiente y tantas y tantas veces como salió a los solanos del pórtico _portigao_ de la Iglesia, la báscula de la carretera o el quiosco de la música (éste ocupando lo que fuera la fragua en la que él trabajó hasta que dejó de ser necesaria al ser superada por la maquinaria agrícola).
Supo regalar sonrisas a quien se paraba a saludarle, o se acercaba a decirle algo. Y supo, también, crearlas por medio de sus expresiones y calidez, eso sí con la sobriedad del castellano.
No se resignó a la pasividad de ir dejando que la vida transcurriese vacía. Mantuvo el afán por enterarse de cuanto sucedía _siempre pendiente de la tele o el periódico_, vigilando quién iba o venía, pidiendo que le dejasen ayudar en casa.
Ejemplificó el gusto por la disciplina: ése darle cuerda al reloj de bolsillo cada día, ése tomarse las gotas que le habían prescrito sin dejárselas ni un solo día, esa rigidez en los horarios…
No puedo olvidar cómo me hablaba de los tiempos en que, allá por la posguerra, había venido a Madrid y los recuerdos que le quedaron (la pensión en la calle Amor de Dios, la farmacia El Globo…). Lo mismo que cuanto narró de su experiencia en la Guerra y tantos otros recuerdos como cuando condujo el Man, el primer tractor que venía  al pueblo (una novedad transcendental para Fuentestrún) o cuando conoció a Manolo Escobar y sus hermanos.
Al tiempo que escribo estos recuerdos, le veo, vislumbro su porte erguido, alto, su boina, la gayata. Veo cómo se afana en darnos los “aguilandos” y cómo cada vez le digo “que nos los des muchos años”…
Oigo los martillazos en el yunque, el calor de la fragua alimentado por el fuelle…
 Morir en casa, con la mente lúcida, sin apenas dolores,teniendo sus manos sostenidas por sus dos hijas, recibiendo el respeto y la compañía de mucha gente y siendo objeto de una misa para él, no como esos tantos funerales hechos a modo de plantilla en los que sólo varía el nombre de los protagonistas. Y aún más, recibiendo _estoy  seguro de que él lo contempló, el sentimiento ejemplar,genuino, pleno, desgarrado, de sus dos biznietas (han sido unas maestras) con un gesto como muestra: Isabel pidiendo que se introdujese en el ataúd la baraja con la que jugaban (esosí, sólo las cartas; la funda se la quedó ella) o cómo Susana llora sostenida por mi brazo firme son imágenes para el recuerdo.
El domingo moría otro Abuelo, José Antonio Labordeta _mucho se ha dicho de él y su figura_. Yo también le admiré como cantautor y poeta, como maestro de escuela en ese Teruel mío y como idolatrado por mi buen Juan Rafa. Vaya para él, también mi homenaje, pero Alejandro, mi abuelo, ocupa hoy estas torpes líneas, trazadas desde el corazón.
Gracias a Dios por regalarme el haber podido presumir de un abuelo como él durante tantos años y gracias a Él por dejarme recuerdos compartidos.
¡Va por ti, Abuelo!
In memóriam!
       

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miércoles, 15 de septiembre de 2010

Fuentestrún: los logros de un pueblo y sus gentes


Os he hablado de mi odisea zamorana, pero ahora toca reseñar la otra parte de mis vacaciones, ésa que he compartido  con familia y raíces.
  Y he de hacerlo, resaltando los logros de mi pueblo,todo un ejemplo, un milagro en medio de la amenaza del despoblamiento castellano.
Convivencia en forma de fiestas. Éstas, en honor a San Pedro apóstol, tuvieron como nexo ese sano ejercicio a través de momentos endulzados en torno a la gastronomía de por allí (chorizo, torreznos, aperitivos regados con “perolo”, vino dulce con melocotón y azúcar) y la música en forma de verbena, charanga y misas ensalzadas por, entre otras, la voz celestial de una jotera. Nadie fue menos, todos fuimos uno.
Generosidad y hospitalidad compuestas de entrega. El mejor saber hacer, invitando a quienes allí iban, a sentirse como unos más. Como ejemplo ese local siempre abierto en el que a nadie le faltaba un vaso del ya citado perolo condimentado, éste sí, por la mano sabia de los hombres mayores.
Saber agradecer a quienes nos han legado valores y nos han forjado ese carácter tan señero como es el del soriano. Una escultura, cuya imagen corona esta entrada, que representa al agricultor de toda la vida, con su arado, su caballería y su mirada limpia al frente. Y un texto que habla de no cejar ante las inclemencias y de sembrar semillas de tesón, esfuerzo y lealtad dan fe de ello.
Cuidar lo de todos haciéndolo acogedor dentro de la sencillez: esas eras que ahora son un parque arbolado, esas plazas o aquellas que otrora fueran escuelas y ahora son punto de encuentros.
¿Podréis creerlo? Cuando no hace muchos años, el futuro se pintaba negro, ahora acercarse a Fuentestrún constituye un regalo envuelto en los colores de la naturaleza o la sorpresa.   
   

  
    

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lunes, 13 de septiembre de 2010

Zamora a través del tacto

Como os comentaba ayer al narraros mis andanzas zamoranas, os pongo el artículo que apareció en La opinión de Zamora, el pasado domingo.
Aunque tiene algunas inexactitudes tal vez sirviese para quealguno de quienes lo leyeron, tengan otra imagen de la discapacidad y de lo que puede alcanzarse con ganas.


Alberto Gil es un turista madrileño que ha aprovechado sus vacaciones para conocer Zamora, «una ciudad preciosa». Nada llamaría la atención en él si no fuera porque se trata de una persona ciega, que se ha atrevido a venir solo a una ciudad desconocida. Su día a día es toda una historia de superación, ya que realiza prácticamente todas las actividades que puede llevar a cabo una persona con visión normal. Ha aprovechado para conocer la Catedral, las distintas iglesias y monumentos de la ciudad o pasear por el Duero. Con el tiempo, ha aprendido a usar mejor otros sentidos, por lo que se trata de un viajero que saber apreciar especialmente bien todos los placeres gastronómicos que ofrece la ciudad del románico.
DIEGO GONZÁLEZ «La gente me pregunta que saco con viajar si no veo nada. Pues estar en los sitios, que es lo más bonito». Así resume Alberto Gil, un turista ciego de 44 años que visita estos días la ciudad, su experiencia viajera. «Como si los ciegos no pudiéramos hacer turismo?»

Alberto Gil, soriano de nacimiento y madrileño de adopción, llegó a Zamora el pasado domingo por la noche y se desplazó solo desde la estación de autobuses hasta el Parador, maleta incluida. «Fue fácil, cualquier persona a la que pido ayuda me la ofrece enseguida. Gracias a la gente me llevo una impresión inmejorable de Zamora. Nadie me ha negado acompañarme hasta cualquier sitio en los días que llevo aquí».
El turista destaca de Zamora su accesibilidad para personas ciegas. «Son cosas que los que tienen una buena visión no aprecian, pero por ejemplo la alfombra verde de la calle Balborraz me ha ayudado muchísimo cuando he querido acercarme al río. Sólo tengo que seguirla y me deja allí». Una vez en la orilla del río solo tiene que seguir el sonido de la corriente. «Además hay algo parecido a caminitos por muchas calles, se combina diseño y accesibilidad. Es una ciudad bastante fácil para los invidentes, casi todo el casco antiguo es peatonal y eso facilita mucho las cosas».
Alberto Gil apunta que, al carecer del sentido de la vista, ha aprendido a apreciar más otros, y la mejor prueba es el gusto. «He estado en pocos sitios dónde se coma mejor que en Zamora. Todo lo que he probado me ha gustado». Cosas como tomar una cerveza o un café en un bar tampoco quedan fuera del alcance de este turista, «lo único que tengo que hacer es pedir ayuda para que me digan dónde hay una terraza».
No debe ser fácil imaginar una ciudad que no se puede ver, pero para Alberto ya es algo habitual. «Yo tengo mucha imaginación, una de mis aficiones es escribir cuentos para niños. Es bonito imaginarte una ciudad entera por la que estás caminando». Además de esto, se confiesa un gran aficionado de la historia de España. «No puedo explicar lo que sentí al lado de la estatua de Viriato. ¿Qué pensaría si viera que tiene una estatua en su honor en una ciudad?, ¿Cuál sería su personalidad? Esto es vivir la historia».
En principio una de las mayores dificultades que se le pueden plantear a una persona ciega es reconocer los monumentos de una ciudad nueva. Alberto Gil tiene su propia técnica. «Lo que suelo hacer es acercarme a las tiendas de regalos y pedir al dependiente que me preste una figura. Como son réplicas exactas, con tocarlas se hace fácil tener una imagen mental del monumento en cuestión». De esta manera Alberto conoce la Catedral de Zamora o la estatua de Viriato «igual que cualquier otro».
Y no todo son maquetas. Antes de entrar a cualquier tienda de souvenirs el turista ya tenía una imagen bastante cercana de los monumentos. «Los invidentes sabemos aprovechar mejor otros sentidos. Más o menos tenía una idea de la amplitud y la altura de la Catedral gracias a la voz. Sólo hay que hablar y percatarse de dónde rebota el sonido para tener una idea aproximada, y bastante cercana, de la altura del edificio». Además aprovechó para tocar algunas partes del templo. «No me hace falta verla para saber que la sillería es impresionante».
El sistema se repite con la estatua de Viriato, pero la imagen no fue tan exacta. «Me ayudaron y conseguí tocar la cabeza de carnero y una parte del pedestal, pero no alcancé más arriba. Simplemente estar tan cerca es más de lo que conseguiría si la pudiera ver».
Durante su estancia Alberto Gil ha realizado dos visitas guiadas a la ciudad: una solo y otra en grupo. «Lo único que necesitamos es más tiempo para las visitas, tenemos que ir más despacio». Por lo demás, exactamente igual. «En la visita que hice en grupo simplemente tuve que agarrarme del brazo de la guía para seguir el ritmo normal».
Entre risas, confiesa que «algo que también me gusta mucho es escuchar las conversaciones de la gente que se sienta a mi lado en las terrazas o en algún bar. No porque yo sea un cotilla, si no porque me gusta imaginarme las caras de la gente por su forma de hablar y lo que cuentan».
Durante los días que ha pasado en la capital, Alberto Gil ha tenido tiempo de vivir alguna anécdota divertida. «Mientras paseaba por el Duero sentí que necesitaba sentarme. Espere hasta que pasó alguien y le pregunté por un banco. Debió entender que quería ingresar dinero, porque me contestó que no era de aquí. ¡Si sólo quería sentarme!».
Alberto Gil no cuenta en sus viajes con muchos instrumentos que le ayuden a desenvolverse mejor. Tan solo ha traído desde Madrid su bastón y un reproductor portátil de música para amenizar las horas. «En casa tengo más cosas para poder llevar a cabo una vida normal, como un ordenador adaptado con voz, pero a mis viajes sólo llevo esto». Con este material Alberto a viajado, solo, a Toledo, Ciudad Rodrigo, León, Barcelona y Soria.
Con el tiempo ha aprendido ha aprovechar las situaciones del día a día para poder guiarse. «La gente no suele darse cuenta, pero en la mayoría de los hoteles los números de habitación están escritos en relieve. Una persona con la vista sana ni se percata, pero a nosotros nos ayuda a no meternos en la habitación del vecino».
Apunta que no se ha planteado hasta el momento hacerse con un perro guía. «Mucha gente me pregunta que por qué no lo hago, pero es que un perro requiere muchos cuidados. De esta manera, cuando llego a casa tan solo tengo que doblar mi bastoncito y guardarlo en cualquier sitio».

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Zamora, la ciudad de los caminos

Permitidme que comparta mi verano. Empezaré haciéndolo narrando de cómo fui a Zamora y qué imágenes me he traído de esa ciudad.
Zamora, la Perla del Duero, la ciudad del románico con sus murallas, su catedral, sus edificios modernistas,sus plazas y calles peatonales, Viriato, el Cid y doña Urraca.
Llegar un domingo a mediodía, comenzar la aventura decidiendo dar un paseo hasta su parador, un palacio del siglo XV en el que tenía reservado alojamiento. “¿Está lejos el parador? ¿Puede irse andando? Ah,no es difícil… ya te pongo en un punto y a partir de ahí, todo recto. Que disfrutes y tengas suerte”. Al cabo de un buen rato de callejear, objetivo cumplido.
Haces los trámites para que te asignen la habitación. Has de esperar a que te la preparen porque el día de antes ha habido una boda y aún no está disponible. Entretanto puedes tomarte la consumición de bienvenida con que te obsequian por ser Amigo de Paradores.
La habitación es amplia, no te da tiempo, entonces, de comprobar que en la puerta tiene el número en relieve. Eso sí, tocas los cuarterones de las puertas y balcón, típicos de Castilla. Haces el reconocimiento de rigor: el cuarto de baño con sus botecitos de aseo rotulados en braille, el escritorio, el sofá de dos plazas, las camas y dos silloncitos en torno a una mesa redonda. Preguntas cómo se maneja el aire acondicionado, pasas de la tele, pero no de la cajita con bombones que endulzan tu llegada. Hora es de buscar el comedor para alimentar cuerpo y espíritu.
Creías que la carta con los menús estaría en braille, pero no. Bueno, te la leen y piensas que habrás de ir probándolo todo, que debe estar buenísimo. De momento, una parrillada de espárragos, lomo de ternera de Aliste y cañas zamoranas de postre. Días vendrán para degustar ese bacalao a la tranca, ese arroz con boletus, ese trío de lechugas con frutos secos, manzana y queso fresco, ese gazpacho de sandía o ese solomillo de pato -este último manjar no llegaré a catarlo pues al pedirlo se confundirán y el solomillo que me preparen resultará ser de ternera (no será malo el cambio, qué va)-. Esos helados sobre tulipa de barquillo o esas aceitadas serán los postres ideales para acompañarlos. Un vino de la zona, cómo no: un rosado de nombre Valdeoscuro (por algo mis ojos están teñidos de ese color).
A la tarde, tras justa y necesaria siesta, pides que te enseñen el edificio con su patio interior acristalado, su pozo y sus escudos nobiliarios en columnas, su armadura a caballo, su jardín con la piscina, sus escaleras y pasillos de piedra cubiertos de una alfombra que te servirá de encaminamiento (el primero de los que irás descubriendo y que tanto te ayudarán a llegar sin perderte).
La tarde de domingo va declinando, piensas que es hora de buscar otro camino, el que te conduzca al Duero. Alguien te ayuda, cree que te caerás,que es muy difícil, que cómo se te ocurre explorar. Pero de algo sirven sus atemorizadas explicaciones. Escuchas el rumor del agua que quiere acompañarte, acaricias la barandilla que te servirá de guía y te concentras en memorizar el itinerario. Para una primera toma de contacto ya es suficiente.
La noche es amable, el clima bueno y el ánimo dulce. Busco una mesa donde pueda tomarme un café bajo la atenta mirada de aquel legendario luchador lusitano que acabaría siendo traicionado. Me pregunto qué pensará, si se sonreirá al ver cómo un ciego ha acabado allí, imaginando qué aspecto tendrán quienes le rodean, qué anécdotas y recuerdos le quedarán de ese viaje.
Al día siguiente, después de un majestuoso desayuno, visita guiada. Esta actividad, junto con otra que la complemente, hará que pise los puntos emblemáticos de la ciudad: el Portillo de la Traición, la Plaza Mayor, el Barrio de Olivares con sus aceñas y molinos, las iglesias -la de San Claudio tiene unos capiteles increíbles que puedo tocar, la de la Madalena, un sepulcro magnífico y la catedral, unos tapices y un coro superiores-.
Las guías te cuentan historias y leyendas, informaciones que te enriquecen: cómo los zamoranos disponen de su playa, la de Pelambres, cómo ha sido restaurado el castillo, cómo San Atilano encontró su anillo en el estómago de un pez o cómo, para acoger la exposición Las edades del hombre en 2001, renovaron el pavimento del casco histórico dotándolo de una textura granítica en el centro de las calles para señalar metas a las que dirigirse. Sin ellos pretenderlo, hicieron que para mí fuese fácil seguirlos.
El tiempo fue pasando. Me familiaricé con los paseos por el río -ni me caí ni me perdí-. Localicé unos bancos donde sentarme a escuchar el agua -a quien le pregunté por ellos debió creer que buscaba ingresar dinero ya que, en vez de mirar y verlos, se limitó a decirme que no era de allí (¡toma castaña!)- y atravesé sus puentes, el medieval de piedra y el de hierro con tablas en su acera (otro camino).
A alguien le llamaron la atención las andanzas de este cegato y los del periódico La opinión quisieron entrevistarle. El resultado lo tenéis aquí:
http://www.laopiniondezamora.es/zamora/2010/09/12/zamora-traves-tacto/462463.html
Con todo llegó el viernes, el regreso, el balance.
Una aventura plena, sentirse un turista más, en el sentido de explorador, el haber adquirido nuevos conocimientos a “primera vista”,de manera directa, haber transitado por la Historia, haber estado allí.
Las atenciones de quienes me ayudaron, unos con más normalidad y otros con extrañeza y hasta temor, la magia de pasear y soñar, la tranquilidad del entorno por el que deambulaba al ser peatonal, y el orgullo de haberme enriquecido otra vez más.

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sábado, 11 de septiembre de 2010

Mi vuelta al cole

Hace nada era 19 de agosto, daba vacaciones a Tiflohomero y expresaba mis deseos y reflexiones.

Hoy, 11 de septiembre, día tan cargado de significados, vuelvo al cole, retomo mi actividad con ilusión y ansias de poder seguir ahí aspirando a ser uno más.

Espero que me acompañéis en mi propósito porque vuestro aliento resulta esencial para mí.

¿Que cuáles son esos proyectos? Ahí van algunos…





Esforzarme más aún para que en mi actividad cotidiana, tanto laboral como personal, mis acciones puedan ayudar a alegrar el espíritu de quienes se crucen en mi camino.


Brindar mi experiencia y posibilidades, siempre menos de lo que me gustaría, para mostrar que merece la pena sonreír, mirar hacia delante y romper límites.

Continuar llenando mi existir de aprendizaje y vivencias.

Crear relatos en los que la fantasía envuelva la transmisión de valores y optimismo.

Y seguir dejando huellas a través de Tiflohomero, pero además vertiendo trazos de viajes en un nuevo espacio: “Explorando a tientas” que dejen constancia de una pequeña parte de lo que puede lograrse a base de empeño, tenacidad e ilusión.

¿Y beber cultura? ¿Saborear amistad? ¿Acariciar belleza? Claro, cómo no. ¿Quién podría resistirse? Estoy seguro de que vosotras y vosotros tampoco lo vais a hacer.

Mucho ánimo y adelante siempre, y si es con una sonrisa mejor aún.

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